Aceptar consejos como aquél tío que terminó creyendo, aconsejado, ser un escritor sin talento en una sociedad convulsa y atareada, le aconsejaron cambiar de registro como remedio a su intrascendencia ("reinvéntate") y vio la lulz paseando por Fuenlabrada. Se dedicaría a la literatura erótica. Se levantó un martes por la mañana y visitó la biblioteca municipal, acercándose a la conserje con peticiones, susurrando:
-Sección erótica, por favor?
-Excuse me?
No hombre que era broma, en principio nadie es tan imbécil, iba escribiendo normal, ahora doy un paseo, ahora se me ocurre, ahora me lo apunto, ahora le doy al twitter y me meto un dedo en la nariz. Las historias iban tomando cuerpo y se mezclaban vivencias e invenciones en una macedonia resultona, pero a menudo sentía que violaba las intimidades alienas, aconsejando, según para quien era indisimulable.
Se planteó entonces la indecencia moral, no sobre el registro literario, sino sobre el copyright de la experiencia compartida, los consejos lo llevaron derecho al lumbago.
-Haga peso muerto -le aconsejaste, pero le pareció demasiado hardcore, se hizo un abono trimestral pero sólo para hacer unos swimmings (?) empezando aquella misma tarde. Se encontró la piscina engorilada porque las babuínas hacían aqua-gym, las monitoras haciendo unos dancings (?) podrían ser una buena inspiración pero era miope y solamente intuía los pasos.
Manos a la obra empezó por la braza y se esguinzó el cogote, entonces optó por el crol pero la doctora lo avisó de que eso lo chepaba y que necesitaba sobre todo (en realidad había puesto sobre todo junto porque soy un subnormal) abrirse de pecho, de hombros. Durante un segundo él pensó que ella podría abrirse de piernas.
Ya un poco más cerca de estar hasta los huevos y con la líbido bajo mínimos optó para nadar de espalda hasta destrozarse los lumbares, cosa que llevó el fisioterapeuta a aconsejar-le ejercicios abdominales, y peso muerto, para compensar el exceso de musculación abominable de la parte superior del tronco. En un ataque de rabia comprensible, se compró un lanzagranadas en el mercawoman y voló por los aires el gimnasio del barrio en horario de máxima audiencia, pero la gracia es que la granada llevaba cromo, y quedó un hoyo to guapo.