ruben_clv
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- 5 Sep 2005
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Mi nombre es Goliadkin. Y no sé quién soy.
No, no quiero que me malinterpreten. Conozco mi fecha y lugar de nacimiento. Recuerdo con cariño mi niñez, mis primeros años de escuela; a Rodya, Petya, Masha y el resto de niños con los que comparti rodillas peladas. Me regocijo en escenas familiares al calor del samovar. Aún recuerdo la risa estruendosa de mi abuelo y el olor de la pipa de mi tío. También conozco, como ya he avanzado, mi nombre. Podría enumerar, además, en perfecto orden cronológico, todos y cada uno de los trabajos que he tenido, los nombres de mis compañeros y los motivos que me empujaron a cambiar de oficio. Aprendí a tallar y no he olvidado ese arte. También puedo amansar al más fiero de los caballos y hacer caminar a la más terca de las mulas. Pero, como les digo, no sé quién soy.
Camina por ahí, aparentemente distraido de mi existencia, cierto personaje con el que comparto más de un rasgo. Para empezar, parece que somos tocayos. Parece, del mismo e increible modo, que nacimos en la misma región, aunque me ha faltado valor para averiguar más datos sobre su exacta procedencia. Por lo que he escuchado tenemos la misma edad, pero bien podría decirse que, en apariencia, él es más joven. Prueba de ello son los comentarios que en varias ocasiones han hecho referencia a mi "mala cara", el tamaño de mis ojeras o la flaccidez de mis mejillas, "cuando usted, ayer mismo, al verle en la galería comercial, parecía tan lozano como un veinteañero". El otro, como adelantaba, parece no haberse percatado de mi existencia, pero es indudable que su comportamiento ha perjudicado de manera notable mi posición. Yo, que para nada soy amigo de las máscaras y la lisonja, he sido testigo indirecto de las malas artes que este segundo Goliadkin ha llevado a cabo para malograr mis recientes éxitos sociales y profesionales. Si un día me ausento del trabajo, aprovecha él para ganarse la confianza de mis superiores y beneficiarse de ello, si otrora se me invita a alguna fiesta o recepción, se las apaña para que esa invitación nunca llegue a mí y poder ganarse así el favor de alguna dama en mi lugar. De ahí mi carácter taciturno, de profunda preocupación interior, flema que afecta ya a mi apariencia exterior y hace que, cada vez más, los comentarios en favor del segundo Goliadkin lleguen a mi oídos.
Estoy sentado a la mesa, escribiendo estas líneas, sin saber bien cómo procederé en los próximos minutos; pues el momento de la verdad ha llegado. Petrushka debe andar ya acompañado de ese misterioso caballero al que mandé a buscar hace horas. Le imagino cruzando el puente en dirección a mi casa, con una sonrisa confiada dibujada en la boca y haciendo girar una moneda entre sus dedos. Le imagino moverse con familiaridad entre los escombros del pasaje y subiendo la escalera de acceso al piso esquivando con agilidad la madera más podrída de los peldaños. Puedo imaginarle abriendo la puerta para después quitarse el abrigo y doblarlo sobre una silla. Petrushka, maldito holgazán, ¿cuánto más habré de esperar? Largas han sido las noches y escaso el descanso. Estoy sentado a la mesa sin saber bien cómo he de reaccionar cuando él llegue. Y, bien, ¿cómo habrá de reaccionar él? Borrachos deben ir ya, los dos. A mis espaldas todo es motivo de fiesta. Quizá será mejor descansar, sí. Les oiré al llegar y no tardaré en levantarme de la cama. Luego prepararé algo de té y zanjaremos, de una vez por todas, este asunto.
Hace años, una amiga de la niñez me llamó a casa tras mucho tiempo sin saber de ella. Tras saludarme como es habitual, me preguntó si había salido de Valencia en los últimos días. Yo, que debía tener entonces doce o trece años, no había salido aún de la ciudad que me había visto nacer, y así se lo hice saber. "Pues bien, Rubén, ayer te vi en Madrid, a sólo un par de calles de mi casa. Caminé siguiendo tus pasos durante unos minutos al ver que no me saludabas. Eras tú, tu cara, tu cuerpo, tu forma de caminar y de hablar. Desde ese momento no he pensado en otra cosa más que en llamarte."
