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- 28 Jul 2003
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Cuando el mejor amigo del hombre se llama Sultán en vez de Luis Alberto
Vaya por delante, antes de nada, dejar claro que me gustan los perros, y que la raza perruna en sí cuenta con mi más sincero beneplácito, no así con mi peneplácido, pues en nada soy amigo de las relaciones zoofílicas ni sus extrañas variedades de índole sepsual.
Sin embargo, he aquí donde radica el problema que ahora planteo y el que me lleva los demonios: la gente que mantiene una relación cuasi-zoofílica con los perros, que tal vez no los monten ni unten sus partes pudendas con paté a las finas hierbas y se lo ofrezcan gustosamente al chucho a modo de aperitivo, pero que sí tienen al pulgoso cuadrúpedo como uno más de la familia y poco les falta para ponerles plato de sopa de endibias sobre la mesa junto al resto de comensales.
Un perro es, ante todo, un perro, cojones; por mucho que le confieses al animal tus penas y problemas del día, para el cánido será lo mismo que para ti si la anciana abuela de Heidi de las montañas se pusiese a contarte su vida y milagros en su versión japonesa original. Te hará compañía, sí, a lo sumo se lamerá los testículos y rascará detrás de la oreja con la pezuña trasera mientras le hablas, mas ten por seguro que no entiende una mierda de lo que le estás contando.
Tengo una pariente cercana que, tras casarse, la pareja decidió no tener hijos hasta pasados unos años; ella, probablemente respondiendo a sus subconscientes instintos maternales, adquirió un pelanas cocker espaniel de éstos, al que profesaba verdadero amor, cosa que puedo entender, pero al que cedía un asiento de honor en el sofá de las visitas, ponía el cuenco de la comida antes que a los invitados y hasta de vez en cuando dejaba que le lamiese en la cara de forma afectuosa. Ante mis más que evidentes náuseas, ella se excusaba:
-¡Hijo…! Es su forma de dar besitos…
-¿Sabes que es probable que con esa lengua que ahora roza tu cara haya lamido en lo que va del día los culos cagaos de más de veinte perros…?
-Ais, qué guarro eres, primo…
Ya ya… mejor no hablemos de guarros, prima, que tal y como te está limpiando el chucho el cutis, tú no te quedas corta, maja. Y por mi parte, cuando me vaya, puedes ahorrarte los besos de despedida, muchacha.
El perro, durante dos años, se paseaba por el piso como Pedro Piqueras por su casa; se merendaba las cortinas, limpiándose los dientes en los faldones del tresillo, se echaba unas siestas que no se las saltaba un gitano sobre la cama de matrimonio y poco faltó para que la prima no le llegase a vestir con trajes de marinerito. De hecho, en la foto familiar que ocupa un lustroso lugar de honor en el salón, se ve a la pareja muy feliz y contenta, y en el centro de la imagen, entre los dos tortolitos, el cocker espaniel de los cojones luciendo su más amplia sonrisa… pero bueno, ¿a qué mundo hemos llegado…?
Os pongáis como os pongáis, un perro pertenece al subgénero animal no-pensante, actúa por instinto, su inteligencia es menor que la del compositor del Mola Mazo de Camilo Sepsto, tiene limitaciones, no es tu hijo, no es tu hermano, no es tu cuñada aunque ésta tenga más bigotes que el bicho en cuestión, en pocas palabras, no es un ser humano y, por tanto, necesita disciplina.
Yo no digo que vayamos por ahí con látigos de siete colas ni dándoles descargas eléctricas en los testículos cada vez que se hagan caca fuera de la terraza, pero lo que sí me indigna, y ésa es la verdadera razón que me impulsa a escribir este artículo, es el hecho de que muchos dueños tengan al susodicho cánido más maleducado que un mocoso hijo único caprichoso y mimado, con la salvedad de que si al animal le sueltas un par de bofetadas bien dadas, es probable que te las devuelva con un mordisco en la yugular.
