Asta
Freak
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- 26 Nov 2003
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Coincidiendo con la fecha en la que los todopoderosos Centros Comerciales declaran oficialmente inaugurada la Navidad surgen, puntualmente, de no se sabe qué rincones sórdidos de los suburbios de nuestras grandes ciudades, una turba de personajes variopintos que invaden las calles más concurridas para establecer sus minicentros comerciales de mendicidad.
Como si hubieran recibido un cursillo acelerado de las técnicas más eficaces para explotar los nobles sentimientos de caridad que provoca en la ciudadanía la proximidad de tan entrañables y familiares fiestas (Grrrllll), estos personajes de nuestra fauna humana se distribuyen por los puntos más estratégicos de las calles comerciales.
Músicos callejeros - desde un sencillo acordeón o violín a pequeñas orquestas con cabras sobre escaleras-, vendedores de extrañas loterías, de calendarios dibujados por pintores sin manos, sin pies y sin orejas; tenderetes de los más diversos artículos, aprendices de mimos que causan la admiración de los más pequeños, componen la cara más amable de este panorama callejero.
En un escalón más dramático encontramos auténticos tullidos que exhiben en toda su dimensión sus mutilaciones y junto a ellos una avalancha de personajillos que muestran las pseudo-taras psicológicas y físicas más diversas: piernas que desaparecen en un alarde de prestidigitación tras las faldas, manos y pies conscientemente deformados por simuladas contracturas, pseudo-disminuidos mentales, falsas cegueras, etc, etc...
Son personajes que se ajustan a lo que la Psiquiatría ha definido como simuladores y en los que “el elemento esencial de la simulación es la producción y presentación intencionada de síntomas físicos o psicológicos falsos o muy exagerados motivados por factores externos, como por ejemplo, obtener una compensación económica”.
Junto a estos personajes, inofensivos, se encuentra un grupo de estafadores, vagantes asociales e individuos desalmados que, en lugar de mostrar taras, utilizan en su picaresca actividad a pequeños niños que durante jornadas de más de 12 horas - la mayor parte de las veces bajo los efectos de alcohol o drogas para que soporten en silencio tan larga exposición al frío y la lluvia- provocan con su cara estuporosa y triste la compasión indignada de los viandantes.
Pero a veces la picaresca que explota los característicos sentimientos de la Navidad no brota de este grupo de pobres diablos sino que procede de estamentos más poderosos: del propio Estado, estimulando los juegos de azar; del pequeño y gran comercio, aumentando, día por día, según se aproximan las festividades navideñas, los precios de los alimentos más tradicionalmente consumidos por estas fechas.
O, por último,, desde la pequeña pantalla, desde donde se lanzan mensajes publicitarios “vuelve, vuelve por Navidad...” que tanto daño hacen a las familias que desgraciadamente no tienen la posibilidad de esperar el regreso de sus seres queridos.
Pero volviendo a la pequeña picaresca de la Navidad quiero trasladar la siguiente anécdota ocurrida el pasado año en los alrededores de la madrileña Plaza del Callao:
Sentado junto a la puerta de un conocido Centro Comercial se encontraba un representante de la fauna humana navideña que axhibía un cartel en el que proclamaba, con tintes dramáticos, su ceguera, su falta de liquidez bancaria y su desgana para el trabajo. De pronto se levantó, se quitó las gafas oscuras, recogió apresuradamente su cartel y salió corriendo al tiempo que exclamaba:
- “C...!, que se me vá el autobús!”
FELICES FIESTAS a tutti
Como si hubieran recibido un cursillo acelerado de las técnicas más eficaces para explotar los nobles sentimientos de caridad que provoca en la ciudadanía la proximidad de tan entrañables y familiares fiestas (Grrrllll), estos personajes de nuestra fauna humana se distribuyen por los puntos más estratégicos de las calles comerciales.
Músicos callejeros - desde un sencillo acordeón o violín a pequeñas orquestas con cabras sobre escaleras-, vendedores de extrañas loterías, de calendarios dibujados por pintores sin manos, sin pies y sin orejas; tenderetes de los más diversos artículos, aprendices de mimos que causan la admiración de los más pequeños, componen la cara más amable de este panorama callejero.
En un escalón más dramático encontramos auténticos tullidos que exhiben en toda su dimensión sus mutilaciones y junto a ellos una avalancha de personajillos que muestran las pseudo-taras psicológicas y físicas más diversas: piernas que desaparecen en un alarde de prestidigitación tras las faldas, manos y pies conscientemente deformados por simuladas contracturas, pseudo-disminuidos mentales, falsas cegueras, etc, etc...
Son personajes que se ajustan a lo que la Psiquiatría ha definido como simuladores y en los que “el elemento esencial de la simulación es la producción y presentación intencionada de síntomas físicos o psicológicos falsos o muy exagerados motivados por factores externos, como por ejemplo, obtener una compensación económica”.
Junto a estos personajes, inofensivos, se encuentra un grupo de estafadores, vagantes asociales e individuos desalmados que, en lugar de mostrar taras, utilizan en su picaresca actividad a pequeños niños que durante jornadas de más de 12 horas - la mayor parte de las veces bajo los efectos de alcohol o drogas para que soporten en silencio tan larga exposición al frío y la lluvia- provocan con su cara estuporosa y triste la compasión indignada de los viandantes.
Pero a veces la picaresca que explota los característicos sentimientos de la Navidad no brota de este grupo de pobres diablos sino que procede de estamentos más poderosos: del propio Estado, estimulando los juegos de azar; del pequeño y gran comercio, aumentando, día por día, según se aproximan las festividades navideñas, los precios de los alimentos más tradicionalmente consumidos por estas fechas.
O, por último,, desde la pequeña pantalla, desde donde se lanzan mensajes publicitarios “vuelve, vuelve por Navidad...” que tanto daño hacen a las familias que desgraciadamente no tienen la posibilidad de esperar el regreso de sus seres queridos.
Pero volviendo a la pequeña picaresca de la Navidad quiero trasladar la siguiente anécdota ocurrida el pasado año en los alrededores de la madrileña Plaza del Callao:
Sentado junto a la puerta de un conocido Centro Comercial se encontraba un representante de la fauna humana navideña que axhibía un cartel en el que proclamaba, con tintes dramáticos, su ceguera, su falta de liquidez bancaria y su desgana para el trabajo. De pronto se levantó, se quitó las gafas oscuras, recogió apresuradamente su cartel y salió corriendo al tiempo que exclamaba:
- “C...!, que se me vá el autobús!”
FELICES FIESTAS a tutti