Francisco Franco
En 1923, el Teniente Coronel Valenzuela sustituye a Millán Astray en el mando de la Legión, y a Franco, después de dos años y medio de campaña continuada, le asignan el destino a su antiguo Regimiento del Príncipe, en Oviedo.
Parece que le ha llegado el tiempo de tomar un merecido descanso, pero la heroica muerte del Teniente Coronel Valenzuela, cuyo cadáver es llevado hasta Zaragoza por sus legionarios, deja a la Legión sin jefe y desde el Rey Alfonso XIII hasta el último soldado señalan a Franco como sucesor.
Para que pueda tomar el mando de Jefe de la Legión, y pese a su juventud, es ascendido a Teniente Coronel el 8 de junio y, por segunda vez, se ve obligado a aplazar su boda. Tras un homenaje en Madrid, donde es nombrado por Alfonso XIII Gentil Hombre de Cámara, toma el mando de la Legión en Ceuta, a los diez días de su ascenso y a los tres meses de haber dejado África.
El nuevo Teniente Coronel inicia las operaciones al mando de una Legión que ha redoblado su entusiasmo al verse dirigida de nuevo por su ídolo. Su leyenda de invulnerable, su competencia estudiosa para el combate, el valor que contagia y el riguroso cuidado en el arte de ahorrar las vidas de sus soldados, han hecho de él un jefe querido y deseado. Su eficiencia y aureola es tal, que decir Franco es decir victoria.
La posición de Tifaruin, enclave vital para nuestra estrategia, está sitiada desde hace muchos días. Sus defensores, mandados por el Alférez de Ingenieros Topete, carecen de víveres y municiones. Por su heliógrafo han comunicado que es imposible prolongar la defensa ni un día más. Pero un avión vuela sobre ellos y les deja caer un mensaje:
"Topete, eres un flamenco. Tened un poco de paciencia que vamos por vosotros. Señaladnos con lienzos blancos de dónde os tiran más para echarles todo lo que se pueda. Ya ha llegado Franco de Tetuán. Que tengáis todos mucha suerte".
El heliógrafo de Tifaruin contesta:
– “Si viene Franco, resistiremos. ¡Viva España ¡”
Y Franco llega y salva.
Mientras tanto, en la Península la descomposición política española obliga a un hombre recto y honrado a hacerse cargo del poder. El 13 de septiembre de 1923, el General Primo de Rivera, Capitán General de Cataluña, da un golpe de estado en Barcelona y proclama la Dictadura Militar, que es recibida en España entera con entusiasmo y aceptada por el Rey. De la mano del General, va a vivir España seis años de paz interna y de resurgimiento económico.
Ese mismo año de 1923, en la iglesia de San Juan, de Oviedo, el Teniente Coronel Francisco Franco se casa con la señorita Carmen Polo y Martínez-Valdés. Es apadrinado por el Rey, que delega su representación en el General Losada. Una revista titulaba la noticia con una anticipada exactitud: “La boda de un caudillo heroico”
El General Primo de Rivera pone proa decidida a la liquidación del problema de Marruecos. La clave es Alhucemas. Tres años antes, en su libro “Diario de una bandera”, el entonces Comandante Franco había escrito: “Alhucemas es el foco de la rebeldía anti-española, el camino de Fez y la salida corta al Mediterráneo. Allí está la clave de muchas propagandas que terminarán el día que sentemos el pie en aquellas costas”.
Francia, agredida en su sector por Abd-el-Krim que amenaza Fez, decide colaborar con España y envía al General Petain, el vencedor de Verdun, a entrevistarse con Primo de Rivera. En esta reunión, a la que es llamado Franco, se acuerda el desembarco en Alhucemas por las tropas españolas, con la colaboración de la marina francesa.
Así, en septiembre de 1925 embarcan en los puertos de Ceuta y Melilla dos columnas, compuestas cada una de nueve mil hombres. La de Melilla, al mando del General Fernández Pérez, y la de Ceuta, cuya vanguardia ocupará Franco con su Legión, mandada por el General Saro. El General Sanjurjo será el jefe de la División de desembarco. La orden de operaciones pone en las manos de Franco el privilegio y la responsabilidad de una absoluta iniciativa.