Ya me ha pasado en varias ocasiones el entrar en tienduchas de ropa (curiosamente suelen ser de estilillos radikales, duro-militar o moderno semialternativo-txupi-lerendi regentadas por dependientas ke son lo mash fachion del barrio con pirsins hasta en los sobacos) que según entras al minúsculo recinto de 2x2 metros cuadrados te encuentras de sopetón con la descomunal versión nacionalsocialista de Niebla, recostado cuan largo es frente al mostrador, durmiendo la siesta y campando a sus anchas como el_rey (no el príncipe de Wales) del lugar. Con lo cual mientras paseas por entre los claustrofóbicos pasillos delimitados por montañas de ropa fachion en perchas, tienes que estar al ojo de no pisotearle la barriga al jodido Rottweiller gigantesco, que como se le suelte un estornudo hace temblar el pladur de las paredes.
Y qué decir cuando paseas por la calle tan tranquilo, en mi caso no sé si será que la colonia Varón Dandi debe despedir un olor semejante a de las salchichas o, lo que es peor, a perra, porque no hay puñetero día que no camine por mi plaza en dirección a mi casa, de vuelta de mis deberes, que no tenga que atraer por fuerza al puto gran danés más enormemente ENORME de toda Dinamarca y las Islas Feroe juntas, que, en cuanto me divisa a 250 metros, se le tensan las orejas, y sale escopetáo hacia mí a la velocidad de la luz crepuscular, mostrando una dentadura que son todo clavos del 17, en medio de una salva de ladridos a tono de barítono con ronquera, provocándome el susto de muerte vespertino habitual y la consiguiente parada cardíaca de costumbre.
Normalmente, cuando me detengo, el perro parece calmarse, no obstante, lo habitual es que se detenga ante mi y se ponga a olisquear peligrosamente en la zona de la bragueta más próxima a los huevos. En ese momento, mientras contengo la respiración por mi propio bien y el de mis futuros hijos, mientras gruesos goterones de sudor frío corren por mis sienes, aparece cansinamente la profunda gilipollas de la dueña de turno, cachondeándose de mi pavor, con el sempiterno, tópico y odiado dicho favorito de todo amo de perrazo ladrador maníaco-compulsivo que se precie:
-No tengas miedo, si no hace nada …
¿Que no hace nada…? ¿¿¿que no hace nada…??? ya, señora, pero mire usted, que no es por nada pero es que su perro se pone a dos patas y le hace sombra al Pau Gasol…
De otro lado, todos sabéis de los renacuajos hipermega-malosos neonazis bakalas de turno, de acné rebelde en el prepucio incluido, pajilleros y los más duros ellos, que pueblan nuestros parques, ¿verdad…? Ésos que se pasean por la plaza con sus Oakley de submarinista, sus camisitas Lonsdeil de la talla del Pumuki y esos pelos con alerones laterales que, más que semejarles al Lobezno, para mí que le dan cierto aire franciscano… esos que en lugar de cerebro tienen una nuez de macadamia… pues bien, no hay grupo de deficiente-bakalaeros que se precie que no incluya como mascota de la pandilla a un perro semi-carnicero de éstos achaparrados y musculados, tipo buldog, o pitbul-terrier de ésos con cara porcina, con su collar de pinchos y más mala hostia que un vendedor de pipas, sólo que con carácter letal. Con dueños de esa inteligencia próxima a la de los macacos, ¿no es ése un perro asesino en potencia…? Pasean libres por los parques de la ciudad, cuando no sólo ellos deberían llevar correa, sino que sus propios amos bakalutis deberían ser paseados por sus padres con bozal y atados con una cadena al cuello…
