Baron Asler
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Al menos eso es lo que que dice Carmen Posadas (tia que a mi me da un morbo terrible) en un artículo en el semanal de este domingo. Segun esto, el creciente auge de putalocura.com no es mas que un signo del declive de nuestra civilización.
Aquí teneis el artículo:
La irresistible ascensión de los frikis
Existen historiadores que señalan que cuando se llegan a tales extremos, es una señal inquívoca de decadencia y de declive
Existe una palabra en inglés que, como tantas otras últimamente, hemos incorporado a nuestro vocabulario. Se trata de la palabra freak o freaky, que significa ‘fenómeno, engendro o monstruo, en especial de feria o circo’. Cuando una nueva palabra hace fortuna es, naturalmente, porque retrata a alguien o algo que abunda en una sociedad; y así ha ocurrido con freak. Ahora, en verano, resulta aún más evidente que estamos rodeados de ‘frikis’, pero no sólo es la canícula estival la que los hace proliferar; tengo para mí que ser un friki es de lo más útil en según qué profesiones, sobre todo en las vinculadas, aunque sea remotamente, con el mundo del arte y también, cómo no, las relacionadas con el noble y ancestral arte de vivir del cuento. Si ponemos la televisión, descubrimos que ser un friki o engendro añade un plus a diversas profesiones como, por ejemplo, la de periodista de prensa rosa. Hay en este gremio orondas damas con un parecido asombroso con Petunia, la novia del cerdito Porky. También hay tipos gays cuyo rasgo más destacado no es su forma de vestir ni de peinarse, ya de por sí inenarrable, sino que se dediquen a llamar gays a otros, como si eso fuera un insulto. Completa el elenco toda una fauna de individuos de uno y otro sexo que se caracterizan por ser ex amantes y/o esposos de algún famoso a su vez famoso por ser el ex de alguien realmente famoso. Ser un friki también puntúa positivamente en el mundo de las letras, las artes, la música o la moda. Si uno es modisto, por ejemplo, resulta muy útil diseñar una colección que palie la falta de talento con algún rasgo sensacional a la par que iconoclasta. Una propuesta que atente, pongamos, contra la religión (la católica, se entiende, no la musulmana o las de los hotentotes, eso sería políticamente incorrecto y desastroso para el marketing). Si uno es escritor, como ya señaló Woody Allen en una de sus películas, suple muy bien la falta de talento el pertenecer a tres o cuatro colectivos desfavorecidos, por ejemplo, ser mujer, homosexual, emigrante originaria de algún país del Tercer Mundo y sordomuda. En música, como es sumamente difícil ser friki en un colectivo en el que todos se estrujan las meninges para epustuflar al personal, el no va más, según me cuentan mis hijas, es cultivarse un look que esté a mitad de camino entre las Supremas de Móstoles y Marilyn Manson y, por supuesto, cantar peor que una rana afónica.
La Historia nos enseña que cuanto más progresa y se sofistica una sociedad, más siente el deseo de sustituir patrones normales por otros extravagantes y caprichosos. Así ocurrió en tiempos de los egipcios, de los griegos y también de los romanos. Existen historiadores que señalan que cuando se llega a tales extremos, es una señal inequívoca de decandencia y, por tanto, umbral del declive, pero yo no quiero ser pesimista. No todo es esperpéntico ni absurdo en la irresistible ascención de los frikis. El otro día tuve ocasión de presenciar un fenómeno positivo. En un desfile de modelos, entre quince y veinte señoritas perfectamente bellas y también perfectamente marmóreas como estatuas de Praxíteles, destacaba una gordita. ¿Quién es? –pregunté a mi acompañante–, y éste me contestó que se trataba de Crystal Renn, una de las modelos más cotizadas del mundo. Por lo visto, Crystal pasó por el infierno de la anorexia y a los veintipocos tuvo que dejar una prometedora carrera como top model. Ahora, una vez vencida la enfermedad, ha vuelto a las pasarelas con muchos kilos de más y una talla 44, pero también con la buena fortuna de que ser la antítesis de la norma le ha permitido no sólo volver a ganar lo que ganaba antes, sino multiplicarlo por tres, gracias a la edificante historia que ha vivido. Viéndola allí, con sus michelines y su cara llenita, pensé que tal vez pueda considerarse a Crystal también una friki de nuestro tiempo, pero bienvenidos son casos como éste, que permiten corregir rasgos de la sociedad que son en sí mismos bastante frikis, es decir, monstruosos.