Ochenta buques españoles y franceses navegan hacia Alhucemas. Bajo el arco de los proyectiles, las barcazas de desembarco enfilan decididas a la playa. Las mareas no son propicias y las barcazas tocan fondo antes de lo previsto, imposibilitando el desembarque de los carros de combate que han de proteger a los hombres. Los momentos son críticos. Los cañones y las ametralladoras enemigas dominan la playa. Pero suena el clarín de ataque y los soldados y legionarios, con sus jefes al frente, saltan al agua y a pecho descubierto ponen el pie en la playa y conquistan las primeras posiciones.
En la Revista de Tropas Coloniales, el propio Franco relatará después así los pormenores:
“Se alcanza la primera firmeza de la arena y en ella se afianzan las ametralladoras y especialistas. Se trepa por los acantilados y en su amarillo reflejo destacan, como un sangriento rasgo, los colores de las banderas españolas que llevan los de las harkas. Legionarios y harqueños se apoyan fieramente en la empresa común. Nos hemos apoderado de la primera obra defensiva del enemigo. Se dejan atrás los campos de minas y se coronan brillantemente la primera y segunda fase previstas del combate”.
Y así continúa el largo y minucioso relato de este testigo de excepción que tiene el buen gusto y la modestia de referir la batalla como si sólo hubiera sido espectador. En ella, con el resto de nuestras tropas, se han distinguido bravamente los legionarios de Franco y los harqueños de Muñoz Grandes que ha recibido en esta ocasión su novena herida en combate
Treinta días más tarde se culmina victoriosa y totalmente la operación iniciada con el desembarco, y Abd-el-Krim, el jefe insurrecto, se rinde a las autoridades francesas. En el Protectorado de Marruecos, después de tantos años, han terminado para siempre las amarguras y las zozobras. Ya es sólo un episodio guardado en el silencio de millares de tumbas. Pero para Franco y todos los que como él tan abnegadamente allí lucharon por el buen nombre de España, Marruecos será, ya también para siempre, una resonancia entrañable, un nexo de hermandad imperecedero, una impregnación telúrica que trasciende a la sangre. El Gobierno francés le nombra Comendador de la Legión de Honor (5/2/26).
Ascenso a General
Con la pacificación de Marruecos, ha quedado cubierta la primera etapa de la vida de ese hombre llamado Francisco Franco, que ha dedicado su vida completa al servicio de España. En sus quince años africanos ha cubierto, en un inigualable récord, toda la carrera militar. Ahora no es sólo el General más joven de España, sino de toda Europa. Alguien recordará que a los 34 años sólo otro militar europeo ha obtenido tal categoría: Napoleón Bonaparte.
A raíz de la pacificación de Marruecos, ha sido ascendido a General y manda la segunda Brigada de Madrid. Primo de Rivera, que ve en él al prototipo de militar, le requiere para que lleve a cabo una de sus aspiraciones más deseadas; la creación de la Academia General Militar. Ocurrió esto en marzo de 1927 y se eligió la ciudad de Zaragoza, tan vinculada al mejor heroísmo español, como sede de la futura escuela castrense.
La obra era hermosa, pero había que comenzarla a partir de cero. De momento no había más que urgencia. Se eligieron para su edificación unos terrenos situados en el campo de San Gregorio y se le apuró para que en octubre del año siguiente comenzaran las clases. Había que hacer todo muy deprisa. La cosa era difícil y delicada y para muchos, imposible. Pero para este hombre, que tuvo siempre por norma llegar a tiempo cuando hay que llegar, las dificultades se allanaron a su voluntad y en el plazo marcado, aquel solar se había convertido en un colosal edificio, terminado hasta en los menores detalles y de tal perfección en sus instalaciones, organización y funcionamiento que cuando el Ministro de la Guerra francés, el célebre General Maginot, vuelve a París, después de visitarlo, declara: “España puede ufanarse de que su Escuela de Oficiales es el centro de este género más moderno del mundo”. El 5 de octubre, como estaba previsto, los cadetes de la primera promoción de la Academia General desfilan ante su Director y el Presidente del Gobierno. Franco les ha dado, además del edificio, los cimientos en los que van a edificar su futuro profesional, condensados en un decálogo, perfecta síntesis del espíritu militar español, que los cadetes observarán y conservarán como norma de conducta para toda su vida. En la formación de estas promociones pone todo el empeño y amor de que es capaz. Su entrega, como siempre, es total.
