De la Sorna
Forero del todo a cien
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- 11 Nov 2009
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Ella está sola en Montreux. Va a un concierto, el cantante no deja de mirarla, es atractivo, suena a Van Morrison. Al final se le acerca, una cerveza, al hotel más caro de la ciudad, donde Nabokov pasó sus últimas semanas. Tiene 23 años y es nieto de Charles Chaplin, a ella le tiemblan los tobillos: lleva algo de amor en los bolsillos y quiere regalárselo.
Y mientras yo, en Móstoles. Delante un libro titulado Mecánica de fluidos incompresibles y turbomáquinas hidráulicas. ¿Qué me queda? ¿Qué soy? No soy nieto de Chaplin ni puedo viajar a Suiza cuando quiera. Acumulo ecuaciones como quien acumula billetes de tren a un mundo que no es el que le corresponde, ni siquiera el que quisiera habitar. Si me esfuerzo podría tener éxito: convertirme en uno de esos señores que se bajan en traje de un Audi 6 y compran y venden turbinas. Pero eso no es ser reportero de El País. Eso no es llevarse la vida por delante. Para ella una noche significa un cantante en los Alpes, otra, un fotógrafo famoso que viaja por el mundo. Antes sus noches eran mías, pero yo vivo con mis padres, a 700 km. en una ciudad menos brillante y sin mar y apenas intuyo nada, o si hay algo que intuir.
Me quedan los libros. Me queda Octavio Paz. ¿Qué sentido tiene leer a Lacan ahora? ¿Qué sentido tiene Deleuze cuando debo aprobar elasticidad y resistencia de materiales? Me quedan los amigos: unos amigos que, como yo, siempre han vivido a través de otros. Unos amigos que fueron brillantes cuando con 16 años empezaban a leer a Unamuno pero que ahora, con 21, no han salido del bar en el que cada noche de viernes bebemos. Me quedan los vídeos de Wilco, sólo vídeos, nunca he podido pagar una entrada para sus conciertos, me queda Pessoa y me quedan muchas noches frente al ordenador, leyendo sus textos que ya no tratan sobre mí. El orgullo de ir aprobando, la satisfacción del que se acerca al final, eso no, frente a otra, quizá, frente a ella, que me conoce, no puedo esgrimirlo. Me queda, como desde que tengo 15 años, mirar vídeos de Franco Battiato y preguntarme si lo hago irónicamente o porque disfruto de ellos (¿qué hago? ¿dónde está el centro de gravedad permanente?), me queda pensar que hay otras, pero las otras no son así. Las otras ni saben escribir ni tienen ese pelo ni han vivido entre París y Ámsterdam. Con las otras no se habla de Debord, las otras no arrugan la nariz. "Nos hemos conocido demasiado pronto" sostuvo ella siempre. Aquella noche en la que me invitó a su casa, yo estaba rígido, contrito, tímido, se acercó a mí y me susurró:
Mis manos
abren las cortinas de tu ser
te visten con otra desnudez
descubren los cuerpos de tu cuerpo
Mis manos
inventan otro cuerpo a tu cuerpo.
Saber, como diría Tranströmer que durante los años tristes, centelleó mi vida sólo cuando hice el amor contigo.
Y ahora no sé qué hacer. La volveré a ver. Hay mil ocasiones en las que coincidiremos: tenemos amigos en común y veranemos cerca. No sé, no quiero volver a ser la persona que en la universidad se lleva bien con todo el mundo, que va a todas las fiestas y se emborracha pero que "qué cosas tan raras dice". No quiero liarme con una estudiante de enfermería en una sangriada para después volver a casa y escuchar Electrolite, como siempre. No quiero ver a mi padre cada mañana consumirse, ver cómo no lo nota, cómo está atrapado en lo cotidiano. Me gustaría poder gritarle que en sus libros están subrayados los mismos fragmentos que hubiera subrayado yo, que, joder, dejaste la tesis sobre Huidobro a medias por no atreverte a vivir unos meses en Chile y ahora mira: esto es todo. Una berlina, una oposición aprobada, un piso de mierda, el Atleti y un hijo gilipollas.
