Sheik Yerbouti
Frikazo
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El límite no es un hipopótamo. El límite es una orca. El depredador apex por excelencia. Hasta los grandes blancos salen por patas cuando aparece una en su camino.
Orcas no sé, pero orcos y cachalotes seguro que han caído a pares en su colección.Podríamos mandar a @Sureño, nuestro depredador apex por excelencia. En cualquier caso, los bichos marinos juegan en otra liga.
No se fue aullando, ignorante.Que yo recuerde, he matado una culebra y conejos con el coche por caminos dándoles las largas para luego echarlos al maletero. Deberían permitir esta técnica para los perros de ciudad.
Ah, también una vez, siendo yo pequeño, encontré a un chucho atacando a mi mejor amigo canino, un pastor belga con más inteligencia y amor que algunos foreros aquí presentes, y en medio de la pelea le lancé una lluvia de cantos y pedrolos que había por allí al perro atacante. Tales fueron las pedradas que le cayeron que se fue aullando y yo creo que con alguna costilla rota.
No se fue aullando, ignorante.
Si hablaras perrés hubieses entendido claranente que el perro te llamaba maricón y te echaba una maldición perruna por la cual te convertirías en forero años después.
En un coliseo es muy jodido de vencer a un bicho así sin armas poderosas. Pero en un terreno más dinámico, como un bosque o de_dust2 lo veo más posible ya que puedes guarecerte o subir en algo y cuando esté dormido, zas, le lanzas un ladrillo de @El socio de Diego a la cabeza
Necesitamos otra arte marcial para animales acuáticos además. En lugar de cinturones, nos pegan caballitos de mar al bañador.
No me parece justo que un tiburón sea más difícil de matar que un hipopótamo sólo por jugar en mar abierto.
Un coliseo es el escenario justo para medir fuerzas. Uno de los problemas de acabar con un hipo es como hacerle daño, a golpes es imposible, solo se me ocurren dos opciones, intentar entrar por su ano y desgarrar sus órganos desde dentro o escarbar hasta su cerebro desde los ojos
Aquí el cazador que no distingue un rino de un hipo.
Aquí el cazador que no distingue un rino de un hipo.
Este tema tiene tela para cortar. Cuando era más joven tuve una época en que me obsesioné con la importancia, qué digo importancia, la EXIGENCIA del vigor físico. Iba al gimnasio, comía pollo con arroz, leía a Nietzsche y a Black Adder, veía Conan el bárbaro de lunes a viernes y Drive los findes. Siempre me hacía la misma pregunta: ¿qué animal puede batirme? ¿Cuál es mi límite? Tenía claro que podía vencer a un zorro, no temía a los perros ni a los dragones de Komodo. Me preguntaba si podría vencer a un lobo, pero los lobos aquí no se acercan a las personas. También me imaginaba en singular combate con un jabalí, como en la película “Depredador”, grabarle con un cuchillo el nombre de aquel amigo fallecido, pero sólo me encontré jabalíes conduciendo con mi novia y no quería que viera que un jabalí podía derrotarme. Las mujeres saben de Darwinismo no porque hayan leído, les es inherente, si me veía perder con un jabalí probablmente me dejaría. Quizá si me viera ganarle también, mira que son putas.
¿Os acordáis en la peli de Deadpool cuándo le dicen que la vida sólo te da dos o tres ocasiones para ser un héroe? Pues al final a mí me vino una de esas: iba caminando por el monte, por un sendero unidireccional por el que venía una vaca. La naturaleza suele dictar que el animal más fuerte pasa y el más débil se aparta. Yo aquel día me sentía confiado como Jarfaiter atracando un estanco y me propuse que la vaca, de 500 kilos o así, fuese quien retrocediera
Le mostré un lenguaje corporal agresivo y fui incrementando el tono de voz “atrás, atrássss, ATRÁÁÁÄS” pero la hideputa empezó a poner cara de embestir y a hacer ese gesto con la pata como si estuviera cavando. Yo seguía gritando y gesticulando y en mis oídos comenzó un atronador zumbido como si se me metiesen los Napalm Death en el cerebro a dar un concierto. En mi cabeza me repetía “SOY HÉRCULES, ESTE ES EL TORO DE CRETA. ESTE ES MI DESTINO” Llegado este punto la tensión era inenarrable. La vaca no iba a dar la vuelta.
Vivía dos vidas: una con red y en la otra yo era la red. Ese fue el día en el que tuve que rechazar una de esas vidas, cuando me levanté magullado entre piedras y zarzas supe cual era mi “animal límite”: la vaca. Yo esperaba quizá una dura refriega con un oso. Pero no, una vaca. Una vaca me venció y ni recuerdo cómo. Algo en mí murió ese día. Ya no soy la red. No he vuelto a enfrentarme a una vaca, ahora Lexatin y nada de Nietzsche, sólo Defreds.
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