Pero los tiempos vienen turbios para España y esta obra, lograda con tanto esfuerzo, está amenazada: el 29 de enero de 1930, después de haber dado a España seis años de recuperación moral y material, cae la Dictadura de Primo de Rivera, que es sustituida por el Gobierno puente del General Berenguer.
La República
Los partidos de izquierdas y republicanos se movilizaron esperanzados, ante la que consideraban su ocasión. En diciembre, el Capitán Galán intenta sublevar a la guarnición de Huesca, haciéndolo él en Jaca. Lo hace con un elocuente bando antimonárquico que no deja lugar a dudas. Fracasa la sublevación y el Capitán Galán es fusilado.
A los dos meses, cae el Gobierno Berenguer: la confusión aumenta. Es difícil formar nuevo Gobierno. Se llega a ofrecer puestos en él a los dirigentes del Comité Revolucionario que están en la cárcel. Por fin, el Almirante Aznar consigue formar un Gobierno poco representativo que no parece tener otra misión que la de preparar unas elecciones municipales. El 12 de abril de 1931 se celebran las elecciones municipales y las urnas reciben en toda España las papeletas de los desconcertados electores.
Los primeros resultado son confusos; faltan aún muchas listas que cotejar, pero la ventaja obtenida en las grandes capitales por los republicanos para las alcaldías prende eufóricamente la mecha y dos días después, el 14 de abril, las gentes de algunas ciudades se lanzan a la calle pidiendo la República. La República ha venido, nadie sabe cómo ha sido, porque resulta que cuando se completan las listas de todo el país, el triunfo ha sido para las alcaldías monárquicas. Pero ya es tarde: la República está instalada por los que más gritan saltándose el orden constitucional, y el Gobierno carece de fuerza para hacer bajar de los techos de los tranvías a los que se han encaramado allí con su nueva bandera.
En Barcelona, el Presidente de la Generalidad, el señor Maciá, por su cuenta y riesgo, había proclamado un día antes que en Madrid la “República Catalana”, iniciando así la destrucción de la unidad política que crearon los reyes Católicos Isabel y Fernando. Alfonso XIII, que se dio cuenta del enfrentamiento que corría por la Nación, mantuvo una actitud de extrema prudencia y juicio sereno por lo que, para evitar derramamientos de sangre entre españoles, impidió el uso de la fuerza que le brindaban sus fuerzas monárquicas leales, desconocedor de que el choque de las dos Españas era ya inevitable. Pocos días más tarde iniciaba un exilio que seria definitivo.
La primera consecuencia desagradable, incluso para muchos que votaron o aceptaron la República con esperanza, fue la innecesaria sustitución de la tradicional bandera de España por otra tricolor sin abolengo. La nueva bandera se izó en toda España y también en la Capitanía General de Zaragoza, pero no así en la Academia General, donde su Director dispuso que continuaría la misma hasta que oficial y reglamentariamente se sancionase el cambio. Este gallardo y leal gesto de Franco, más valioso por ser a contracorriente de la tendencia generalizada, no pasó desapercibido para las nuevas autoridades republicanas.
Los desmanes de la República
El régimen recién instaurado va a demostrar bien pronto y durante cinco años (1931-1936) una incapacidad defraudadora. A los pocos días, arden las iglesias y los conventos de Madrid, ante la pasividad de las fuerzas de orden público y de los bomberos que acuden a los lugares incendiados, pero su actuación, por orden expresa de las autoridades republicanas, es vigilar únicamente que el fuego no destruya más que los templos.
Manuel Azaña, intelectual convertido en Ministro de la Guerra, comienza enseguida la reducción del Ejército. Y entre las muchas disposiciones que dicta figura la de suprimir de un plumazo la Academia General de Zaragoza. Cuando Franco recibe la noticia, siente que algo muy entrañable y necesario se resquebraja, que el sentimiento se alza en protesta de rebeldía, pero él es militar y sabe que su primer postulado es el acatamiento al mando: la disciplina.
En efecto, en el patio de aquel edificio que él levantó tres años antes, se despide de sus cadetes con una alocución histórica: “El concepto de disciplina reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la disciplina que practicamos. Este es el ejemplo que os ofrezco".
