cuellopavo
Frikazo
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“Siamese Dream” (1993) y “Mellon Collie and the Infinite Sadness” (1995) me entusiasmaron, como deberían entusiasmarle a cualquier amante del buen rock (o rock alternativo o indy rock o como quiera que se le llame ahora a esa mierda; he llegado a ver que lo llamaban heavy metal; quién sabe ya qué es cada cosa). Cuando se publicó Adore en 1998 yo ya estaba bien atento y me esperaba algo bueno. Conseguí una copia del CD, y me lo puse. Y… bueno. Había un par de canciones que me gustaban, Once Upon a Time y Blank Page, pero en general me pareció un disco bastante extraño, plano, el tipo de música que no te das cuenta que está sonando si prestas atención a otra cosa. Muy largo, nada cañero, sin guitarras rockeras, sin poderosos redobles de batería, sin melodías tarareables, jodidamente distinto, en definitiva, de todo lo que me gustaba.
Con este panorama, lo escuché unas cuantas veces y lo dejé un poco de lado. Luego me enteraría de que estaba siendo bastante vapuleado por la crítica musical (que todos sabemos que es una mierda, en cualquier caso), que al parecer entendía que el disco no era más que una muestra de grandilocuencia vacía y pretenciosa. Lo cual no deja de parecerme curioso porque poco después a Radiohead empezaron comerles la polla tras hacer Kid A, un disco que hacía reales todas los supuestos defectos de Adore, y muy inferior desde mi punto de vista, pero eso ya es otro tema.
Lo que ocurrió fue que al verano siguiente me vi atrapado durante un mes en unas de esas vacaciones forzadas e ineludibles, con tan solo un par de libros, un discman viejo y unos pocos CDS que el aparato pudiera reproducir, entre los que se contaba, cosas del destino, el dichoso Adore. En menos de una semana terminé los libros que tenía (creo que Ubik y uno de Dumas), y empecé a descubrir maneras nuevas de perder el tiempo. Y llegó un momento en que me puse a escuchar música sin hacer nada, pues nada había que hacer, tan sólo escucharla en silencio.
Y empecé a oír cosas que no había oído antes.
Es difícil de explicar, todos esos matices, las pequeñas notas imperceptibles, la atmósfera, esos ritmos irregulares. Adore es un disco nocturno y triste, nostálgico a veces, siempre evocador, inspirado, brillante en su oscuridad, con muchas capas que analizar y muchos significados que percibir. Apreciarlo exige atención, pero paga con creces; es melancólico, pero transmite paz. Uno puede disfrutarlo a muchos niveles, y yo mismo lo estoy redescubriendo ahora, leyendo las letras, excelentes, mientras suena el CD.
Arranca con To Sheila, una de mis canciones favoritas de todos los tiempos, en lo que puede ser uno de los mejores inicios de disco jamás realizados. To Sheila marca por completo la pauta de lo que serán los 70 minutos siguientes, y debió de ser una gran sorpresa encontrar delicados susurros para los que esperaban escuchar gritos de rabia. Me parece increíble que no me haya fijado en este tema las primeras veces que escuché el disco; luego me enamoré de él y nunca volvió a decepcionarme.
Después viene el single, Ava Adore, que acaba por ser (extrañamente) la canción con más caña de todo el LP. Es agresiva y tiene clase, pero al mismo tiempo está cargada de poesía. Lo cierto es que el lirismo de las letras mantiene un gran nivel en todo el álbum. Versos como “lovely girl you're the beauty in my world / without you there aren't reasons left to find”, en la propia Ava Adore, se entremezclan con la música en una marea de contrastes donde la belleza se convierte en muerte (“lovely girl you're the murder in my world / dressing coffins for the souls I've left to die”, más adelante) y la persona tan amada (“in you I count stars / in you I feel so pretty / in you I taste god […] we must never be apart”) se presenta desde el principio como una prostituta (“you will always be my whore”).
Tras Perfect, el otro single del disco (que no llegó siquiera a sonar en España), una canción romántica de lo-que-pudo-ser-y-no-fue, llega el único punto flojo en mi opinión, Daphne Descends. Nunca me gustó mucho, es un poco corte de rollo.
Pero remonta inmediatamente con Once Upon a Time, la primera canción que me atrajo en la primera escucha. Viendo la letra, es inevitable preguntarse en qué medida la muerte reciente de la madre de Billy Corgan influyó en el sonido del disco, lleno de mística, nostalgia y tristeza. Sin duda es un dato importante para entender el contexto, y en OUaT se revela muy claramente ("mother I hope you know / that I miss you so / time has ravaged on my soul / to wipe a mother's tears grown cold").
También podemos ver algo de esto en Tear, un tema de corte más bien experimental que suena de lujo en directo, con ese crescendus interruptus (“and for the first time heaven seemed insane / cause heaven is to blame / for taking you away”). Tengo que decir, eso sí, que el disco es totalmente distinto en directo.
Con Tear está muy hermanada la siguiente canción, Crestfallen, o al menos así me lo ha parecido siempre, debido a su esqueleto de piano. En esta ocasión el dolor del amor perdido es más romántico que filial, y mucho más amargo y desmoralizador (“who am I to need you now / to ask you why, to tell you no / to deserve your love and sympathy / you were never meant to belong to me”)
La octava pista, Appels+Oranjes, cambia por completo las reglas (desde su mismo título, como se puede ver), aunque se mantiene coherente. Es una canción que transmite un vibrante optimismo, todo un ¿y qué? a lo anterior. En sus múltiples preguntas no hay respuesta, pero se adivina la comprensión de una verdad más profunda, y es una verdad tranquilizadora (“what if what is isn't true? / what are you going to do? / what if what is isn't you? / does that mean you've got to lose?”). Como curiosidad, decir que esta canción es totalmente sintética, salvo la voz.
Pug, la novena pista, es otro de mis momentos esperados, ya que aúna admirablemente rock y electrónica en un tema electrizante como un cable de alta tensión desbocado.
Continuará… o no