No quisiera dar por finalizado este recorrido por entre la galería de los horrores canina sin mentar a la madre que le parió a esos pequeños chuchos, sin duda la subclase inferior de la especie, que conforman los pekineses, caniches, yorkchaires y todos esos clásicos horrorosos perros de vieja con menos pedigrí que un hijo de Torrebruno; los legendarios medio-mierda que acostumbran a combinar el tamaño de una cobaya desnutrida con una malas pulgas y frecuencia de ladrido descomunales. Esos pequeños hijoputas minimalistas, como el maldito Pichurri de mi vecina de abajo, al que para diferenciarlo de una rata hay que recurrir al análisis del ADN, y al cual el simple hecho de verme en el descansillo de la escalera, es razón suficiente para que se le inyecten los ojos en sangre y acuda como loco a roerme los tobillos… cualquier día mutilo con el sacapuntas al Pichurri de los cojones y se lo vendo a los chinos de la esquina de mi calle como relleno de rollitos de primavera…
Por último, destacar una de las graciosas peculiaridades que me instigan a engrandecer mi especial cariño a la especie canina: las imprescindibles esculturas plásticas en color pardo, vulgo mierda, con que acostumbran a decorar nuestros jardines públicos, ya que a pesar de que el ayuntamiento haya agotado el presupuesto repletando los espacios verdes de bolsas y recogedores de boñigas perriles, los dueños muy pulcros ellos se niegan a rebajar su dignidad hasta el punto de evitar el contacto con las heces de su mejor amigo (cosa del toda asquerosa, he de reconocerlo, que hace replantearte verdaderamente quién es el amo y quién el súbdito dominado, mas no obstante el precio a pagar por poseer en propiedad un ser animado incapaz de cagar leyendo el periódico en el water).
Pero no, debido a su desidia e incivismo, dejan fermentar las boñigas sobre el césped hasta servir de merienda a enjambres enteros de nuestras molestísimas y pequeñas amigas coprófagas las moscas o, lo que es peor, acaban por ir a parar a las suelas de las playeras deportivas de gente como yo, en las reducidísimas ocasiones en que cumplo con mi promesa anual de hacer footing de forma diaria (que acaba siendo de forma semestral, pero esto es otro asunto aparte). Con lo cual, cuando subo de vuelta a casa en el reducido espacio del ascensor y compruebo el nauseabundo olor que desprendo, me doy asco de mí mismo y comienzo a dudar del estado de pudrición de mis glándulas sudoríparas. Hasta que compruebo (con una extraña mezcla de alivio y tripas revueltas) que no se trata tan sólo del olor del sudor de mi camiseta, sino que éste está entremezclado con el de la cagada fresca adherida al dorso de mis pies. El sudor corporal se elimina fácilmente con una ducha y gel de baño Día Autoservicio (en casa estamos de rebajas) pero, ¿y la mierda de la zapatilla? ¿quién es el cachondo que se dedica ahora a entremeter un palillo por entre los recovecos de las estrías de la suela de la zapatilla…? ¿que, como además son de éstas modernas, tienen un diseño de miles de líneas que sirven de escondrijos ideales para alojar la boñiga esparcida?
En definitiva: por muy feo que sea éste último, no trates a tu perro igual que si fuese tu hijo. Un cánido es un ser no humano que necesita ciertas restricciones para convivir con el hombre. No hagas este desprecio a la especie humana y comprende que hay privilegios que por el hecho de caminar nosotros a dos patas y mear de pie (caso masculino) o sentado (caso femenino o rarito-masculino) y ellos a tres patas, se les debe de vetar: los chuchos no tienen derecho a compartir ciertos ambiente humanos, no deben viajar en autobús, no deben viajar en metro (a no ser que vendas cupones de la ONCE); no les dejes sentarse en los sillones, ríñele si amenaza a algún amiguete enseñándole los colmillos o si trata de montarse a la hija pequeña del vecino (no seas guarro y no aproveches encima para grabarlo en vídeo, so degenerao), záscale algún mamporro si se lo merece, que no te va a pedir daños y perjuicios, en definitiva, edúcale y mantenle bajo una disciplina.
Jamás he creído en la superioridad de las razas cuando me ciño al ser humano y al color de su piel: si ampliamos el campo e incluimos a los animales, a los perros particularmente, entonces me declaro abiertamente nazi: el hombre es un ser superior.