Se deshace la máquina, pero la obra queda: 720 oficiales formados allí en esos tres años, justificarán más tarde la eficacia del Centro que se ha clausurado tan injustamente.
Las palabras de Franco a los cadetes no le han gustado nada al Ministro Manuel Azaña, que al recibirle con motivo de su nuevo destino, le dice, a modo de aviso amenazante: “Creo que no ha pensado bien lo que les dijo a los cadetes". Con el aplomo de su entereza le responde Franco: “Yo nunca digo nada que no haya pensado antes en todas sus consecuencias". Esta amonestación ministerial es anotada en su Hoja de Servicios como única nota desfavorable en toda su carrera militar.
La demoledora y sectaria política del Gobierno republicano no sólo se ha ensañado con el Ejército; su lamentable actuación presenta en un año este ensombrecedor balance: innumerables huelgas y proliferación de la ideología comunista, que celebra congresos bajo la presidencia honoraria de Stalin, Molotov, Borochilov y Marty; cierre de universidades, supresión de periódicos, encarcelamientos en masa, represiones sangrientas, cosechas incendiadas, medio millón de obreros parados y el crucifijo suprimido obligatoriamente de las escuelas. El Presidente del Gobierno hace públicamente esta declaración: “España ha dejado de ser católica".
Pío Baroja, el gran escritor de tan sincero liberalismo, corrobora el desastroso balance con estas palabras: “Los meses que llevamos de República han producido más muertos que cuarenta años de monarquía". El descontento y la inquietud prenden hasta en los que, con la mejor buena fe, aceptaron la República y se inicia la reacción contra el caos que se anuncia y aumenta.
Se constituyen agrupaciones sindicales como Acción Nacional, y Ramiro Ledesma funda “La conquista del Estado", órgano de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, que acaudilla en Valladolid Onésimo Redondo.
La Sanjurjada
El 10 de agosto de 1932 el General Sanjurjo, al frente de un puñado de militares y civiles, intenta en Sevilla y Madrid alzarse contra esta situación de anarquía. Fracasado el intento, el General es condenado a muerte. Conmutada después la pena, el militar que en Marruecos ganó la Laureada, es recluido en un penal con los presos comunes.
El año 1933 se abre con la matanza de Casasviejas, un pueblecito de Cádiz, donde los anarquistas e intelectuales andaluces incitaron a los campesinos a acelerar por su cuenta la obra de expropiación de tierras, iniciada por el Gobierno. Las consecuencias de la brutal represión ordenada por Azaña contra estos crímenes son difundidas ampliamente por la prensa y hacen tambalearse al Gobierno, que carece de fuerza moral y queda sin el apoyo de sus más incondicionales partidarios.
Los españoles que no estaban involucrados en el juego de estas camarillas políticas, comienzan a reaccionar activamente contra el desgobierno y se agrupan en torno a hombres como Calvo Sotelo, Goicoechea, Maeztu, Pradera y Gil Robles, que se enfrentan en el Parlamento y fuera de él contra los partidos de izquierdas.
José Antonio Primo de Rivera, hijo del insigne General, en un memorable acto en el Teatro de la Comedia de Madrid, funda Falange Española y anuncia que no se trata de la creación de un partido más, sino de un movimiento que no se inclina ni a la derecha ni a la izquierda, que define al hombre como “portador de valores eternos” y que proclama la Patria como una unidad indisoluble.
LA REVOLUCION DE ASTURIAS
En diciembre de 1931 habían nombrado a Franco Jefe de una Brigada con sede en La Coruña y en 1933 se hace cargo de la Comandancia Militar de Baleares, aunque en realidad el destino sea una especie de confinamiento vigilado. Desde Mallorca, Franco sigue al minuto el desalentador curso de los acontecimientos. Hasta allí han ido a solicitarle los partidos de derechas para que acepte ser incluido como candidato a diputado en las próximas elecciones. Por un momento duda, pero su instinto le advierte dónde está el puesto de mayor eficacia, y renuncia. En octubre de 1934, como antidemocrática reacción contra el arrollador triunfo de las derechas en las elecciones del año anterior, el Partido Socialista y su sindicato UGT dan la orden de ataque y estalla en toda España una huelga general revolucionaria.
