Lolitonta
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Ella se llama Cristina. En la escuela era buena con todos los compañeros más débiles, y le encantaba juntarse con los niños más pequeños en los recreos: siempre tuvo un instinto maternal muy acusado. Sus padres la adoran: es una niñita muy buena y aplicada en los estudios.
Llega la secundaria: su belleza empieza a ser exuberante. Su cara, pese a recordar a la de un macaco -seguramente tendrá algún antepasado de raza negra-, sigue siendo tan adorable como cuando era niña, cosa que rara vez sucede entre las mujeres. Sin quererlo, se ve arrastrada al universo de los más guays, los más populares: "tíaaa, vente conmigo, te voy a enseñar una cosa!!!!111!", "Tía, olvídate de juntarte con esos fracas, tienes que venirte a la fiessssshta que nos hemos montado en casa del Borja!!!1!". Entre sus sentimientos inevitables de superioridad, que la llevan a burlarse -sin querer- de algún loser, y de diva rompecorazones virgen, decide convertirse en una versión mejorada de sí misma.
Sus padres ven cómo su cabello, antaño moreno con ciertos reflejos castaños, se va haciendo cada vez más rubio, cómo sus vestidos se van acortando, cómo sus pantalones vaqueros van siendo reemplazados por mini-shorts -con leotardos blancos en invierno-, y el padre, con desesperación, no puede evitar erecciones al verla. "¡¡MI NIÑA!! ¿QUÉ HA PASADO CON MI NIÑA?". Un día la van a buscar sin avisar a una discoteca, y la encuentran enrollándose de lo lindo con un guaperas pijo. El padre, con una insoportable erección mezclada con una sensación absoluta de impotencia, tira las llaves del coche hacia el paquete del corruptor. Cristina sufre. Es tan bella... ¿Qué le puede hacer? Afortunadamente, es tan buena chica y es tan aplicada en sus estudios, que sus padres la acaban perdonando al cabo de un tiempo.
Por fin llega la universidad. Estudia Biología -tras lo cual se dedicará a la medicina-. Tiene su estatus de tía buena (en ambos sentidos) bien consolidado, y su autoestima está por las nubes. Ello le propicia el tener las puertas abiertas al universo más cool de su facultad. Va casi cada noche a fiestas, conoce a hombres mucho mayores que ella, les enamora con su dedo en la boca haciendo ssshhhh, prometiéndoles absoluta discreción a la par que sexo salvaje y rimbombante (¡qué cuerpazo, diantres!), y así consigue, con sólo hacer un par de arrumacos y abrirse de vez en cuando de piernas, todo lo que toda su vida había soñado: sentirse una verdadera Princesa.