Frente Negro
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El páramo franquista
Jorge Álvarez
Se acaba de publicar un libro del “Gomaespuma” Juan Luis Cano en el que este original humorista retrata a través de sus recuerdos, la vida de los niños en los barrios y pueblos de España hace treinta y tantos años, o sea, en el franquismo. No he leído aún el libro y en consecuencia no pretendo hablar de él. Pero sí del reportaje publicitario gratuito que le dispensó el diario El Mundo hace apenas un par de semanas. Firma este publi-reportaje un tal Javier Lorenzo. Este periodista se muestra bastante obsesionado con que los hipotéticos lectores del libro no caigan en un sentimiento nostálgico al recordar su infancia. Permanentemente nos avisa de que aunque aquello, a la luz del relato, pudiera parecer en ocasiones divertido era realmente terrible, una época siniestra, oscura y cruel, de sufrimiento inimaginable. Anima al autor a ratificarse en esta opinión, algo a lo que el señor Cano accede. Pero cada vez que éste anticipa detalles de lo que podemos leer en el libro, nos da la sensación de que esa vida que nos describen no casa muy bien con los avisos previos contra la nostalgia o la complicidad con aquellos tiempos.
Por ejemplo, el periodista escribe textualmente “Nos hallamos, pues, ante el retrato de una época pobre y cruel...”, o “En un país laminado social, cultural y políticamente por el franquismo, los niños -tal vez también los locos- eran los únicos que podían escapar de ese páramo...”.
Sin embargo Juan Luis Cano nos habla de un país en el que los críos jugaban en pandillas en la calle hasta muy tarde, hasta que su madre se asomaba a la ventana y les avisaba de que ya estaba lista la cena. De unos chavales que jugaban, unos con otros, a las chapas, a las canicas, al churro-mediamanga..., al escondite, a polis y cacos. De unos adultos que se conocían y se pedían ayuda para cualquier “cosilla”, que se saludaban cortésmente. De unos padres que se sentaban las noches de verano a charlar en los portales mientras sus hijos jugaban en la calle.
La calle, todo giraba en torno a la calle. El propio autor señala en la entrevista que el peor castigo a un niño entonces era prohibirle bajar a la calle. Y también señala que el único peligro para los críos era que algún compañero de juegos les asestara algún mamporro.
¡Pues vaya con el páramo, con el país laminado social, cultural y políticamente! Un país en el que la calle pertenecía a la gente honrada y no a las bandas de delincuentes mayoritariamente extranjeros. En el que los padres no tenían medio de que sus hijos estuviesen solos en la calle hasta altas horas. En el que los niños sabían pasárselo bien sin aparatos electrónicos de cien mil pesetas. En el que los chavales jugaban en pandillas en lugar de encerrarse como autistas en un dormitorio con una “tele” o una vídeo consola. Una España en la que los adultos hablaban y se saludaban unos a otros con una cortesía que hoy nos parece algo lejanísimo, casi mítico.
Personalmente creo que es ahora cuando España está realmente laminada porque, sencillamente, la vida en sociedad, sobre todo en las ciudades, está muriendo. Porque ahora sí hay miedo; miedo a que los hijos salgan solos, no ya de noche, sino a cualquier hora. Miedo a que los hijos caigan en la droga o en el alcoholismo. Miedo a abrirle la puerta un desconocido. De la laminación cultural sería mejor que individuos como el señor Lorenzo no hablasen. Salvo que el actual panorama cultural centrado en famosos del corazón, futbolistas vedettes, cantantes exhibicionistas y “reality shows”, pueda ser entendido como un progreso. Aún recuerdo la televisión franquista que en horas de máxima audiencia programaba obras de teatro, películas clásicas, documentales de naturaleza, series dramáticas de impecable factura. La estupidez del páramo cultural resulta ofensiva cuando repasamos la lista de primerísimas figuras de las artes que ejercieron sus actividades en la dictadura con éxito incontestable.
¿Realmente el majadero que escribe eso piensa que una sociedad así estaba laminada? ¿No será más bien su inteligencia la que está laminada?