En Madrid son continuos los tiroteos, los cacheos y las detenciones. La forma habitual de andar por la calle de los que no tienen más remedio que aventurarse a hacerlo, es con los brazos en alto. El Ejército tiene que hacerse cargo de los servicios más indispensables. Cualquiera puede morir de un balazo perdido hasta dentro de su casa.
En Cataluña y en Asturias la huelga tiene focos aún más virulentos. Nacionalistas y mineros amenazan con hacerse dueños de la situación. El Ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, que ha descubierto hace tiempo los fundamentos del prestigio de Franco, le hace llamar urgentemente y pone en sus manos el difícil restablecimiento de la legalidad. Día y noche, desde el gabinete telegráfico del Ministerio, Franco recibe información y dicta órdenes. El día 7, cañoneada por las fuerzas del Gobierno, se rinde en Barcelona la Generalidad de Cataluña, autoproclamada como República independiente, y se restablece el orden en la provincia.
Pero en Asturias la resistencia es más enconada. Los sublevados han conquistado prácticamente Oviedo y se han entregado a los más sangrientos excesos. Las columnas que marchan contra ellos, mandadas por los Generales López Ochoa y Boch, constan de pocos hombres y tropiezan con las dificultades que presentan la escasez de comunicaciones y el corte de puentes y carreteras.
Por todo ello, Franco se ve obligado a determinar el envío por mar de fuerzas desde África, al mando del Teniente Coronel Yagüe. Una vez más Franco acierta: la incorporación de estas aguerridas tropas resuelve favorablemente la contienda y el día 12 de octubre entran en la capital de Asturias que, incendiada por los sublevados en su desbandada hacia los montes, presentaba un martirizado aspecto. El 24, acompañando al Ministro de la Guerra, Franco llega a Oviedo, siendo recibidos por el General López Ochoa. Con más de dos mil muertos termina la llamada “Guerra de los quince días”, que constituyó una estremecedora tentativa de comunismo libertario, de desmembración de la Nación y, en realidad, el inicio del conflicto civil que asolaría toda España 20 meses más tarde.
El Gobierno de Lerroux le concede la Gran Cruz del Mérito Militar por su actuación durante la Revolución de Asturias y le nombra Comandante en Jefe del Ejercito de Marruecos. El 17 de mayo de 1935 el Gobierno de Gil-Robles le nombra Jefe del Estado Mayor Central, en realidad Jefe del Ejército, máximo cargo de la carrera militar.
El exilio en Canarias por orden de AzaÑa
Una calma aparente se extiende por España desde principios de 1935. Pero la revolución no ha sido vencida. Convocadas elecciones para el 16 de febrero de 1936, sin esperar el escrutinio definitivo, comienza, incontenible para el desgobierno republicano, el desbordamiento rojo que pone en práctica la consigna de Moscú con la creación en España de un Frente Popular, tal y como unos meses antes había pronosticado José Antonio en una carta dirigida al General Franco, que concluía con estas clarividentes palabras: “Una victoria socialista tendría el valor de una invasión extranjera”.
Con el advenimiento del Frente Popular, en febrero de 1936, vuelve al poder Manuel Azaña, promotor destacado en la pasada revolución de octubre, aplastada por el Ejército bajo la dirección de Franco. Nada más llegar, destituye a Franco de la Jefatura del Estado Mayor Central, y le busca un nuevo confinamiento. Y en su obstinación de alejarlo lo más posible, comete la venturosa ingenuidad de enviarlo a Canarias.
Nadie puede asegurar entonces que Franco, a pesar de su definida posición antimarxista, haya sido desleal a la República. Agotando la esperanza de un posible retorno a la legalidad, se ha mantenido disciplinadamente en su puesto y ha colaborado con alguno de sus gobiernos cuando, como en octubre de 1934, ha sido requerido para salvar la situación. En los momentos más delirantes de las masas, se ha entrevistado abiertamente con el General Pozas, Director de la Guardia Civil, para prevenirle de la realidad y con el Ministro de la Guerra, General Melero, para sugerirle la conveniencia de proclamar el estado de guerra, y con el Presidente del Gobierno, Pórtela Valladares. Aquellos dos militares le dijeron que los desmanes eran “legítima expansión de la alegría republicana” y el Presidente que “es ya viejo y carece de las energías suficientes para enfrentarse con la situación”.
