Hace dos semanas me pasó una cosa muy al pelo de esto. Estoy solo casa y en la ciudad, trabajando, y quedé con un amigo para tomar unas cervezas por la tarde. La cosa se lió y terminamos en un local de moda de esos megacool, con niños tontos y niñas más tontas aún. Ellos todos con polos y camisas de La Martina (que digo yo que de toda la vida un pijo ha llevado siempre lacoste o fred perry), sus pelitos así medio larguitos con flequillo de guarro, en vez de cortarse el pelo como Dios manda, y toda la parafernalia estúpida que ya conoceréis: pulseritas mariconas en las muñecas, etc. Ellas, pues ya os podéis imaginar cómo iban... No sé ni cómo nos dejó entrar el portero con la pinta de "carcas viejos" que llevábamos (ps, no tan viejos. Yo tengo treinta y cuatro, pero bien llevados). Bueno, que me disperso. Estábamos allí tomando unas copas en la barra, a nuestra bola, por supuesto sin hacer ni puto caso al entorno y zas, una niña que se me acerca después de estar con la amiga riéndose un rato y haciendo el ganso con miraditas que yo esquivaba. La muchacha era un primor. Guapísima, morena, con unos ojos negros de esos que hipnotizan...
Se me acerca la niña y balbucea algo así como "oye, perdona ¿cómo te llamas? Es que estaba con mi amiga, y así, o sea, en mi puta mierda de opinión que no vale ni para tomar por culo, en plan broma, me ha dicho a ver si te acercas a conocerlo... Blao, blao, blao, blao..." Yo, que ya tengo cierta trayectoria ligueril y que he desarrollado como un sexto sentido para estas cosas, me di cuenta automáticamente que ahí no se mojaba ni aunque la tía estuviese borracha, semi inconsciente y con medio kilo de afrodisíacos en el cuerpo. Lo máximo que se poría haber sacado eran un par de piquitos y un teléfono para otro día. Y yo, por mi situación personal, no estoy para esos mamoneos. O tengo un mínimo de garantías de sacar a pasear el perrito en el acto o no me meto en camisas de once varas. Cojo a la niña por la cintura, que con sus veinte años llevaba en la muñeca un Rolex de verdad :93 , y me pongo a decirle cositas al oído, que si es muy guapa, que si cómo se llama, a acariciarle el pelo... Je, la zorrita se derretía. En una de estas, le acaricio el brazo y le digo: "tienes la piel muy suave. Eres como un melocotón" (todo esto al oído, y medio susurrando -lo que permitía de susurros el nivel de la música ochentera asquerosa que estaban poniendo-) "Eres como un melocotón -le digo- de esos que son preciosos, naranjas y apetecibles, que te entran ganas de morderlo en cuanto lo ves. Uno de esos melocotones que cuando los muerdes están duros porque les falta un puntito de madurez". "No te enfades -le digo- es que lo que yo le pido a un melocotón para comérmelo no lo tienes tú. Dentro de unos añitos, seguro que serás una delicia para cualquiera, pero a mí los melocotones me gustan más hechos". A la niña se le cambió el semblante. Se enfadó y me dijo algo así como "vaya, no soy bastante mujer, blao, blao, blao..." y se fue con la amiga, que había estado mirando la escena de los arrumacos todo el tiempo.
Mi amigo se descojonaba cuando le conté la conversación que habíamos tenido entre caricias. A la cárcel vas a venir tu a robar, niñata. A ver si aprendes a tomar de la medicina que seguro le habrás dado a ese compañero tuyo de clase que bebe los vientos por meter su churra en tu conejo. A chuparla, zorra.