Página Transversal. Literatura en la Red. Jorge Luis Borges. El Otro
DADME ALGO, PAISANOS
No, no quiero que me malinterpreten. Conozco mi fecha y lugar de nacimiento. Recuerdo con cariño mi niñez, mis primeros años de escuela; a Rodya, Petya, Masha y el resto de niños con los que comparti rodillas peladas. Me regocijo en escenas familiares al calor del samovar. Aún recuerdo la risa estruendosa de mi abuelo y el olor de la pipa de mi tío. También conozco, como ya he avanzado, mi nombre. Podría enumerar, además, en perfecto orden cronológico, todos y cada uno de los trabajos que he tenido, los nombres de mis compañeros y los motivos que me empujaron a cambiar de oficio. Aprendí a tallar y no he olvidado ese arte. También puedo amansar al más fiero de los caballos y hacer caminar a la más terca de las mulas. Pero, como les digo, no sé quién soy.
Camina por ahí, aparentemente distraido de mi existencia, cierto personaje con el que comparto más de un rasgo. Para empezar, parece que somos tocayos. Parece, del mismo e increible modo, que nacimos en la misma región, aunque me ha faltado valor para averiguar más datos sobre su exacta procedencia. Por lo que he escuchado tenemos la misma edad, pero bien podría decirse que, en apariencia, él es más joven. Prueba de ello son los comentarios que en varias ocasiones han hecho referencia a mi "mala cara", el tamaño de mis ojeras o la flaccidez de mis mejillas, "cuando usted, ayer mismo, al verle en la galería comercial, parecía tan lozano como un veinteañero". El otro, como adelantaba, parece no haberse percatado de mi existencia, pero es indudable que su comportamiento ha perjudicado de manera notable mi posición. Yo, que para nada soy amigo de las máscaras y la lisonja, he sido testigo indirecto de las malas artes que este segundo Goliadkin ha llevado a cabo para malograr mis recientes éxitos sociales y profesionales. Si un día me ausento del trabajo, aprovecha él para ganarse la confianza de mis superiores y beneficiarse de ello, si otrora se me invita a alguna fiesta o recepción, se las apaña para que esa invitación nunca llegue a mí y poder ganarse así el favor de alguna dama en mi lugar. De ahí mi carácter taciturno, de profunda preocupación interior, flema que afecta ya a mi apariencia exterior y hace que, cada vez más, los comentarios en favor del segundo Goliadkin lleguen a mi oídos.
Estoy sentado a la mesa, escribiendo estas líneas, sin saber bien cómo procederé en los próximos minutos; pues el momento de la verdad ha llegado. Petrushka debe andar ya acompañado de ese misterioso caballero al que mandé a buscar hace horas. Le imagino cruzando el puente en dirección a mi casa, con una sonrisa confiada dibujada en la boca y haciendo girar una moneda entre sus dedos. Le imagino moverse con familiaridad entre los escombros del pasaje y subiendo la escalera de acceso al piso esquivando con agilidad la madera más podrída de los peldaños. Puedo imaginarle abriendo la puerta para después quitarse el abrigo y doblarlo sobre una silla. Petrushka, maldito holgazán, ¿cuánto más habré de esperar? Largas han sido las noches y escaso el descanso. Estoy sentado a la mesa sin saber bien cómo he de reaccionar cuando él llegue. Y, bien, ¿cómo habrá de reaccionar él? Borrachos deben ir ya, los dos. A mis espaldas todo es motivo de fiesta. Quizá será mejor descansar, sí. Les oiré al llegar y no tardaré en levantarme de la cama. Luego prepararé algo de té y zanjaremos, de una vez por todas, este asunto.
Hace años, una amiga de la niñez me llamó a casa tras mucho tiempo sin saber de ella. Tras saludarme como es habitual, me preguntó si había salido de Valencia en los últimos días. Yo, que debía tener entonces doce o trece años, no había salido aún de la ciudad que me había visto nacer, y así se lo hice saber. "Pues bien, Rubén, ayer te vi en Madrid, a sólo un par de calles de mi casa. Caminé siguiendo tus pasos durante unos minutos al ver que no me saludabas. Eras tú, tu cara, tu cuerpo, tu forma de caminar y de hablar. Desde ese momento no he pensado en otra cosa más que en llamarte."
La Sombra solo es peligrosa cuando no le prestamos debida atención
Página Transversal. Literatura en la Red. Jorge Luis Borges. El Otro
"... Aveces, camino del colegio, experimentaba de pronto la sensación de que Demian venía detrás de mí, y al volver la cabeza lo veía efectivamente acercarse.
http://es.youtube.com/watch?v=xbLB21If2YA&feature=related
DADME ALGO, PAISANOS