Segregación animal, YA.
Quepassssa dixit
Vaya por delante, antes de nada, dejar claro que me gustan los perros, y que la raza perruna en sí cuenta con mi más sincero beneplácito, no así con mi peneplácido, pues en nada soy amigo de las relaciones zoofílicas ni sus extrañas variedades de índole sepsual.
Sin embargo, he aquí donde radica el problema que ahora planteo y el que me lleva los demonios: la gente que mantiene una relación cuasi-zoofílica con los perros, que tal vez no los monten ni unten sus partes pudendas con paté a las finas hierbas y se lo ofrezcan gustosamente al chucho a modo de aperitivo, pero que sí tienen al pulgoso cuadrúpedo como uno más de la familia y poco les falta para ponerles plato de sopa de endibias sobre la mesa junto al resto de comensales.
Un perro es, ante todo, un perro, cojones; por mucho que le confieses al animal tus penas y problemas del día, para el cánido será lo mismo que para ti si la anciana abuela de Heidi de las montañas se pusiese a contarte su vida y milagros en su versión japonesa original. Te hará compañía, sí, a lo sumo se lamerá los testículos y rascará detrás de la oreja con la pezuña trasera mientras le hablas, mas ten por seguro que no entiende una mierda de lo que le estás contando.
Tengo una pariente cercana que, tras casarse, la pareja decidió no tener hijos hasta pasados unos años; ella, probablemente respondiendo a sus subconscientes instintos maternales, adquirió un pelanas cocker espaniel de éstos, al que profesaba verdadero amor, cosa que puedo entender, pero al que cedía un asiento de honor en el sofá de las visitas, ponía el cuenco de la comida antes que a los invitados y hasta de vez en cuando dejaba que le lamiese en la cara de forma afectuosa. Ante mis más que evidentes náuseas, ella se excusaba:
-¡Hijo…! Es su forma de dar besitos…
-¿Sabes que es probable que con esa lengua que ahora roza tu cara haya lamido en lo que va del día los culos cagaos de más de veinte perros…?
-Ais, qué guarro eres, primo…
Ya ya… mejor no hablemos de guarros, prima, que tal y como te está limpiando el chucho el cutis, tú no te quedas corta, maja. Y por mi parte, cuando me vaya, puedes ahorrarte los besos de despedida, muchacha.
El perro, durante dos años, se paseaba por el piso como Pedro Piqueras por su casa; se merendaba las cortinas, limpiándose los dientes en los faldones del tresillo, se echaba unas siestas que no se las saltaba un gitano sobre la cama de matrimonio y poco faltó para que la prima no le llegase a vestir con trajes de marinerito. De hecho, en la foto familiar que ocupa un lustroso lugar de honor en el salón, se ve a la pareja muy feliz y contenta, y en el centro de la imagen, entre los dos tortolitos, el cocker espaniel de los cojones luciendo su más amplia sonrisa… pero bueno, ¿a qué mundo hemos llegado…?
Os pongáis como os pongáis, un perro pertenece al subgénero animal no-pensante, actúa por instinto, su inteligencia es menor que la del compositor del Mola Mazo de Camilo Sepsto, tiene limitaciones, no es tu hijo, no es tu hermano, no es tu cuñada aunque ésta tenga más bigotes que el bicho en cuestión, en pocas palabras, no es un ser humano y, por tanto, necesita disciplina.
Yo no digo que vayamos por ahí con látigos de siete colas ni dándoles descargas eléctricas en los testículos cada vez que se hagan caca fuera de la terraza, pero lo que sí me indigna, y ésa es la verdadera razón que me impulsa a escribir este artículo, es el hecho de que muchos dueños tengan al susodicho cánido más maleducado que un mocoso hijo único caprichoso y mimado, con la salvedad de que si al animal le sueltas un par de bofetadas bien dadas, es probable que te las devuelva con un mordisco en la yugular.