Antes de emprender su viaje a Canarias, habla con el Presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, quien le responde de mala manera: “Váyase tranquilo, que en España no triunfará la doctrina soviética”. Franco le responde: “De lo que estoy seguro es de que donde yo esté no habrá comunismo”. El deber ha sido cumplido hasta el final: establecidos en Madrid los enlaces de información, Franco, con su mujer y su hija, llega a Cádiz y embarca en el buque Domine, rumbo a Canarias. La última imagen peninsular que se lleva en sus ojos es la de los templos gaditanos ardiendo.
JosE-Antonio encarcelado
Con la destitución ilegal de Alcalá Zamora, el 7 de abril de 1936, comienza el último acto de la tragedia republicana, que se inicia con una gran parada roja en la capital de la Nación. El Frente Popular sirve de biombo amparador del golpe de Estado que prepara el marxismo concienzudamente para no errar esta vez el golpe. El diario británico “The Times” comenta en un artículo que el alzamiento rojo para la implantación del soviet en España, se produciría con ocasión de la Olimpíada Internacional Obrera, convocada para el mes de julio en Barcelona.
El clima se tensa por momentos. Por las calles y en las carreteras, pandillas de hombres armados, fuerzan a las gentes a dar un donativo exigido para el Socorro Rojo Internacional. Las muchedumbres en manifestación gritan: ¡Viva Rusia! y ¡Muera España! Las mujeres frentepopulistas vociferan: ¡Hijos sí, maridos no! y hasta sus niños repiten lo que se les ha enseñado: ¡Ni Dios, ni Patria, ni padres!
José Antonio Primo de Rivera, que había sufrido cinco atentados criminales, es detenido y encarcelado al descubrir que portaba una pistola y se le traslada con gran aparato de vigilantes y precauciones a la cárcel de Alicante.
Calvo SoteLo es asesinado por orden del Gobierno
Ya entrado el mes de julio, en el Parlamento, tras una valiente intervención de Calvo Sotelo, monárquico y líder de las derechas, en la que hace el aterrador balance de los caóticos y desastrosos resultados del gobierno del Frente Popular, el Ministro de la Gobernación, Casares Quiroga, le amenaza tan vil y claramente que Calvo Sotelo se da por advertido con estas palabras: “La vida podéis quitarme, pero más no podéis". De formular la sentencia se encarga una mujer, diputada comunista: Dolores Ibarruri, “La Pasionaria”, que al término de la histórica sesión, afirma estas rotundas palabras: "Ese hombre ha hablado hoy por última vez”.
Y ante la estupefacción general, la República comete su peor y más abyecto error: el asesinato oficial del adversario político. En la madrugada del 12 al 13 de julio, Calvo Sotelo es detenido en su hogar por un grupo de guardias de asalto del cuartel de Pontejos, dependiente directamente del Ministro de la Gobernación. Cuando es trasladado en la camioneta de la fuerza pública, un cobarde tiro en la nuca pone fin a la vida de este gran español. Su cadáver es arrojado por los mismos guardias asesinos a las puertas del cementerio. La noticia, que congeló el ya inerte pulso de toda la ciudadanía civilizada, fue recogida por los periódicos con estas sintomáticas diferenciaciones:
“El entierro del despojo sanguinolento en que la República ha convertido a este enemigo tan declarado y tan valeroso, constituye una apretada manifestación, en la que trasciende que las tibiezas y las dudas han llegado al límite”.
Cuando Franco recibe en Canarias tan terrible noticia, su gesto se ensombrece y dice escuetamente: “es la señal”.
Así, la incontenible hostilidad de Casares Quiroga hacia Calvo Sotelo va a permitir que su cadáver haga a España su mejor servicio: el de favorecer que el Alzamiento Nacional pueda anticiparse a la fecha prevista por los comunistas para establecer la ya casi ultimada revolución roja que implante en España, bajo los auspicios de la U.R.S.S., la segunda ”dictadura del proletariado”.
EL Alzamiento Nacional
Ante estos acontecimientos, en África, reunidos en Llano Amarillo con motivo de unas maniobras, 20.000 hombres están prácticamente en pie de guerra contra el gobierno del Frente Popular.
