Tuve hace ha una novia que tenía la enfermiza costumbre de llegar tarde. Siempre. Daba igual la manera en que lo reprochara, daba igual si yo llegaba 15 minutos tarde. Su vida no se inmutaba.
Un día decidí devolverle la jugada. Tras 15 minutos o así sentado en el banco donde habíamos quedado, se me inflaron las pelotas hasta tal nivel que me fui detrás de un coche, a sentarme a un portal en una acera que dejaba como 1m de espacio hasta mi parapeto. Así podría verla venir.
Y la vi. Digo si la vi. 30 minutos después apareció como si nada, mirando hacia todos lados, buscando a su kokillo del alma, pero no estaba. Oh oh. No era epoca de moviles todavia pero dudo que hubiera hecho amago de llamar.
Pues decidí devolverle los 30 minutos de espera, y allí me quedé mirándola, mientras "me esperaba" 30 minutos. Ahora, años después suena estúpido, cuando lo hice estaba plenamente convencido de mi acto hasta la muerte, como William Wallace antes de la batalla.
Justo a los 30 minutos, o sea, 60 minutos después de la cita, me levanté y aparecí a su espalda. Despreocupado y esperando la bronca.
- Hola qué tal. (beso)
- Holaaaaaa. Qué? Dónde vamos?
- Pues me apetece X.
- Vale.
La hija de puta NO DIJO NADA.
Por supuesto, después de ese día, siguió llegando tarde. Como siempre.