Charles Albert Browning, conocido como Tod Browning, nació en Louisville, Kentucky, el 12 de julio de 1880. Fue el tercer hijo del matrimonio formado por Charles Leslie Browning y Lydia Jane Fitzgerald. El pequeño Tod disfrutaba de la atención del público y muy pronto comenzó a montar espectáculos de enorme éxito. También demostró dotes como cantante en el coro de uno de los templos más conocidos de Louisville. Con su imaginación romántica, alimentada por constantes lecturas, idealizó las caravanas ambulantes de gitanos que acampaban en las afueras de esa localidad. Atraído por el mundo de los cíngaros, procuró acercarse a ellos y a todos los feriantes que organizaban espectáculos por la zona. Aunque se conoce muy poco a ciencia cierta sobre su vida, se sabe que pasó gran parte de su juventud viajando con carnavales y espectáculos de feria, cuya vida, gentes y actitudes se convertirían en un tema recurrente a lo largo de su carrera fílmica. Huyó de casa con tan sólo 16 años y se unió a una compañía con bailarinas, cómicos y fenómenos humanos (freaks), aquejados por malformaciones que atraían al público de la época. Esta experiencia sería determinante en la configuración de algunas de sus películas ambientadas en el circo o en el mundo del ocultismo y la magia, como La parada de los monstruos (Freaks, 1932), El palacio de las maravillas (The Show, 1927), Garras humanas (The Unknown, 1927) o su última película Milagros en Venta (Miracles for Sale, 1939).
Su afición a los locales nocturnos, la diversión desordenada, los coches y la velocidad fue la causa de una tragedia que cambió su carácter, volviéndolo especialmente morboso. En junio de 1915, Browning, ebrio, perdió el control del vehículo en el que viajaba con unos amigos, miembros de la compañía de Griffith, y se empotró contra un vagón de tren. El actor Elmer Booth pereció en el acto, los otros dos ocupantes quedaron malheridos y el propio Browning estuvo a punto de perder la vida. El rostro destrozado, graves lesiones internas y una pierna muy dañada lo obligaron a permanecer un año en el hospital. La dolorosa recuperación, además de los profundos remordimientos por la muerte de Booth, amargaron el ánimo de Browning.
En 1916 fue uno de los ayudantes de dirección de Griffith, además de actuar como extra, en Intolerancia (Intolerance, D.W. Griffith, 1916), la película más notable de su época y el mayor espectáculo de Hollywood durante varios años. En 1917, el mismo año que estrenó su exitoso primer largometraje, Jim Bludso, celebró su boda con la actriz Alice Wilson, quien soportó con entereza sus ausencias y su vida desordenada. Tras realizar dos películas más para la Triangle, Browning se marchó a Nueva York para rodar cinco películas para Metro Pictures.
Lon Chaney protagonizó diez películas de Browning, algunas de las películas más importantes del director. Chaney, por su carácter y experiencia, congenió con el atormentado espíritu de Browning. El cineasta elaboró con Chaney lo más representativo de su filmeografía, melodramas folletinescos y personajes atormentados, relatos desquiciados donde destacan los impedimentos físicos y la mutilación de la carne, espectáculos tortuosos: el ladrón que se hace pasar por tullido y sufre finalmente una parálisis en Maldad encubierta (The Black Bird, 1926 ); el delincuente con una enorme cicatriz en el ojo de La sangre manda (The Road to Mandalay, 1926 ), obsesionado por recuperar a su hija y que acaba apuñalado por ésta, que desconoce su verdadera identidad; el criminal de Garras humanas que se esconde en un circo y simula no tener brazos, capaz de amputarse realmente las extremidades para conseguir el amor de Joan Crawford; el mago condenado a las silla de ruedas de Los pantanos de Zanzíbar (West of Zanzibar) que se convierte en el dios de una tribu africana y condena a su hija, desconociendo su identidad, a un burdel donde contrae la sífilis. La lamentablemente perdida La casa del horror (London After Midnight, 1927), la primera película de vampiros norteamericana, fue también la más rentable de todas las colaboraciones del cineasta y el actor para la MGM. Los pantanos de Zanzíbar logró otro éxito de taquilla, aunque para muchos críticos fue la gota que colmó el vaso respecto al circo de los horrores de Browning y Chaney.
El circo y el teatro no son, sin embargo, más que los catalizadores, pues el universo representado es el nuestro. Browning sabía muy bien que la máscara y la pantomima constituyen la base esencial de las relaciones sociales. Cuando un pintor le pidió a un hombre socialmente muy relevante al que iba a retratar que posara, el hombre contestó: “¿Con cual de mis caras?” Como revela esta anécdota, no tenemos una sola cara. En nuestra sociedad, las personas nos solemos poner una máscara cuando estamos ante los demás, es decir, adoptamos expresiones faciales que impiden saber cuál es nuestro verdadero estado anímico. Utilizamos las máscaras sociales para granjearnos la aprobación de la gente y evitar su rechazo. Browning convierte el espectáculo en la vida misma. El lugar escogido para celebrar el banquete de la boda de Hans y Cleopatra en La parada de los monstruos es el centro de la pista, mientras en otras películas, como Garras humanas, también suceden escenas clave en lugares propios de la representación, como es el escenario teatral.
El disfraz y el travestismo son empleados profusamente en las películas de Browning. En Maldad encubierta, Dan escapa de la ley adoptando la apariencia de un lisiado. También en El trío fantástico, el enano Tweedledee se viste de bebé y el profesor Echo se disfraza de anciana. En Muñecos infernales, el banquero Lavond, también travestido de anciana, nos recuerda al profesor Echo. Muchas de estas situaciones extravagantes y completamente inverosímiles no son ni mucho menos indispensables, pero Browning las incluye por el mero gusto de la puesta en escena y el público queda conquistado. Su magistral sentido del espectáculo justificaba su aparición.
Ciertamente, uno de los temas recurrentes de Browning es la distinción entre lo falso y lo verdadero, entre lo real y lo imaginario, de ahí la presencia de todo tipo de trucos, ilusiones, simulacros, a todo lo conocido como efectos especiales. En su obra siempre está presente el concepto de que “las cosas no son lo que parecen ser”, algo muy presente también en los espectáculos de prestidigitación.
La obra de Browning se caracteriza por un sentimiento constante de déjà vu. Oriente, la última producción de Browning y Chaney, supone una importante recapitulación de temas esenciales de la obra del director: desavenencia conyugal, secretos familiares, venganza sexual, maniobras semiincestuosas entre padres e hijos y protagonistas degradados o “animalizados”. Del mismo modo, Muñecos infernales remite a varias de sus películas, la más evidente de las cuales es El trío fantástico, donde Chaney también se valía de un disfraz de anciana para robar joyas en las casas de gente adinerada. Nos recuerda a Drácula por su tema de la influencia hipnótica al tiempo que reaparecen los temas de venganza e identidades ocultas entre padres e hijas que veíamos en Los pantanos de Zanzíbar y en La sangre manda.