cuellopavo
Frikazo
- Registro
- 23 Abr 2006
- Mensajes
- 14.944
- Reacciones
- 8.347
Antiguamente había dos focos de creación cultural: la cultura popular y la llamada cultura elevada. Ambas no eran compartimentos estancos, como a veces se suele pensar, sino que bebían una de la otra y se influían mutuamente, y de un modo consciente y explícito desde el romanticismo. Ejemplos los hay a mansalva, y no voy a citarlos porque esto es un post y no un artículo.
Hacia el siglo XX, apareció un nuevo concepto cultural, asociado a una nueva clase y al nacimiento de la sociedad de consumo capitalista. Me refiero a la archiconocida cultura de masas, con orígenes en la cultura burguesa de las sociedades industriales del siglo XIX y con un poco también de los conceptos totalitaristas interesados en el cultivo y manipulación de masas (fascismo y comunismo). Esta nueva cultura adquiere los procedimientos y justificaciones empresariales y de mercado, y ofrece productos, es decir, elaboraciones que ni proceden de la espontaneidad anónima y popular, ni del individualismo creador del artista.
Lo más significativo de esta cultura de masas (que no debería confundirse con la cultura popular) es que se interpone e intermedia entre los dos focos tradicionales de cultura, interrumpiendo su alimentación mutua y transformándolos en focos marginales o de “cultura alternativa”.
Pues bien, el escritor, hoy día, debe elegir dónde se sitúa y asumir las consecuencias (antes no era necesario; se suponía que se situaba automáticamente en el foco de la “cultura elevada”): si en el nuevo foco, creciente y boyante, de la cultura de masas, o bien en los focos tradicionales en retroceso.
El escritor situado en la cultura de masas ha de conocer un principio esencial de este medio: que escribe para complacer al lector, sea cual sea su nivel cultural y el tiempo que le dedique a la lectura. El autor como “ser dotado de una sensibilidad y discernimiento superiores, que escribe para el ennoblecimiento de sus semejantes” es una antigualla infumable. El nuevo consumidor de lectura no quiere saber nada de tipos superiores ni hacer esfuerzos de comprensión. Quiere sentirse cómodo con lo que lee, mirarse en el espejo y verse guapa o guapo, que le hagan cosquillitas donde le gusta que se las hagan y se le ponga la piel de gallina con las cosas previstas y que confirmen su propia sensibilidad e inteligencia. Nada de revolverle las tripas y poner patas arribas sus esquemas mentales. Dicho en plata: el producto comercial “libro” se orienta a los anónimos y pretenciosos lectorcillos que se las dan de culturetas en su entorno de amigos que sólo hablan de fúrgol y de pantojas para que se sientan especiales y muy cultos. ¿Cómo vas a meterles un libro que les obligue a ir una y otra vez al diccionario y a releer una y otra vez cada párrafo?
Esto es, por supuesto, una gran estafa. Pero nuestra civilización, en general, ha terminado convertida en eso, en una gran estafa. Y los estafadores saben dar jabón como nadie a primos y pardillos.
Esa es mi opinión acerca del asunto planteado, y Uds. ya me dirán la suya, me interesaría mucho saberla.
Hacia el siglo XX, apareció un nuevo concepto cultural, asociado a una nueva clase y al nacimiento de la sociedad de consumo capitalista. Me refiero a la archiconocida cultura de masas, con orígenes en la cultura burguesa de las sociedades industriales del siglo XIX y con un poco también de los conceptos totalitaristas interesados en el cultivo y manipulación de masas (fascismo y comunismo). Esta nueva cultura adquiere los procedimientos y justificaciones empresariales y de mercado, y ofrece productos, es decir, elaboraciones que ni proceden de la espontaneidad anónima y popular, ni del individualismo creador del artista.
Lo más significativo de esta cultura de masas (que no debería confundirse con la cultura popular) es que se interpone e intermedia entre los dos focos tradicionales de cultura, interrumpiendo su alimentación mutua y transformándolos en focos marginales o de “cultura alternativa”.
Pues bien, el escritor, hoy día, debe elegir dónde se sitúa y asumir las consecuencias (antes no era necesario; se suponía que se situaba automáticamente en el foco de la “cultura elevada”): si en el nuevo foco, creciente y boyante, de la cultura de masas, o bien en los focos tradicionales en retroceso.
El escritor situado en la cultura de masas ha de conocer un principio esencial de este medio: que escribe para complacer al lector, sea cual sea su nivel cultural y el tiempo que le dedique a la lectura. El autor como “ser dotado de una sensibilidad y discernimiento superiores, que escribe para el ennoblecimiento de sus semejantes” es una antigualla infumable. El nuevo consumidor de lectura no quiere saber nada de tipos superiores ni hacer esfuerzos de comprensión. Quiere sentirse cómodo con lo que lee, mirarse en el espejo y verse guapa o guapo, que le hagan cosquillitas donde le gusta que se las hagan y se le ponga la piel de gallina con las cosas previstas y que confirmen su propia sensibilidad e inteligencia. Nada de revolverle las tripas y poner patas arribas sus esquemas mentales. Dicho en plata: el producto comercial “libro” se orienta a los anónimos y pretenciosos lectorcillos que se las dan de culturetas en su entorno de amigos que sólo hablan de fúrgol y de pantojas para que se sientan especiales y muy cultos. ¿Cómo vas a meterles un libro que les obligue a ir una y otra vez al diccionario y a releer una y otra vez cada párrafo?
Esto es, por supuesto, una gran estafa. Pero nuestra civilización, en general, ha terminado convertida en eso, en una gran estafa. Y los estafadores saben dar jabón como nadie a primos y pardillos.
Esa es mi opinión acerca del asunto planteado, y Uds. ya me dirán la suya, me interesaría mucho saberla.