Todo está pendiente de la fecha que Franco designe para llegar a Marruecos y del aviso que envíe desde Navarra el General Mola. En la noche del 17 de julio, Franco recibe el telegrama que le da cuenta de la sublevación del ejército de Marruecos. Burla la vigilancia estrecha a que está sometido por las autoridades civiles y en una avioneta de turismo inglesa, enviada desde Londres por un colaborador, emprende el vuelo hacia Tetuán. Sus palabras de despedida han sido de una fe ciega en el triunfo.
Tras un azaroso viaje con escalas en Agadir y Casablanca, Franco llega a Tetuán para tomar el mando del Ejército de Marruecos. Su presencia va a comunicar enseguida confianza en la empresa, va a elevar la temperatura del entusiasmo y va a captar a los propios marroquíes, poniendo una repentina claridad en el nublado horizonte.
Los confusos rumores que en la tarde del día 17 habían recorrido Madrid como una descarga eléctrica, se canalizaban en la mañana del domingo 18 por medio de una nota oficial emitida por radio: “Parte del Ejército de Marruecos se ha sublevado. Las fuerzas gubernamentales se dirigen contra el foco insurrecto y la normalidad es absoluta”.
Pero mientras periódicos y radios tratan de tranquilizar los ánimos restando importancia a lo que ocurre, se produce la enorme contradicción del reparto de armas a los militantes de los partidos y sindicatos del Frente Popular: fusiles, bombas de mano, pistolas, ametralladoras y aun los cañones, son entregados indiscriminadamente a miles de civiles exaltados por un Gobierno irresponsable que colaboró de esta forma con unas izquierdas revolucionarias y sectarias en las matanzas incontroladas que pronto inician los llamados “milicianos”, verdaderas hordas del terror rojo que fusilan indiscriminadamente y sin juicio ninguno a los que les parecen “sediciosos” o simplemente de derechas. Para redondear su desastrosa actuación, el Gobierno pone en libertad a los presos comunes y cursa una urgente petición de ayuda al Frente Popular Francés.
Así, el 18 de julio España queda dividida en dos: las ciudades más importantes en su censo, industria y agricultura, como Madrid, Barcelona, Bilbao y todo Levante, están en poder de la República. En Barcelona, el Alzamiento estaba confiado al General Goded, uno de los más prestigiosos jefes militares formados en África, pero sus efectivos de 2.000 hombres en total contra 50.000 fusiles marxistas fueron pronto aplastados. Barcelona se había perdido para la causa nacional y el General Goded fue fusilado
matanzas y saqueos en eL bando republicano
En Madrid, entablada la lucha en torno a cuarteles y campamentos, y asesinado el General García de la Herán, el General Fanjul trata de sostenerse en el Cuartel de la Montaña, sitiado por una muchedumbre de milicianos armados y asistidos por artillería y aviación. La desigualdad de las fuerzas le hace caer al fin y sus defensores son reducidos y asesinados allí mismo por los revolucionarios, como lo demuestran las impresionantes fotografías tomadas en el patio del cuartel . Madrid queda en poder de las masas exaltadas y el salvajismo culmina sin el menor freno del Gobierno.
Se reproducen los incendios, los saqueos en los barrios acomodados, las profanaciones de Iglesias y centros religiosos y los asesinatos; la apacible palabra “paseo" se enriquece ya para siempre con una acepción trágica: el asesinato sin juicio en cualquier cuneta. En Sevilla, en Navarra, en Valladolid y en todas las ciudades donde ha triunfado el Alzamiento, la población civil, desde el labriego al técnico universitario, acuden a nutrir los reducidos efectivos militares de la zona desde ahora llamada “Nacional”.
Si se tiene en cuenta que lo más efectivo de los sublevados residía en el Ejército de África y no era empresa fácil transportarlo a la Península por estar el Estrecho en manos de la escuadra republicana, se considerarán como lógicas las palabras de Indalecio Prieto (PSOE), que en una alocución exuberante decía: “¿Adónde van esos locos? Nosotros tenemos las principales ciudades, los núcleos industriales, todo el oro del Banco de España, inagotables reservas de hombres, y tenemos la Escuadra”. A estas verídicas afirmaciones, Franco opone las suyas: “Es verdad, ellos lo tienen todo, todo, menos la razón”.