Ya me ha pasado en varias ocasiones el entrar en tienduchas de ropa (curiosamente suelen ser de estilillos radikales, duro-militar o moderno semialternativo-txupi-lerendi regentadas por dependientas ke son lo mash fachion del barrio con pirsins hasta en los sobacos) que según entras al minúsculo recinto de 2x2 metros cuadrados te encuentras de sopetón con la descomunal versión nacionalsocialista de Niebla, recostado cuan largo es frente al mostrador, durmiendo la siesta y campando a sus anchas como el_rey (no el príncipe de Wales) del lugar. Con lo cual mientras paseas por entre los claustrofóbicos pasillos delimitados por montañas de ropa fachion en perchas, tienes que estar al ojo de no pisotearle la barriga al jodido Rottweiller gigantesco, que como se le suelte un estornudo hace temblar el pladur de las paredes.
Y qué decir cuando paseas por la calle tan tranquilo, en mi caso no sé si será que la colonia Varón Dandi debe despedir un olor semejante a de las salchichas o, lo que es peor, a perra, porque no hay puñetero día que no camine por mi plaza en dirección a mi casa, de vuelta de mis deberes, que no tenga que atraer por fuerza al puto gran danés más enormemente ENORME de toda Dinamarca y las Islas Feroe juntas, que, en cuanto me divisa a 250 metros, se le tensan las orejas, y sale escopetáo hacia mí a la velocidad de la luz crepuscular, mostrando una dentadura que son todo clavos del 17, en medio de una salva de ladridos a tono de barítono con ronquera, provocándome el susto de muerte vespertino habitual y la consiguiente parada cardíaca de costumbre.
Normalmente, cuando me detengo, el perro parece calmarse, no obstante, lo habitual es que se detenga ante mi y se ponga a olisquear peligrosamente en la zona de la bragueta más próxima a los huevos. En ese momento, mientras contengo la respiración por mi propio bien y el de mis futuros hijos, mientras gruesos goterones de sudor frío corren por mis sienes, aparece cansinamente la profunda gilipollas de la dueña de turno, cachondeándose de mi pavor, con el sempiterno, tópico y odiado dicho favorito de todo amo de perrazo ladrador maníaco-compulsivo que se precie:
-No tengas miedo, si no hace nada …
¿Que no hace nada…? ¿¿¿que no hace nada…??? ya, señora, pero mire usted, que no es por nada pero es que su perro se pone a dos patas y le hace sombra al Pau Gasol…
De otro lado, todos sabéis de los renacuajos hipermega-malosos neonazis bakalas de turno, de acné rebelde en el prepucio incluido, pajilleros y los más duros ellos, que pueblan nuestros parques, ¿verdad…? Ésos que se pasean por la plaza con sus Oakley de submarinista, sus camisitas Lonsdeil de la talla del Pumuki y esos pelos con alerones laterales que, más que semejarles al Lobezno, para mí que le dan cierto aire franciscano… esos que en lugar de cerebro tienen una nuez de macadamia… pues bien, no hay grupo de deficiente-bakalaeros que se precie que no incluya como mascota de la pandilla a un perro semi-carnicero de éstos achaparrados y musculados, tipo buldog, o pitbul-terrier de ésos con cara porcina, con su collar de pinchos y más mala hostia que un vendedor de pipas, sólo que con carácter letal. Con dueños de esa inteligencia próxima a la de los macacos, ¿no es ése un perro asesino en potencia…? Pasean libres por los parques de la ciudad, cuando no sólo ellos deberían llevar correa, sino que sus propios amos bakalutis deberían ser paseados por sus padres con bozal y atados con una cadena al cuello…
