Juvenal
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- 23 Ago 2004
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`It is curious,' he remarked, `but I feel quite warm now, although it is so cold.'
Ni valquirias, ni huríes, ni ríos de leche y miel. Nada existirá y nada nos espera; y lo máximo que podría admitir es un Hades por donde transitan soplos que ignoran que fueron almas, sombras vacías sin consciencia, sin recuerdos...
Mi abuela era muy devota, y nunca aprendió a leer silenciosamente; lo hacía con un leve susurro. Rezaba de la misma forma, con un murmullo apenas audible y conocía infinidad de oraciones, que yo desconozco. La contemplaba persignándose, con gesto que me parecía mecánico y que nunca he aprendido a hacer, y la escuchaba recitar de memoria todas las provincias de España, por orden alfabético. Lo había aprendido en la escuela y en primer lugar siempre nombraba a Madrid, algo que yo consideraba injusto.
Nunca he sido creyente; la liturgia, los gestos, los ritos, sin embargo, me han atraído desde la niñez y en el catolicismo encuentro una fascinación, un encanto que nunca he visto en otras religiones.
Deseaba visitar una iglesia sin que fuera excusa una boda, bautizo o funeral, pero donde me hallaba todas las que encontraba tenían a lo sumo treinta años, construcciones modernas que podían haber pasado perfectamente por cualquier otro edificio. No era eso lo que buscaba. Y lo encontré en las afueras de una pequeña ciudad.
![la_ermita.jpg](https://xs50.xs.to/pics/05411/la_ermita.jpg)
En la cima del monte se hallaban las ruinas de un castillo, y a mitad de camino entre el cielo y el llano estaba lo que quería . Una pequeña ermita del siglo XI, una construcción románica, achaparrada, propia de gentes que no pasaban del metro y medio y consideraban el baño una mala costumbre.
Entré, y vi mi rostro reflejado en la pila. “Algo debe de tener, cuando la bendicen”, pensé. No me santigüé, ni me incliné ante ninguna imagen ni mojé mis dedos en la pila, como había visto hacer a mi abuela.
Simplemente, me adentré. No había nadie en su interior, completamente vacía... las cuatro viejas de la misa anterior ya se habían marchado. Tenía toda la iglesia para mí y paseé por ella, casi a oscuras, pues únicamente llegaba algo de claridad a través de la entrada y de algún pequeño rayo de luz que se filtraba desde la bóveda.
Toqué la fría piedra antigua; observé la capilla, una inscripción llamó mi atención, y me senté en uno de los bancos, en silencio, quizá por dos horas, antes de marcharme.
Mucho más tarde entré en otro templo. En el nártex una mirada me examinó desde la altura y unos brazos fornidos me franquearon el paso. Dentro, todo estaba a oscuras, salvo las luces que salpicaban, parpadeantes, destellos hipnóticos a la multitud que lo abarrotaba.
La música atronadora retumbaba en mis oídos y apoyé mi mano en la pared, y la noté caliente al tacto.
Sólo existen unos ojos brillantes que nos observan, una palma que acaricia una mejilla enrojecida, una lengua juguetona que se desliza por un cuello flexible, unos labios ávidos que nos susurran al oído, un alma que quiere fundirse en abrazo...
Sólo existe eso. Es más que suficiente.
¿No lo creen?