Y se lanza a la aventura de atravesar el Estrecho de Gibraltar.
eL alcázar de toledo
El día 5 de agosto, en unas horas de riesgo incalculable y después de afrontar victoriosamente combate con la desnaturalizada Escuadra roja, cuyos oficiales habían sido asesinados por los revolucionarios, la razón de Franco quiebra el bloqueo del estrecho y el convoy llega a Algeciras.
En el monte Hacho (Ceuta), desde donde Franco ha presenciado la operación, un monolito recuerda esa hazaña. Con la aportación de las tropas de Marruecos, el Ejército del Sur pone en marcha cuatro columnas hacia Madrid, al mando del Teniente Coronel Yagüe que, saliendo de Sevilla, el día 12 de agosto conquistan Badajoz y permiten la conexión con el Ejército del Norte, unificando así la zona controlada por los alzados contra el Frente Popular.
En esta zona, el General Mola conquista Irún, la ciudad fronteriza, que es incendiada por las hordas rojo-separatistas que huyen derrotadas a Francia. El Ejército republicano en el norte pierde con ello un enclave vital y queda prácticamente aislado.
Por el sur, continúa la progresión del avance hacia Madrid con la conquista de Talavera y Torrijos, claves esenciales para la toma de Toledo. La ciudad, a 70 kilómetros de Madrid, está totalmente controlada por la República, con la excepción del Alcázar, donde desde el mismo día 18 de julio el Coronel Moscardó, con 1.100 hombres, 520 mujeres y 50 niños, se ha unido al Alzamiento y soporta un terrible asedio, e incluso ser conminado a rendirse a cambio de la vida de su hijo, lo que el moderno Guzmán el Bueno rechaza con impresionante entereza en una estremecedora conversación telefónica. Los inhumanos frentepopulistas cumplieron su amenaza y asesinaron al hijo de Moscardó, pero el Alcázar no se rindió.
Durante 68 días, la fortaleza recibe un alud de fuego y metralla, más de 15.000 proyectiles de artillería, 500 bombas de avión y tres minas de formidable poder. El Frente Popular había anunciado repetidas veces la toma del Alcázar, pero la falsa noticia era desmentida por los hechos. Decididos a terminar de una vez, se proyecta la explosión de una mina definitiva, a cuyo acto se invita a miembros del Gobierno tan caracterizados como Largo Caballero y La Pasionaria.
Y la mina estalla, destruyendo lo que quedaba del recio edificio y los sitiadores se lanzan al asalto. Pero el Alcázar no se rinde. Como en el ya lejano episodio de Tifaurin, un avión sobrevuela a los héroes sitiados para enviarles un mensaje de Franco. La carta, que se conserva en el Museo del Ejército, dice así:
“Un abrazo de este Ejército a los bravos defensores del Alcázar. Nos acercamos a vosotros, vamos a socorreros, mientras resistir, para ello os llevaremos pequeños auxilios. Vencidas todas las dificultades, avanzan nuestras columnas doblegando resistencias ¡Viva España!, ¡Vivan los bravos defensores del Alcázar!"
Alguien había preguntado a Moscardó por qué mantenía una defensa imposible y el héroe había contestado que porque tenía fe en Franco. Esa fe, como la de tantos otros que antes y después supieron tenerla, se vio premiada con la liberación.
El 28 de septiembre, al pisar los libertadores las ruinas inmortales, el defensor de la fortaleza dice escuetamente: “Sin novedad en el Alcázar, mi General", como si nada hubiera pasado. Un periodista extranjero escribe al contemplar estos hechos: “Arrodillémonos ante estos hombres: son la dignidad del mundo. Ellos nos engrandecen con su heroísmo. Por ellos estamos seguros de que el alma humana es todavía capaz de infinita grandeza".
Jefe de un nuevo estado
Dos días después, ante la necesidad de un mando único en la zona nacional, se reúnen en el barracón de un aeródromo militar en tierras de Salamanca, los Generales Cavanellas, Mola, Kindelán, Queipo de Llano, Orgaz, Gil Yuste, Dávila y Saliquet; y Franco es elegido Generalísimo de los Ejércitos y Jefe del nuevo Estado.