Juvenal
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- 23 Ago 2004
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DEBERÍA ESTAR BAILANDO O MISIÓN CUMPLIDA
Se agolpa la multitud ante las barras; todos, hombres y mujeres, buscan lo mismo en aquel lugar. También yo, por supuesto. Me deslizo evitando empujones y codazos, con paso firme camino hacia mi objetivo. He salido de casa con una misión que cumplir: el objeto de mi interés está marcado, la estrategia está trazada... Sólo falta que el azar y la fortuna me favorezcan, al menos en esta ocasión.
Así que allí estoy, entre la muchedumbre. Y de repente un cosquilleo recorre todo mi cuerpo, instintivamente esbozo una sonrisa y mis pies comienzan a agitarse entre la gente. Es una chispa, es un espasmo electrizante que produce una agradable sensación, como si una mano invisible masajeara tu espalda. Alguien ha leído mi mente, ya que de los altavoces han comenzado a brotar las notas de “You should be dancing”. Si creyera que existe un paraíso distinto de los artificiales, es evidente que el falsete de los Bee Gees se hallaría omnipresente. “Cada vez”, pienso, “ponen mejor música aquí”.
Parece que alguien adivina mis pensamientos, pues mientras me acerco a la rubia teñida con gafas, a la que calculo unos veintimuchos o treintaypocos, por los altavoces Asia anuncia el calor del momento. Pronto llegará el momento de la conversación, espero estar a la altura de las circunstancias.
Nuestros ojos miopes se cruzan, la rubia comienza a hablar:
—¿Tiene la tarjeta cliente?
—No —siempre he sido parco en palabras.
—¿Son dos de medio?
—Sí.
—Son uno con veinticuatro.
—Aquí tiene —aprovecho y le endiño toda la calderilla: dos monedas de cincuenta céntimos, cuatro de cinco céntimos y dos de dos céntimos.
Regreso a casa con la satisfacción de haber cumplido el encargo, llevando bajo el brazo dos barras de pan de trescientos veinte gramos. Definitivamente, cada vez es más bueno el pan del DIA. Antes era una mierda, pero de un tiempo a esta parte no tiene que envidiar nada al de las mejores panaderías. No me extraña que la gente se agolpe para llevárselo. Como te descuides y llegues tarde, las barras vuelan; y eso por no mencionar la agresividad de las jodidas viejas que, marcadas por la posguerra, aún se imaginan con la cartilla de racionamiento (tranquila, abuela de los cojones, que hay para todos).
Algunos días el hilo musical del supermercado es de lujo.
What you doin' on your back aah
What you doin'on your back aah?
You should be dancing, yeah
dancing, yeah
My baby moves at midnight
goes right on till the dawn
My woman takes me higher
my woman keeps me warm
Se agolpa la multitud ante las barras; todos, hombres y mujeres, buscan lo mismo en aquel lugar. También yo, por supuesto. Me deslizo evitando empujones y codazos, con paso firme camino hacia mi objetivo. He salido de casa con una misión que cumplir: el objeto de mi interés está marcado, la estrategia está trazada... Sólo falta que el azar y la fortuna me favorezcan, al menos en esta ocasión.
Así que allí estoy, entre la muchedumbre. Y de repente un cosquilleo recorre todo mi cuerpo, instintivamente esbozo una sonrisa y mis pies comienzan a agitarse entre la gente. Es una chispa, es un espasmo electrizante que produce una agradable sensación, como si una mano invisible masajeara tu espalda. Alguien ha leído mi mente, ya que de los altavoces han comenzado a brotar las notas de “You should be dancing”. Si creyera que existe un paraíso distinto de los artificiales, es evidente que el falsete de los Bee Gees se hallaría omnipresente. “Cada vez”, pienso, “ponen mejor música aquí”.
It was the heat of the moment
Telling me what your heart meant
Heat of the moment shone in your eyes
And now you find yourself in 82
The disco hotspots hold no charm for you
You can’t concern yourself with bigger things
You catch the pearl and ride the dragon’s win
Parece que alguien adivina mis pensamientos, pues mientras me acerco a la rubia teñida con gafas, a la que calculo unos veintimuchos o treintaypocos, por los altavoces Asia anuncia el calor del momento. Pronto llegará el momento de la conversación, espero estar a la altura de las circunstancias.
Nuestros ojos miopes se cruzan, la rubia comienza a hablar:
—¿Tiene la tarjeta cliente?
—No —siempre he sido parco en palabras.
—¿Son dos de medio?
—Sí.
—Son uno con veinticuatro.
—Aquí tiene —aprovecho y le endiño toda la calderilla: dos monedas de cincuenta céntimos, cuatro de cinco céntimos y dos de dos céntimos.
Regreso a casa con la satisfacción de haber cumplido el encargo, llevando bajo el brazo dos barras de pan de trescientos veinte gramos. Definitivamente, cada vez es más bueno el pan del DIA. Antes era una mierda, pero de un tiempo a esta parte no tiene que envidiar nada al de las mejores panaderías. No me extraña que la gente se agolpe para llevárselo. Como te descuides y llegues tarde, las barras vuelan; y eso por no mencionar la agresividad de las jodidas viejas que, marcadas por la posguerra, aún se imaginan con la cartilla de racionamiento (tranquila, abuela de los cojones, que hay para todos).
Algunos días el hilo musical del supermercado es de lujo.