El bar de los ángeles.
Donde todo el mundo llega para perder su vergüenza y encontrar un motivo efímero para seguir vivos entre las sombras de lo que una vez fueron mujeres.
En un día tranquilo como hoy, pocos son los hombres que, habiendo abandonado a las que el cura declaró como sus esposas, se esfuerzan en la seducción de aquellas que de igual modo serán seducidas.
En las tripas de esta caverna, en un cuarto de baño de paredes rojas como el carmín, salpicadas de vómitos y orín, Juan Quina tiene una conversación con el vaho en el espejo. La música repta escaleras abajo y se introduce a través de la rendija de la puerta, hasta el oído de Juan. Los Blasters.
El inodoro está embozado, como las vidas de muchos.
Juan hace girar el tambor del revolver, y lo cierra. A ver cómo acaba la noche.
El borracho aguardando en el exterior del servicio es sólo un reflejo de Juan. Un espejismo en medio de un oasis que arde en medio de un estercolero. El borracho, cincuentón cuanto menos, grita algo acerca de un hijo drogadicto. Juan siente el fantasma de su padre enroscándose en su columna vertebral, y al tocar el frío del arma en el bolsillo de su chaqueta de cuero, es como recibir un lametón en el glande de boca de una mujer casada.
Se acaba el pasillo. A la vuelta de la esquina, Juan sabe que él sigue ahí. Puede oír sus risas de jodido gordo, las risas de jodidas putas de las que le acompañan. Puede oír el crujir del cuero de ellas cuando sus pezones se ponen duros involuntariamente, el grito de la polla de él oprimida por los pantalones.
Piensa en la cárcel y, seguidamente, en la paja que se ha hecho este mañana sentado en el borde de la cama, con esa pequeña y escuálida rumana echada al lado. Piensa en cómo, en el momento de correrse, se ha girado en la cama y ha eyaculado sobre ella. En cómo ha despertado sorprendida.
Piensa en la cárcel. Piensa mejor en correr mucho para que puedas repetir esa escena mañana.
No hay marcha atrás. Cuentas con la bendición de todos los perdidos que esperan volver a verte mañana para que sus vidas sean exactamente igual de rutinarias que hoy.
Así que Juan amartilla el arma y se dispone a presentar sus honores…
Sigo?
Donde todo el mundo llega para perder su vergüenza y encontrar un motivo efímero para seguir vivos entre las sombras de lo que una vez fueron mujeres.
En un día tranquilo como hoy, pocos son los hombres que, habiendo abandonado a las que el cura declaró como sus esposas, se esfuerzan en la seducción de aquellas que de igual modo serán seducidas.
En las tripas de esta caverna, en un cuarto de baño de paredes rojas como el carmín, salpicadas de vómitos y orín, Juan Quina tiene una conversación con el vaho en el espejo. La música repta escaleras abajo y se introduce a través de la rendija de la puerta, hasta el oído de Juan. Los Blasters.
El inodoro está embozado, como las vidas de muchos.
Juan hace girar el tambor del revolver, y lo cierra. A ver cómo acaba la noche.
El borracho aguardando en el exterior del servicio es sólo un reflejo de Juan. Un espejismo en medio de un oasis que arde en medio de un estercolero. El borracho, cincuentón cuanto menos, grita algo acerca de un hijo drogadicto. Juan siente el fantasma de su padre enroscándose en su columna vertebral, y al tocar el frío del arma en el bolsillo de su chaqueta de cuero, es como recibir un lametón en el glande de boca de una mujer casada.
Se acaba el pasillo. A la vuelta de la esquina, Juan sabe que él sigue ahí. Puede oír sus risas de jodido gordo, las risas de jodidas putas de las que le acompañan. Puede oír el crujir del cuero de ellas cuando sus pezones se ponen duros involuntariamente, el grito de la polla de él oprimida por los pantalones.
Piensa en la cárcel y, seguidamente, en la paja que se ha hecho este mañana sentado en el borde de la cama, con esa pequeña y escuálida rumana echada al lado. Piensa en cómo, en el momento de correrse, se ha girado en la cama y ha eyaculado sobre ella. En cómo ha despertado sorprendida.
Piensa en la cárcel. Piensa mejor en correr mucho para que puedas repetir esa escena mañana.
No hay marcha atrás. Cuentas con la bendición de todos los perdidos que esperan volver a verte mañana para que sus vidas sean exactamente igual de rutinarias que hoy.
Así que Juan amartilla el arma y se dispone a presentar sus honores…
Sigo?