Jorge Álva
Jorge Álvarez
Se acaba de publicar un libro del “Gomaespuma” Juan Luis Cano en el que este original humorista retrata a través de sus recuerdos, la vida de los niños en los barrios y pueblos de España hace treinta y tantos años, o sea, en el franquismo. No he leído aún el libro y en consecuencia no pretendo hablar de él. Pero sí del reportaje publicitario gratuito que le dispensó el diario El Mundo hace apenas un par de semanas. Firma este publi-reportaje un tal Javier Lorenzo. Este periodista se muestra bastante obsesionado con que los hipotéticos lectores del libro no caigan en un sentimiento nostálgico al recordar su infancia. Permanentemente nos avisa de que aunque aquello, a la luz del relato, pudiera parecer en ocasiones divertido era realmente terrible, una época siniestra, oscura y cruel, de sufrimiento inimaginable. Anima al autor a ratificarse en esta opinión, algo a lo que el señor Cano accede. Pero cada vez que éste anticipa detalles de lo que podemos leer en el libro, nos da la sensación de que esa vida que nos describen no casa muy bien con los avisos previos contra la nostalgia o la complicidad con aquellos tiempos.
Por ejemplo, el periodista escribe textualmente “Nos hallamos, pues, ante el retrato de una época pobre y cruel...”, o “En un país laminado social, cultural y políticamente por el franquismo, los niños -tal vez también los locos- eran los únicos que podían escapar de ese páramo...”.
Sin embargo Juan Luis Cano nos habla de un país en el que los críos jugaban en pandillas en la calle hasta muy tarde, hasta que su madre se asomaba a la ventana y les avisaba de que ya estaba lista la cena. De unos chavales que jugaban, unos con otros, a las chapas, a las canicas, al churro-mediamanga..., al escondite, a polis y cacos. De unos adultos que se conocían y se pedían ayuda para cualquier “cosilla”, que se saludaban cortésmente. De unos padres que se sentaban las noches de verano a charlar en los portales mientras sus hijos jugaban en la calle.
La calle, todo giraba en torno a la calle. El propio autor señala en la entrevista que el peor castigo a un niño entonces era prohibirle bajar a la calle. Y también señala que el único peligro para los críos era que algún compañero de juegos les asestara algún mamporro.
¡Pues vaya con el páramo, con el país laminado social, cultural y políticamente! Un país en el que la calle pertenecía a la gente honrada y no a las bandas de delincuentes mayoritariamente extranjeros. En el que los padres no tenían medio de que sus hijos estuviesen solos en la calle hasta altas horas. En el que los niños sabían pasárselo bien sin aparatos electrónicos de cien mil pesetas. En el que los chavales jugaban en pandillas en lugar de encerrarse como autistas en un dormitorio con una “tele” o una vídeo consola. Una España en la que los adultos hablaban y se saludaban unos a otros con una cortesía que hoy nos parece algo lejanísimo, casi mítico.
Personalmente creo que es ahora cuando España está realmente laminada porque, sencillamente, la vida en sociedad, sobre todo en las ciudades, está muriendo. Porque ahora sí hay miedo; miedo a que los hijos salgan solos, no ya de noche, sino a cualquier hora. Miedo a que los hijos caigan en la droga o en el alcoholismo. Miedo a abrirle la puerta un desconocido. De la laminación cultural sería mejor que individuos como el señor Lorenzo no hablasen. Salvo que el actual panorama cultural centrado en famosos del corazón, futbolistas vedettes, cantantes exhibicionistas y “reality shows”, pueda ser entendido como un progreso. Aún recuerdo la televisión franquista que en horas de máxima audiencia programaba obras de teatro, películas clásicas, documentales de naturaleza, series dramáticas de impecable factura. La estupidez del páramo cultural resulta ofensiva cuando repasamos la lista de primerísimas figuras de las artes que ejercieron sus actividades en la dictadura con éxito incontestable.
¿Realmente el majadero que escribe eso piensa que una sociedad así estaba laminada? ¿No será más bien su inteligencia la que está laminada?
Jorge Álva