Pues yo maltrato a mi perro!.Y lo maltrato precisamente porque es mío, y porque le pasa como a algunas mujeres, que cuanto más las castigas más te quieren.
Yo creo que al perro le gusta que le patee. En realidad está acostumbrado, y es la única forma que tiene de relacionarse conmigo. Se pasa el día encerrado en una estrecha terraza, y como le he propinado ya sus buenas palizas por mearse o cagarse en el único espacio que tiene, el pobrecito es capaz de aguantar hasta más de 36 horas sin aliviarse. Cuando llego a casa, ya de noche, se pone a dar saltitos de alegría y me hace toda clase de zalamerías. En realidad lo que quiere es que lo saque a la calle, donde puede aliviarse a sus anchas. Pero es entonces cuando más lo puteo, pues a cada patada que le propino en el vientre se le escapa algo de orina, y entonces yo le regaño con grandes y amenazadoras voces hasta achararlo por completo… ¡y hasta llora de culpabilidad! Tras de unas caricias para congraciarme con él, le lleno su escudilla con agua -lleva todo el día sin beber-, pero el animal no se atreve ni a tocarla, porque como está a punto de reventar, con que beba un poquito vuelve a escapársele la orina… y ya sabe lo que le espera, jeje.
Finalmente, y después de haberle enseñado varias veces la correa, sin llegar a engancharlo, lo saco por fin a la calle -¡qué contento se pone el muy desgraciado!-, pero no le dejo mear hasta llegar a la puerta de la peluquería -odio al peluquero- donde mea como un caballo, y allí mismo caga, mas si alguien nos observa saco una bolsita de plástico y recojo la hez para echarla en un contenedor, con lo que todos los vecinos me toman por un ciudadano ejemplar. Si veo que nadie me observa se la dejo al peluquero, para que se la encuentre por la mañana en la puerta de su establecimiento… ¡ja!
Después de un breve paseo subimos a casa. Es la hora en que le suelo poner su comida, pero yo me hago el olvidadizo… y el pobre no sabe cómo ni se atreve a recordármelo. Cuando finalmente se la sirvo en su escudilla -después de fregarla minuciosamente, no por higiene, sino para hacerlo esperar un poco más- y después de dar buena cuenta de ella en unos pocos segundos -tal es su hambre y tan escasa la cantidad que le sirvo (seguro que no tiene colesterol en sangre, jejeje)- intenta colmarme con toda clase de halagos que yo rechazo con indiferencia.
Indiscutiblemente el perro es el mejor amigo del hombre.