Libros El universo en Guerra

John McClane

I ❤ Alfonso
Registro
12 May 2009
Mensajes
10.472
Reacciones
4.018
:face:
Las antenas de televisión se alzaban rascando el cielo en lo alto de los colindantes edificios, uno tras otro se iban sucediendo idénticos, como una fotocopia puesta al lado de otra, sin nada que pudiera servir como referencia para saber cuánto habíamos avanzado. No podía saber si estaba moviéndose o, por otro lado, estático en medido de las férreas vías. Como cada año tenía la sensación de que el tren avanzaba porque de cuando en cuando pasaba como una centella una señal que indicaba en qué kilometro nos encontrábamos, pero era ilegible, para mí, solo era una sombra que saltaba por mi ventana cada 15 minutos. Todo lo cercano a mi ventana era una sombra, borrosa, oscura, insignificante. Por eso me fijaba en la lejanía, allí todo estaba detenido en el tiempo y avanzaba lentamente, permitiéndome estudiar los detalles del fin del mundo. Los edificios, plantados con una cuadrícula se levantaban iguales y contiguos en aquel horizonte infinito, eran residencias de ladrillo fino y sucio, viejo y desgastado, triste y olvidado. Servían como residencias para las familias obreras, hombres mujeres y niños ocupaban los edificios solamente para dormir, el resto del tiempo, hombres y mujeres trabajaban en las factorías, los niños, estudiaban para algún día suplantar a sus padres. Aquellos edificios albergaban las almas de gente que había olvidado el pasado, que vivían como autómatas, sin pasión por nada, sin sueños, sin calor humano; habían estado tanto tiempo formando parte de una máquina que se habían convertido en caparazones rellenos de músculo y hueso incapaces de pensar por sí mismos. Habíamos llegado a un edificio con un «6A» negro pintado en la fachada. Significaba que habíamos alcanzado el sector 6 y aún faltaban 24 sectores más para llegar a La Academia.
Había hecho ese camino 25 veces durante 13 años; 13 viajes de ida y 12 de vuelta, siempre en el mismo tren y en el mismo asiento, el nº128A. Era mi último viaje en aquel tren, una ida sin vuelta. No volvería a casa nunca más. Había pasado el último verano con mi familia, no iba a volver a verlos. Aquel era un viaje triste, se suponía, pero hacía tiempo que había asumido el fin del mundo y en ese momento no sentía tristeza o soledad, no me invadía un sentimiento de abandono; sentía un cúmulo de diferentes emociones, pero todas apuntando hacia la misma dirección: mi último año de preparación en La Academia y mi destino de por vida dentro de la gran guerra que sucumbía el planeta tierra, el sistema solar, la vía láctea y todo el universo.
Hace 75 años que llegaron a la tierra. Según me ha contado mi padre no hicieron tanto ruido como se supone que debe hacer una invasión extraterrestre, al menos no como en las películas de ciencia ficción; al parecer fue todo muy diplomático y simplemente se limitaron a sugerir a los grandes mandatarios que se rindieran y aceptaran sus condiciones ante una más que notable superioridad tecnológica. Los representantes de la Tierra, ante la amenazante visita, tomaron una decisión que marcó el inicio de una etapa en la tierra conocida como “La Franquicia”. Hace 75 años se concluyó el destino de todos los habitantes del planeta tierra, viviríamos como esclavos antes que ser exterminados.
Los visitantes, llamados “Harukis”, son una especie alienígena de una galaxia lejana. Estos entraron en guerra con otra especie, los “Bungees”, por el domino de la primera cuarta parte del universo. Los humanos, puestos al lado de estos seres, no somos más que insectos insignificantes. Ahora nosotros trabajamos para ellos y nos utilizan como mano de obra para esta guerra; no somos más que obreros para sus fábricas o soldados para sus filas. En menos de 25 años los Harukis nos proporcionaron un salto tecnológico de varias décadas, cambiaron nuestra sociedad, nuestra forma de vida. Impusieron sus reglas, su jerarquía e implantaron La Academia, La Factoria y Omega. Este último hacía las veces de embajada alienígena en nuestro planeta. Omega era el centro neurálgico de los Harukis. Desde allí lo controlaban todo, tarjetas de embarque, cartillas de racionamiento, censos… Todo funcionaba como una máquina perfectamente engrasada y coreografiada; porque si hay algo que caracteriza a los Harukis es el orden y el control, todo su sistema se basa en la perfección matemática de los números –lenguaje universal- y en la ordenación correlativa de los individuos y elementos que los rodean.

