Recuerdo de Murcia hace como una década, a la vuelta de un viaje por Andalucía, cuando paré en una estación de servicio cerca de Sargonera la Verde, a una familia de gordos comiéndose unos platos de paella marranera que parecían el vómito de un leproso.
Compré unos bocadillos, unas botellas de agua y me quedé mirando unos llaveros muy cachondos de un tío desnudo en un barril, así como de goma, que cuando lo apretabas salía un tremendo cipote, y me acuerdo que le dije a un hamijo que me acompañaba, cuyos padres eran casualmente murcianos, que ese llavero le gustaría a su madre y que tenía más pene que el micropénico de su padre. Se cagó en mi pero sin decirme aquello de acho, pijo, hueva, porque era más fino, criado en Barsalona. Con su voz nasal y su acento llemosí. Luego se cagó en mis muertos y todos reímos felices.
Vamos que Murcia no está tan mal, podría ser peor.