Perrino Chico rebuznó:
En mi época solteril viajé varias veces solo y a la aventura y es una puta gozada. Patearme Amsterdam sin tener ni puta idea de inglés buscando horarios y hosteles a mi puta bola es una experiencia que todo el mundo debería tener.
Eso si, ahora ni se me ocurriría salir con los niños pequeños a la aventura, dentro de unos años no digo que no lo haga, pero de momento lo veo chungo.
Mis padres son divorciados y ambos rehicieron su vida con un segundo matrimonio, teniendo más críos y tal. El caso es que los viajes con mi madre & Co. siempre fueron extremadamente planificados. Una semana antes de que yo supiera que nos íbamos, ya estaba todo establecido. Dormíamos en sitios muy agradables y comíamos en los mejores restaurantes del lugar, siempre con reserva a las 14:00 porque a mi madre le parecía que más tarde te estabas comiendo el aceite usado de otros. Las visitas culturales estaban bien establecidas y programadas, casi siempre antes de la comida, que en realidad era el centro del viaje.
Con mi padre era todo lo contrario. A menudo nos íbamos con uno de mis tíos y sus 3 churumbeles, nos metían a todos en una furgoneta y carretera y manta. No sé cuántos años tenía mi hermano por entonces, sólo recuerdo que era el más pequeño, lo bastante para pasarse todo el viaje en los brazos de su madre y que nos dio más de un susto porque le daba por abrir la puerta de la furgoneta en marcha por la autovía.
Las inevitables quejas de "tengo hambre" eran contestadas con un rotundo "pues si queréis comer, a callar, que estamos buscando sitio y nos distraéis". Yo me mareaba jugando a la game boy en carretera y era un crío poco hablador, así que no es que me lo pasase pipa, pero una de mis primas no se callaba y estaba siempre metiéndose con todo el mundo, así que algo te entretenías. Dormíamos en cuchitriles con mantas que picaban y comíamos bocadillos non-stop. Buscar alojamiento solía ser una odisea porque a veces íbamos a algún evento o sitio concurrido y estaba todo lleno, medio día se iba sólo en buscar cama, con suerte.
Con mi madre, por ejemplo, lo de irse de acampada era impensable. Mi padre montaba tirolinas, hacía columpios y organizaba otras actividades donde podíamos hacernos daño. Por la noche nos picaban los mosquitos porque los mayores hacían caimada hasta las mil y sólo con la luz de los cigarros ya hubieran atraído a miles de bichos.
Los viajes con mi madre eran mucho más frecuentes, así que estaba acostumbrado a esas comodidades y los viajes con mi padre me parecían un poco desastrosos. Con el tiempo te das cuenta de que los primeros estaban bien, pero siempre te reías más y pasaban más cosas dignas de recordar en los segundos. Además, era en los viajes con mi padre donde los críos aprendíamos que el confort no es algo garantizado, que cuesta un esfuerzo.
Me parece que la clave para que mi padre y mi tío pudieran ir a la aventura como les daba la gana era que sus respectivas esposas no eran una almorrana, todo les parecía bien porque confiaban bastante en sus maridos o al menos lo parecía. Así que, como de costumbre, la raíz de todos los problemas son las mujeres. Si tienes una que no te caliente la cabeza, plantéate seriamente lo de irte a la aventura porque tus hijos son los que más te lo van a agradecer, aunque sea dentro de muchos años.