Con los calores de este puente después de un dia de playa sólo apetecen dos cosas. Cerveza bien fría y una siesta con aire acondicionado. Por desgracia en casa dispongo de cerveza en abundancia pero no del aire fresco artificial. Ni quitando todos los estantes y el cajón de las verduras tengo espacio en la nevera para dormir. Mi coche dispone de aire acondicionado pero no es plan de gastar gasoil tontamente. ¿Qué hacer?
Miro la cartelera en el periódico y veo que en mi multisala más cercano hay un buen surtido de pelis coñazo que me aseguran una sesión relativamente tranquila, sin niños dando patadas en el respaldo de mi asiento ni grupillos de adolescentes metiendo bulla. La primera sesión es dentro de dos horas y como en la misma zona hay un centro comercialo puedo aprovechar para hacer un par de compras. Mejor me llevo al hijo de la carnicera.
Recojo al chaval (bueno, no tan chaval que ya tiene 23 tacos) y me pongo en ruta. Suelo quedar con él los festivos porque mi pequeño país se llena de veraneantes y buscar un hueco grande para dejar el coche es una tarea desesperante; como necesita muletas para caminar (tiene las caderas desplazadas) puedo aparcar el plaza de minusválidos sin temor a las miradas de desaprobación de todos aquellos que las ocuparían de buena gana pero no disponen de la persona adecuada para ello.
Aún falta hora y media para la peli y me meto en una franquicia de material deportivo para comprarme un bañador (el viejo se me ha quedado grande y hace bolsa cuando nado). En la entrada un grupo de jubilados charlan pegados a la salida del aire acondicionado mientras sus nietos se dedican a dar la lata en la sección de bicicletas bajo la atenta mirada de una dependienta que, por la expresión de su rostro, añora tener un táser enfundado en la cintura. Mientras busco un bañador de mi agrado no hago más que cruzarme con famílias enteras que han venido a lo mismo, pasear en un entorno lo más fresco posible. Curiosean, preguntan precios, no compran nada.
Encuentro unas bermudas decentes y me dirijo a la caja. Como disponen de caja para discapacitados pierdo el tiempo mínimo para salir y meterme en una franquicia de libros y demás cultura.
El panorama es el mismo. Decenas de extranjeros deambulan medio atontados buscando los puntos más frescos sin importarles bloquear pasillos enteros. Consigo llegar a base de codazos y gruñidos a la sección de música, pero no encuentro lo que busco. Faltan 20 minutos para la película.
Entro en el vestíbulo del multisalas, más gente necesitada de aire acondicionado. Compro dos entradas, saludo a los porteros y busco la fila de asientos más fresca y tranquila. Saco del bolsillo unos tapones para los oídos y le digo al hijo de la carnicera que me despierte cuando acabe. Por fín, 2 horitas de siesta al fresco.
Miro la cartelera en el periódico y veo que en mi multisala más cercano hay un buen surtido de pelis coñazo que me aseguran una sesión relativamente tranquila, sin niños dando patadas en el respaldo de mi asiento ni grupillos de adolescentes metiendo bulla. La primera sesión es dentro de dos horas y como en la misma zona hay un centro comercialo puedo aprovechar para hacer un par de compras. Mejor me llevo al hijo de la carnicera.
Recojo al chaval (bueno, no tan chaval que ya tiene 23 tacos) y me pongo en ruta. Suelo quedar con él los festivos porque mi pequeño país se llena de veraneantes y buscar un hueco grande para dejar el coche es una tarea desesperante; como necesita muletas para caminar (tiene las caderas desplazadas) puedo aparcar el plaza de minusválidos sin temor a las miradas de desaprobación de todos aquellos que las ocuparían de buena gana pero no disponen de la persona adecuada para ello.
Aún falta hora y media para la peli y me meto en una franquicia de material deportivo para comprarme un bañador (el viejo se me ha quedado grande y hace bolsa cuando nado). En la entrada un grupo de jubilados charlan pegados a la salida del aire acondicionado mientras sus nietos se dedican a dar la lata en la sección de bicicletas bajo la atenta mirada de una dependienta que, por la expresión de su rostro, añora tener un táser enfundado en la cintura. Mientras busco un bañador de mi agrado no hago más que cruzarme con famílias enteras que han venido a lo mismo, pasear en un entorno lo más fresco posible. Curiosean, preguntan precios, no compran nada.
Encuentro unas bermudas decentes y me dirijo a la caja. Como disponen de caja para discapacitados pierdo el tiempo mínimo para salir y meterme en una franquicia de libros y demás cultura.
El panorama es el mismo. Decenas de extranjeros deambulan medio atontados buscando los puntos más frescos sin importarles bloquear pasillos enteros. Consigo llegar a base de codazos y gruñidos a la sección de música, pero no encuentro lo que busco. Faltan 20 minutos para la película.
Entro en el vestíbulo del multisalas, más gente necesitada de aire acondicionado. Compro dos entradas, saludo a los porteros y busco la fila de asientos más fresca y tranquila. Saco del bolsillo unos tapones para los oídos y le digo al hijo de la carnicera que me despierte cuando acabe. Por fín, 2 horitas de siesta al fresco.