Un hombre malévolo, retorcido y perverso ha aparecido en mi vida. Un individuo diabólico de las profundidades del abismo ha llegado para martirizarme. Se llama Juan Antonio y tiene 15 años.
Juan Antonio es mi vecino, un crío repelente, más pesado que una vaca en brazos y al que, encima, le canta el aliento a sosa cáustica.
Por la amistad que une a nuestros padres, en los últimos meses la criatura ha tomado mi casa por un segundo hogar, come, cena y hasta juraría que le he visto andando en gayumbos por el pasillo a las 4 de la madrugada.
Lo que realmente empieza a preocuparme, es que el chaval ha comenzado a darme el coñazo en serio, intuyo que me sigue por la calle y que cuando yo no estoy en la habitación huele mis bragas cuál perro policía buscando cocaína. Esta especialmente salido, ya se ha levantado más de una vez del sofá con la bandera alzada y es algo que me provoca verdadero asco.
El caso es que me lo encuentro allá donde voy. Anoche en las fiestas de mi ciudad me disponía a comerme un helado, cuando le veo escondido detrás del puesto de berenjenas, observándome, con cara de psicópata y luciendo una extraña sonrisa que me hizo sentir como Nick Nolte en El cabo del miedo. Me deja notas en la habitación en las que escribe mensajes clave como “
Tú por mi, yo por ti”, “
hola, soy Juanan” y empiezo a temer por mi integridad física y mental. Es realmente retorcido, un monstruo que aprovecha mis depresiones pre-menstruales para mermar mi autoestima y hacerme creer que le necesito. Me confunde pero no hay quien le meta en la cabeza que no somos afines y que lo nuestro es imposible.
Lo peor de todo es que su novia, una niña politoxicómana de 13 años, me paró por la calle y me sugirió que, si no me alejaba de él, sus amigas “Las gitanas
del Puente” iban a darme una lección. Intenté razonar con ella para explicarle la situación, pero la cría tenía pinta de tener navajas hasta en la funda de los tampones, así que salí pitando.
Tengo miedo, estoy aterrada. He pensado en escapar del país o huir a la estepa manchega y vivir del queso de mis ovejas o mañana mismo se que me encuentro con una bomba lapa en la bicicleta.
Me he inventado novios agresivos para asustarle, pero no hay manera de engañarle, intuye por mi careto que hace siglos que no follo.
Estoy desesperada. He considerado la idea de contratar a unos sicarios para que le den una paliza, pero no tengo dinero ni para pagarles un bofetón. La posibilidad de asesinarle con mis propias manos y fingir que falleció de intoxicación mientras bebía coca-cola con Baileys, también la he valorado, pero no quiero ir a la cárcel.
foto de archivo.
Quiero que desaparezca de mi vida. Tengo que deshacerme de él como sea antes de que esas gitanazas del inframundo vengan a buscarme y sea demasiado tarde. Pero ¿cómo?