No iría.
No veo a un grupo de veinteañeras cachondas de crucero, tajándose todas las noches y dejándose entrar por todo lo que se mueve. Mientras que por el día muestran palmito en bikini por la piscina, para estar bien morenas, mientras comentan desde sus tumbonas el viaje que le meterían al monitor musculado de actividades lúdicas.
Las únicas jóvenes que irán serán las rancias de clase, en viaje de fin de carrera, que han elegido el crucero para dárselas de interesantes porque van a visitar miles de monumentos.
Pero no van a ir en plan puterío, si no que por las noches lo único que van a hacer es empollarse bien los tochazos de guías turísticas, comentar entre risitas tontas lo que les pasó en tal o cual examen o escribir postales para los chochos viejos de sus abuelitas, tiítas y monjitas que tienen como modelo.
Tan lelas que van a volver más pálidas de lo que se fueron, cosa que resaltará la pelada que tienen en los brazos.
Te encontrarás, también, treintañeras desesperadas. Que estarán más que predispuestas. Pero es que haber pagado el crucero para ver ese tipo de desesperación que me puedo encontrar cada noche de finde, no me compensaría.
Luego habrá parejas de abueletes modeLnos, de los que se atreven a viajar. Parejas de jóvenes casados, en los que la mujer anteriormente perteneció al grupo de rancias universitarias y, aunque lo dudo, puede que algún tío de caza pero que tiene la mira (no de la escopeta, si no la mental) desviada desde hace tiempo.
Otro factor que veo en contra es el tiempo limitado que se está en las ciudades donde se va parando, y, que cuando estás a bordo, es como vivir encerrado en un hotel, risas las primeras horas pero rutina el resto del viaje.
Los cruceros son una timada.
Yo me cambiaría el viaje, si es posible.