Aquí teneis el artículo:
La irresistible ascensión de los frikis
Existen historiadores que señalan que cuando se llegan a tales extremos, es una señal inquívoca de decadencia y de declive
Existe una palabra en inglés que, como tantas otras últimamente, hemos incorporado a nuestro vocabulario. Se trata de la palabra freak o freaky, que significa ‘fenómeno, engendro o monstruo, en especial de feria o circo’. Cuando una nueva palabra hace fortuna es, naturalmente, porque retrata a alguien o algo que abunda en una sociedad; y así ha ocurrido con freak. Ahora, en verano, resulta aún más evidente que estamos rodeados de ‘frikis’, pero no sólo es la canícula estival la que los hace proliferar; tengo para mí que ser un friki es de lo más útil en según qué profesiones, sobre todo en las vinculadas, aunque sea remotamente, con el mundo del arte y también, cómo no, las relacionadas con el noble y ancestral arte de vivir del cuento. Si ponemos la televisión, descubrimos que ser un friki o engendro añade un plus a diversas profesiones como, por ejemplo, la de periodista de prensa rosa. Hay en este gremio orondas damas con un parecido asombroso con Petunia, la novia del cerdito Porky. También hay tipos gays cuyo rasgo más destacado no es su forma de vestir ni de peinarse, ya de por sí inenarrable, sino que se dediquen a llamar gays a otros, como si eso fuera un insulto. Completa el elenco toda una fauna de individuos de uno y otro sexo que se caracterizan por ser ex amantes y/o esposos de algún famoso a su vez famoso por ser el ex de alguien realmente famoso. Ser un friki también puntúa positivamente en el mundo de las letras, las artes, la música o la moda. Si uno es modisto, por ejemplo, resulta muy útil diseñar una colección que palie la falta de talento con algún rasgo sensacional a la par que iconoclasta. Una propuesta que atente, pongamos, contra la religión (la católica, se entiende, no la musulmana o las de los hotentotes, eso sería políticamente incorrecto y desastroso para el marketing). Si uno es escritor, como ya señaló Woody Allen en una de sus películas, suple muy bien la falta de talento el pertenecer a tres o cuatro colectivos desfavorecidos, por ejemplo, ser mujer, homosexual, emigrante originaria de algún país del Tercer Mundo y sordomuda. En música, como es sumamente difícil ser friki en un colectivo en el que todos se estrujan las meninges para epustuflar al personal, el no va más, según me cuentan mis hijas, es cultivarse un look que esté a mitad de camino entre las Supremas de Móstoles y Marilyn Manson y, por supuesto, cantar peor que una rana afónica.
La Historia nos enseña que cuanto más progresa y se sofistica una sociedad, más siente el deseo de sustituir patrones normales por otros extravagantes y caprichosos. Así ocurrió en tiempos de los egipcios, de los griegos y también de los romanos. Existen historiadores que señalan que cuando se llega a tales extremos, es una señal inequívoca de decandencia y, por tanto, umbral del declive, pero yo no quiero ser pesimista. No todo es esperpéntico ni absurdo en la irresistible ascención de los frikis. El otro día tuve ocasión de presenciar un fenómeno positivo. En un desfile de modelos, entre quince y veinte señoritas perfectamente bellas y también perfectamente marmóreas como estatuas de Praxíteles, destacaba una gordita. ¿Quién es? –pregunté a mi acompañante–, y éste me contestó que se trataba de Crystal Renn, una de las modelos más cotizadas del mundo. Por lo visto, Crystal pasó por el infierno de la anorexia y a los veintipocos tuvo que dejar una prometedora carrera como top model. Ahora, una vez vencida la enfermedad, ha vuelto a las pasarelas con muchos kilos de más y una talla 44, pero también con la buena fortuna de que ser la antítesis de la norma le ha permitido no sólo volver a ganar lo que ganaba antes, sino multiplicarlo por tres, gracias a la edificante historia que ha vivido. Viéndola allí, con sus michelines y su cara llenita, pensé que tal vez pueda considerarse a Crystal también una friki de nuestro tiempo, pero bienvenidos son casos como éste, que permiten corregir rasgos de la sociedad que son en sí mismos bastante frikis, es decir, monstruosos.