(la vida se detiene aquí)
Y mientras yo, en Móstoles. Delante un libro titulado Mecánica de fluidos incompresibles y turbomáquinas hidráulicas. ¿Qué me queda? ¿Qué soy? No soy nieto de Chaplin ni puedo viajar a Suiza cuando quiera. Acumulo ecuaciones como quien acumula billetes de tren a un mundo que no es el que le corresponde, ni siquiera el que quisiera habitar. Si me esfuerzo podría tener éxito: convertirme en uno de esos señores que se bajan en traje de un Audi 6 y compran y venden turbinas. Pero eso no es ser reportero de El País. Eso no es llevarse la vida por delante. Para ella una noche significa un cantante en los Alpes, otra, un fotógrafo famoso que viaja por el mundo. Antes sus noches eran mías, pero yo vivo con mis padres, a 700 km. en una ciudad menos brillante y sin mar y apenas intuyo nada, o si hay algo que intuir.
Me quedan los libros. Me queda Octavio Paz. ¿Qué sentido tiene leer a Lacan ahora? ¿Qué sentido tiene Deleuze cuando debo aprobar elasticidad y resistencia de materiales? Me quedan los amigos: unos amigos que, como yo, siempre han vivido a través de otros. Unos amigos que fueron brillantes cuando con 16 años empezaban a leer a Unamuno pero que ahora, con 21, no han salido del bar en el que cada noche de viernes bebemos. Me quedan los vídeos de Wilco, sólo vídeos, nunca he podido pagar una entrada para sus conciertos, me queda Pessoa y me quedan muchas noches frente al ordenador, leyendo sus textos que ya no tratan sobre mí. El orgullo de ir aprobando, la satisfacción del que se acerca al final, eso no, frente a otra, quizá, frente a ella, que me conoce, no puedo esgrimirlo. Me queda, como desde que tengo 15 años, mirar vídeos de Franco Battiato y preguntarme si lo hago irónicamente o porque disfruto de ellos (¿qué hago? ¿dónde está el centro de gravedad permanente?), me queda pensar que hay otras, pero las otras no son así. Las otras ni saben escribir ni tienen ese pelo ni han vivido entre París y Ámsterdam. Con las otras no se habla de Debord, las otras no arrugan la nariz. "Nos hemos conocido demasiado pronto" sostuvo ella siempre. Aquella noche en la que me invitó a su casa, yo estaba rígido, contrito, tímido, se acercó a mí y me susurró:
Mis manos
abren las cortinas de tu ser
te visten con otra desnudez
descubren los cuerpos de tu cuerpo
Mis manos
inventan otro cuerpo a tu cuerpo.
Saber, como diría Tranströmer que durante los años tristes, centelleó mi vida sólo cuando hice el amor contigo.
Y ahora no sé qué hacer. La volveré a ver. Hay mil ocasiones en las que coincidiremos: tenemos amigos en común y veranemos cerca. No sé, no quiero volver a ser la persona que en la universidad se lleva bien con todo el mundo, que va a todas las fiestas y se emborracha pero que "qué cosas tan raras dice". No quiero liarme con una estudiante de enfermería en una sangriada para después volver a casa y escuchar Electrolite, como siempre. No quiero ver a mi padre cada mañana consumirse, ver cómo no lo nota, cómo está atrapado en lo cotidiano. Me gustaría poder gritarle que en sus libros están subrayados los mismos fragmentos que hubiera subrayado yo, que, joder, dejaste la tesis sobre Huidobro a medias por no atreverte a vivir unos meses en Chile y ahora mira: esto es todo. Una berlina, una oposición aprobada, un piso de mierda, el Atleti y un hijo gilipollas.
(la vida se detiene aquí)