cuento

Tomahawk

RangoNovato de mierda
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30 Nov 2003
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Érase una vez una niña que vivía en una ciudad gris y muy grande la cual estaba rodeada una parte por montañas y la otra por mar. Toda la población vivía cerca del mar ya que su mayoría se dedicaba a la pesca. La particularidad de todos sus edificios es que las ventanas miraban siempre al azul del mar, nunca nadie se fijaba en las montañas. Todos los apartamentos... menos el de esta niña.

Ella, que vivía sola con su gatita Yoko en una pequeña buhardilla, estaba triste porque a nadie en la ciudad le gustaba la música y siempre se quejaban de que ella la escuchaba a todas horas y para contrarrestar esta pena se asomaba de cuando en cuando a la ventana a contemplar las montañas. Le atraía el color verde de los árboles y el brillo de sus hojas por la mañana.

Cuando sus amigos venían a visitarla le decían que tenía que olvidarse de las montañas porque nadie vivía en ellas y porque las viejas leyendas decían que sus árboles hablaban y ahuyentaban a los humanos. Ella parecía escucharles pero realmente no lo hacía.
Llegó el verano y todo el mundo se marchó de vacaciones. Ella se quedó sola en la gran ciudad acompañada por su gata y por los graznidos de las gaviotas.

Un día muy caluroso y anaranjado sin saber que hacer enchufó la televisión y vio un capítulo de “Stark y Hutch”. Una vez acabado se levantó y puso un cd de Motormark, uno de sus grupos favoritos. Se puso a deambular por su pequeño apartamento hasta que acabó asomada una vez más a la ventana. Con la mirada fija y los pensamientos en otra parte se dejaba llevar por las letras de las canciones.

De repente le atrajo el destello de una luz desde las montañas que parecía hacerle señas. Al principio le costó unos segundos saber si era real o estaba soñando pero sin duda alguna era real. “¿Qué significará esa luz?” “¿Vendrá dirigida a mí?”-pensó la niña. Sin duda alguna tendría que comprobarlo y ahora era el momento ideal porque la ciudad estaba vacía y nadie la vería. Puso comida para Yoko, cogió provisiones y decidió ir a las montañas.

Las calles estaban completamente desiertas y tan solo algunas veces se cruzaban ante ella personajes sin identidad que deambulaban sin destino buscando una salvación. Algunos le susurraban, otros le rozaban pero ella mantenía la mirada fija en el suelo y andaba cada vez más deprisa. Al cabo de un rato llegó al puente que separaba la ciudad con las faldas de las montañas e inmóvil contempló mas de cerca el verde que tanto tiempo la había estado fascinando. Cruzó el puente y de repente se vio surmegida en un mundo totalmente diferente. El verde ya no era tan claro y las copas de los árboles tapaban el azul del cielo. Muchos de estos árboles estaban completamente desgastados por el tiempo y sus ramas se retorcían casi hasta tocar el suelo.

Le costó trabajo encontrar un sendero pero cuando lo encontró no supo qué camino tomar: derecha o izquierda. De repente le pareció ver una sombra a la izquierda que cruzaba el camino y pensó que sería buena idea seguirla por si se trataba de alguien que pudiera ayudarla. Corrió y corrió... su cabeza retumbaba. Le vino a la cabeza “Paranoid Android” de Radiohead y lo que parecían segundos se convirtieron en minutos y tras un largo rato, agotada decidió parar. Había un pequeño claro cerca del camino y decidió tumbarse para descansar.

Con la mirada fija en las ramas de los árboles oía susurrar su nombre. Poco a poco fue cerrando los ojos. A lo lejos se oía “Night Clouds” de Limp y se dejó llevar por el sueño. Soñó que unos brazos la acariciaban y la transportaban al cielo. Desde allí veía las copas de los árboles y con sus dedos podía acariciar las hojas. El tacto era suave y todo aquello la hacía sentirse especial. De repente empezó a caer y a caer. Nunca había final. Caía y caía hasta que unos brazos fuertes la sujetaron. Se encontró de cara con el tronco de un árbol y algunas de sus arrugas formaban un hermoso rostro que la miraba sonriente. No sintió miedo porque sus ojos demostraban bondad y sabiduría. A través de esos ojos se asomaba todo su pasado y su presente y algo le decía que le podían desvelar su futuro.

El rostro suspiró y le dijo: “Te damos la bienvenida a nuestro bosque. Hace tiempo que te estamos esperando. Todos nosotros te vemos asomada cada día a tu ventana y solo tu nos contemplas con admiración. Solo unos pocos durante siglos y siglos han sentido tu mismo interés y ahora se encuentran aquí, cerca de ti. Te damos la opción de que te quedes con nosotros o que vuelvas a tu ventana. No te haremos ningún daño.”
La niña dijo: “¿Y qué gano yo quedándome aquí? ¿Cómo voy a vivir?” a lo que el árbol respondió: “Aquí nunca nadie te verá diferente. Aquí escucharás las mejores canciones de tu vida y nadie te criticará por ello. Aquí vivirás eternamente y sin preocupaciones”.
La niña se quedó pensativa....no es que le gustara vivir especialmente en la ciudad pero tampoco estaba segura si podría vivir el resto de su vida a la intemperie, sin ningún techo. El árbol pareció leerle los pensamientos y le dijo: “No sufras. Te daremos lo que necesites”.

Y entonces la niña comprendió y quiso quedarse a vivir allí y cuando fue depositada en el suelo vio como sus piernas y su cuerpo se convertían en tronco de madera y sus brazos se alargaban hasta convertirse en ramas. Su cabello se estiró y dio las hojas verdes y brillantes que a ella tanto le gustaban y no tenía miedo porque se oían canciones fascinantes. Y ese árbol se hizo fuerte y hermoso con los años y nunca nadie le molestó. Y...colorín colorado...este cuento de verano se ha acabado.
 
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