Olav Gunnar
Asiduo
- Registro
- 29 Jul 2010
- Mensajes
- 503
- Reacciones
- 0
Saludos, foreros.
El sentido de la vida. Algunos de vosotros por jóvenes, otros por subnormales, y los más afortunados, por ambas cosas, nunca habréis experimentado la angustia que produce la aparente arbitrariedad y relativa levedad de nuestra existencia en esta pelota que, entre tantas, viaja sin rumbo a lo largo y ancho de este vasto universo.
Este escrito va dirigido al resto. Mi condición de agnóstico no me ha ayudado, como era previsible, a sobrellevar esta situación, más bien al contrario, me ha obligado a cuestionarme continuamente las preguntas de rigor que no reproduciré por evidentes y manidas, pero que me han dado muchos dolores de cabeza, depresiones, y un estado de apatía asténica de la que aún hoy lucho por escapar. Porque una cosa debemos tener clara, o se vive, o no se vive, pero arrastrarse dejándose llevar es posiblemente uno de los peores errores que podemos cometer en esta vida, siempre que no se trate de un periodo puntual, por supuesto.
El caso es que esa condición agnóstica, junto a mi pasión por la ciencia, me han llevado a considerar a un ser humano, cualquiera, pero empezando por mi mismo, como algo totalmente insignificante comparado con Canis Majoris, sabedor también de que nunca podremos llegar a recorrer nuestro Universo aunque dedicásemos toda nuestra vida viajando a la velocidad de la luz. Lo peor no es eso, lo peor es que aunque llegásemos al limite del Universo, seguiríamos queriendo saber que hay al otro lado, y si no hay nada, durante cuanto espacio no hay nada. Es un absurdo que jamás llegaremos a entender.
Y ahí está la madre del cordero. Los conceptos infinito aplicados al espacio o al tiempo solo pueden provocarnos angustia porque no podemos ni disfrutarlo, ni vivirlo, ni comprenderlo. Tenemos que aceptar el flujo espacio-temporal que nos va a afectar a nuestra vida como nuestro todo, sin intentar asomarnos al abismo de la infinitud.
La clave puede estar en dar sentido a cada día intentando llegar a la cama y poder sonreír diciéndonos que hemos aprovechado el día, que hemos disfrutado de las bondades que se nos ofrecen en esta vida, que hemos sido productivos, que hemos amado y hemos sido amados. Y extrapolar esto al lecho de nuestra muerte, mirar atrás y poder decir lo mismo de nuestra vida entera.
Una vez muertos, desaparecemos sin más, pasamos de existir a no existir en absoluto (salvo como idea o recuerdo en aquellos que nos conocieron, también dejamos rastros diferentes; escritos, fotos, hijos, y el calcetín de Benito impregnado con su veneno).
El caso es que cuando llegue ese momento, y a todos nos va a llegar, no debemos preocuparnos del futuro, que no nos pertenece y del que no seremos participes en absoluto, solo nos queda el pasado, y ese es ahora nuestro pasado, presente y futuro.
Disfrutad de la vida a tope. Carpe diem quam minumum credula postero. Vive cada día como si fuese el último, porque algún día tendrás razón.
El sentido de la vida. Algunos de vosotros por jóvenes, otros por subnormales, y los más afortunados, por ambas cosas, nunca habréis experimentado la angustia que produce la aparente arbitrariedad y relativa levedad de nuestra existencia en esta pelota que, entre tantas, viaja sin rumbo a lo largo y ancho de este vasto universo.
Este escrito va dirigido al resto. Mi condición de agnóstico no me ha ayudado, como era previsible, a sobrellevar esta situación, más bien al contrario, me ha obligado a cuestionarme continuamente las preguntas de rigor que no reproduciré por evidentes y manidas, pero que me han dado muchos dolores de cabeza, depresiones, y un estado de apatía asténica de la que aún hoy lucho por escapar. Porque una cosa debemos tener clara, o se vive, o no se vive, pero arrastrarse dejándose llevar es posiblemente uno de los peores errores que podemos cometer en esta vida, siempre que no se trate de un periodo puntual, por supuesto.
El caso es que esa condición agnóstica, junto a mi pasión por la ciencia, me han llevado a considerar a un ser humano, cualquiera, pero empezando por mi mismo, como algo totalmente insignificante comparado con Canis Majoris, sabedor también de que nunca podremos llegar a recorrer nuestro Universo aunque dedicásemos toda nuestra vida viajando a la velocidad de la luz. Lo peor no es eso, lo peor es que aunque llegásemos al limite del Universo, seguiríamos queriendo saber que hay al otro lado, y si no hay nada, durante cuanto espacio no hay nada. Es un absurdo que jamás llegaremos a entender.
Y ahí está la madre del cordero. Los conceptos infinito aplicados al espacio o al tiempo solo pueden provocarnos angustia porque no podemos ni disfrutarlo, ni vivirlo, ni comprenderlo. Tenemos que aceptar el flujo espacio-temporal que nos va a afectar a nuestra vida como nuestro todo, sin intentar asomarnos al abismo de la infinitud.
La clave puede estar en dar sentido a cada día intentando llegar a la cama y poder sonreír diciéndonos que hemos aprovechado el día, que hemos disfrutado de las bondades que se nos ofrecen en esta vida, que hemos sido productivos, que hemos amado y hemos sido amados. Y extrapolar esto al lecho de nuestra muerte, mirar atrás y poder decir lo mismo de nuestra vida entera.
Una vez muertos, desaparecemos sin más, pasamos de existir a no existir en absoluto (salvo como idea o recuerdo en aquellos que nos conocieron, también dejamos rastros diferentes; escritos, fotos, hijos, y el calcetín de Benito impregnado con su veneno).
El caso es que cuando llegue ese momento, y a todos nos va a llegar, no debemos preocuparnos del futuro, que no nos pertenece y del que no seremos participes en absoluto, solo nos queda el pasado, y ese es ahora nuestro pasado, presente y futuro.
Disfrutad de la vida a tope. Carpe diem quam minumum credula postero. Vive cada día como si fuese el último, porque algún día tendrás razón.