Toc asomó los ojos, tras unas grandes gafas, por encima del asiento que tenía delante. Lo llamábamos “Toc” por su trastorno obsesivo compulsivo; era mi mejor amigo, si podría llamarlo así, claro, porque no conocía su nombre, me lo dijo hace tiempo y lo olvidé poco después.
—Estoy algo cansado —dijo-. No me gusta nada este maldito tren.
—Pronto llegaremos —respondí sin dejar de mirar por la ventana—.
-Ese pronto tuyo –sacó los dedos por encima del respaldo del asiento y formó dos comillas con ellos- está equivocado acabamos, como sabrás, de pasar el sector 6A, quedan 4 horas de viaje, que sumadas a la que llevamos ya, más la llegada a la academia, el registro, llegar a las dependencias… -se paró pensativo-. Cuando esté tumbado en mi cama, ese “pronto” tuyo no será más que una broma.
Mientras hablaba mi cara había formado una sonrisa, le había echado de menos, sí, aunque él eso nunca lo sabría. No me daba vergüenza admitirlo, pero lo conocía tanto y a la vez tan poco que no sabría cómo reaccionaría exactamente.
-Es una expresión –traté de darle a mis palabras el tono más tranquilo que pude-. Sé cuánto queda, claro, hemos hecho este viaje varias veces –y añadí-, solo quiero llegar ya.
-Odio este maldito tren. –Y se dio la vuelta. No volvimos a hablar en lo que quedaba de viaje.
Tras la comida: puré de patatas con mantequilla, guisantes y zanahorias hervidas, y ternera con cebolla; dejé que el paisaje del horizonte me embaucara de nuevo. La Factoría era una enorme nave –aunque lo más lógico era concebirla como varias naves juntas- donde se fabricaban todo lo que se iba a utilizar. Es una descripción un tanto ambigua, pero pensad que nunca la he visto ni nos han hablado de ella. Lo único que sabemos nos llega en forma de rumores o historias de los trabajadores; y ellos mismos admiten que la inmensidad de La Factoría no se puede transmitir únicamente con palabras. Por lo que sé, allí se reciben todas las piezas que elaboran los trabajadores de los sectores en las fábricas que hay detrás de los edificios de ladrillo viejo. Cuando llegan, otros trabajadores, juntan y ensamblan cada una de las partes para formar máquinas de guerra, armas, transporte, naves espaciales, sistemas de defensa… Cualquier aparato mecánico nace en La Factoría. Y no es necesario saber nada más.

El tren se detuvo en el Andén A. Esperé pacientemente a que la luz de mi asiento se pusiera verde, lo que indicaba que podría bajar y dirigirme al registro. Toc se levantó como un animal asustado cuando su luz se iluminó y se despidió con un pequeño movimiento de cabeza y una sonrisa. Miré debajo de mi asiento y saqué mi mochila, comprobé que llevaba la documentación y se encendió la luz; me levanté, cogí mi macuto del portaequipajes situado encima de mi asiento y me planté en el andén de un salto. La estación estaba atiborrada de gente, como todos los años, ordenados en fila india por cada puerta del tren. Delante tenía a Toc que ojeaba un cómic. El bullicio era casi ensordecedor, gente que hablaba sin moverse del sitio, operarios del tren que andaban de aquí para allá, con sus petos amarillo anaranjado, pidiendo cortésmente que le dejaran hueco a su carretilla para poder pasar. Avanzábamos paso a paso hasta las entradas del registro; pronto nos dirían a qué ventanilla tendríamos que acercarnos para realizar el papeleo. Había avanzado la mitad de la cola cuando mi reloj sonó, todos llevábamos un reloj que nos servía como PIP (Procesador de Información Personal), es lo que vosotros conoceréis como PDA. Estaba concebido para , básicamente, mostrar información de la condición y estado del usuario, trabajar como un GPS, así como monitorizar el estado de las armas y la munición que utiliza, como una gran base de datos, aunque, evidentemente, esta función aún no estaba disponible. Durante la estancia en La Academia, era, esencialmente, una forma de manejarnos y hacernos llegar información, como una cuenta de correo electrónico.
:oops:
 
Hola John, partiendo siempre desde el respeto y teniendo en cuenta que yo no soy nadie para criticar un texto te diré que me ha gustado bastante, es dinámico. Los únicos fallos que le veo, que no son tales, es la temática de la historia, algo trillada y que, dándome la sensación de que se te da bien escribir diálogos yo lo habría explicado todo como una conversación entre el protagonista y Toc mientras viajaban en el tren, así ganaría en frescura. Es solo mi humilde opinión.

Luego vendrá Died & Risen y te dirá cosas bonitas...
 
Opino lo mismo que con lo de Argail. A mí me da la sensación de que es el primer borrador. O sea que correcciones y reescrituras cero. Eso no es buena idea.
Los consejos 3 y 7:
Para ver este contenido, necesitaremos su consentimiento para configurar cookies de terceros.
Para obtener información más detallada, consulte nuestra página de cookies.
 
Amigo sois todo amor. Y sí, tenéis razón. Este es el primer borrador que saqué hace un tiempo, sin corregir, porque, además de que quería dejar tiempo, quería probar a corregir a la vez que otros lo leían. In the other hand, la temática está gastada, sí, la trama es copia de esto de aquello, pero ya os digo, fue a raiz de una idea muy pequeña sobre una conspiración para destruir la tierra, inventando una guerra, un soldado la descubre, hay mucho más profundidad hasta llegar incluso a un creador de universos que está cansado de la Tierra. Deseché esa idea y me centré en una guerra de los mundos, pero más en la parte de una academia, mucha instrucción, parrafos pedantes, pruebas, superaciones, amorios... cuasi adolescente. Más tarde se me ocurrió que podría llevar varias partes, una academia, un destino con la acción y un desenlace incluyendo la conspiración con el Dios creador de universos y blao blao; mi mente se derrumbó y se quedaron solo estas tres páginas de aquello.

Ahora que me ha picado el gusanillo, podría continuarlo y corregirlo. En cuanto a los diálogos, hay que ser muy muy máquina para hacer lo que dices, Argail, además, me gusta algo más interior para, llegado en momento, poder profundizar en la mente humana y llenar páginas y páginas de murakanismos.
 
Arriba Pie