No quisiera dar por finalizado este recorrido por entre la galería de los horrores canina sin mentar a la madre que le parió a esos pequeños chuchos, sin duda la subclase inferior de la especie, que conforman los pekineses, caniches, yorkchaires y todos esos clásicos horrorosos perros de vieja con menos pedigrí que un hijo de Torrebruno; los legendarios medio-mierda que acostumbran a combinar el tamaño de una cobaya desnutrida con una malas pulgas y frecuencia de ladrido descomunales. Esos pequeños hijoputas minimalistas, como el maldito Pichurri de mi vecina de abajo, al que para diferenciarlo de una rata hay que recurrir al análisis del ADN, y al cual el simple hecho de verme en el descansillo de la escalera, es razón suficiente para que se le inyecten los ojos en sangre y acuda como loco a roerme los tobillos… cualquier día mutilo con el sacapuntas al Pichurri de los cojones y se lo vendo a los chinos de la esquina de mi calle como relleno de rollitos de primavera…
Por último, destacar una de las graciosas peculiaridades que me instigan a engrandecer mi especial cariño a la especie canina: las imprescindibles esculturas plásticas en color pardo, vulgo mierda, con que acostumbran a decorar nuestros jardines públicos, ya que a pesar de que el ayuntamiento haya agotado el presupuesto repletando los espacios verdes de bolsas y recogedores de boñigas perriles, los dueños muy pulcros ellos se niegan a rebajar su dignidad hasta el punto de evitar el contacto con las heces de su mejor amigo (cosa del toda asquerosa, he de reconocerlo, que hace replantearte verdaderamente quién es el amo y quién el súbdito dominado, mas no obstante el precio a pagar por poseer en propiedad un ser animado incapaz de cagar leyendo el periódico en el water).
Pero no, debido a su desidia e incivismo, dejan fermentar las boñigas sobre el césped hasta servir de merienda a enjambres enteros de nuestras molestísimas y pequeñas amigas coprófagas las moscas o, lo que es peor, acaban por ir a parar a las suelas de las playeras deportivas de gente como yo, en las reducidísimas ocasiones en que cumplo con mi promesa anual de hacer footing de forma diaria (que acaba siendo de forma semestral, pero esto es otro asunto aparte). Con lo cual, cuando subo de vuelta a casa en el reducido espacio del ascensor y compruebo el nauseabundo olor que desprendo, me doy asco de mí mismo y comienzo a dudar del estado de pudrición de mis glándulas sudoríparas. Hasta que compruebo (con una extraña mezcla de alivio y tripas revueltas) que no se trata tan sólo del olor del sudor de mi camiseta, sino que éste está entremezclado con el de la cagada fresca adherida al dorso de mis pies. El sudor corporal se elimina fácilmente con una ducha y gel de baño Día Autoservicio (en casa estamos de rebajas) pero, ¿y la mierda de la zapatilla? ¿quién es el cachondo que se dedica ahora a entremeter un palillo por entre los recovecos de las estrías de la suela de la zapatilla…? ¿que, como además son de éstas modernas, tienen un diseño de miles de líneas que sirven de escondrijos ideales para alojar la boñiga esparcida?
En definitiva: por muy feo que sea éste último, no trates a tu perro igual que si fuese tu hijo. Un cánido es un ser no humano que necesita ciertas restricciones para convivir con el hombre. No hagas este desprecio a la especie humana y comprende que hay privilegios que por el hecho de caminar nosotros a dos patas y mear de pie (caso masculino) o sentado (caso femenino o rarito-masculino) y ellos a tres patas, se les debe de vetar: los chuchos no tienen derecho a compartir ciertos ambiente humanos, no deben viajar en autobús, no deben viajar en metro (a no ser que vendas cupones de la ONCE); no les dejes sentarse en los sillones, ríñele si amenaza a algún amiguete enseñándole los colmillos o si trata de montarse a la hija pequeña del vecino (no seas guarro y no aproveches encima para grabarlo en vídeo, so degenerao), záscale algún mamporro si se lo merece, que no te va a pedir daños y perjuicios, en definitiva, edúcale y mantenle bajo una disciplina.
Jamás he creído en la superioridad de las razas cuando me ciño al ser humano y al color de su piel: si ampliamos el campo e incluimos a los animales, a los perros particularmente, entonces me declaro abiertamente nazi: el hombre es un ser superior.
Segregación animal, YA.
Quepassssa dixit