Black Adder
Plagiador de mierda
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Es miércoles, 28 de abril de 1993, y está en juego el cuarto playoff de las semifinales de la liga griega de básket, de la cual eres una de las grandes estrellas. A poco menos de seis minutos para el final del partido, tu equipo, el modesto Panionios, pierde por solamente seis puntos ante el poderoso Panathinaikos, pero tenéis posesión de ataque. Recibes bajo aro y cortas la intensa defensa en zona del PAOK, que se manifiesta mediante el repliegue de un compañero que asiste a tu marcador. Pero botas y, tras revolverte, consigues saltar y anotar poniendo la diferencia en cuatro. Sin embargo, el árbitro invalida tu canasta por contacto sobre Fragiskos Alvertis y señala personal en ataque, la quinta en tu cuenta particular, lo cual te elimina automáticamente del partido en ese momento vital. Presa de la frustración, manifiestas tu descontento.
Te rompes la tercera vértebra cervical, dañando permanentemente tu médula espinal e imposibilitando que puedas volver a andar por el resto de tu vida. Caes desplomado: la próxima vez que estés en una pista de baloncesto será fuera del parquet, en una silla de ruedas. Te preguntarán, a lo largo de los años, si lamentas haber destrozado tu vida de esta manera por no haber sabido controlar tu furia en un momento dado y dirás que no, que fue tu culpa y te sirvió como lección tanto a ti como a los demás, pero será mentira. El arrepentimiento la mañana siguiente es tan grande que apenas puedes respirar, y seguirá siendo así durante el resto de mañanas de tu vida, después de haber revivido ese momento una y otra vez en sueños, que de otro modo tampoco será muy larga: únicamente el deseo de guiar a tu hijo hacia el baloncesto profesional, para ver materializarse en él tu destino, que tú mismo dinamitaste, te servirá como motivación para no rendirte. Morirás trece años después, presa de la depresión y la enfermedad, sin haber llegado a los cincuenta.
En palabras del propio Jankovic:
Pues de eso va esta mierda de hilo, hijos de puta. De esos momentos en los que, acostado en la cama por la noche, haces replay de esos instantes en los que la cagaste, como si revivir una y otra vez tus errores más irreparables en tu cabeza pudiera mitigar la culpabilidad que te atenaza. De esas ocasiones en las que, sin saber muy bien por qué, sin ni siquiera entenderlo años después, lo único que acertáis a sacar en claro es que os equivocásteis con la rémora añadida de que constatarlo no sirve absolutamente para nada. Esas veces en las que corríais por la banda con una brillante carrera por delante y al minuto siguiente estábais tendidos en el suelo, sangrando por la boca para no volver a levantaros jamás, porque sin saber muy bien por qué arremetísteis contra todo y os marcásteis un Jankovic.
Te rompes la tercera vértebra cervical, dañando permanentemente tu médula espinal e imposibilitando que puedas volver a andar por el resto de tu vida. Caes desplomado: la próxima vez que estés en una pista de baloncesto será fuera del parquet, en una silla de ruedas. Te preguntarán, a lo largo de los años, si lamentas haber destrozado tu vida de esta manera por no haber sabido controlar tu furia en un momento dado y dirás que no, que fue tu culpa y te sirvió como lección tanto a ti como a los demás, pero será mentira. El arrepentimiento la mañana siguiente es tan grande que apenas puedes respirar, y seguirá siendo así durante el resto de mañanas de tu vida, después de haber revivido ese momento una y otra vez en sueños, que de otro modo tampoco será muy larga: únicamente el deseo de guiar a tu hijo hacia el baloncesto profesional, para ver materializarse en él tu destino, que tú mismo dinamitaste, te servirá como motivación para no rendirte. Morirás trece años después, presa de la depresión y la enfermedad, sin haber llegado a los cincuenta.
En palabras del propio Jankovic:
"You can spend years and years to achieve something big in your life but it needs just about a second to ruin everything."
Pues de eso va esta mierda de hilo, hijos de puta. De esos momentos en los que, acostado en la cama por la noche, haces replay de esos instantes en los que la cagaste, como si revivir una y otra vez tus errores más irreparables en tu cabeza pudiera mitigar la culpabilidad que te atenaza. De esas ocasiones en las que, sin saber muy bien por qué, sin ni siquiera entenderlo años después, lo único que acertáis a sacar en claro es que os equivocásteis con la rémora añadida de que constatarlo no sirve absolutamente para nada. Esas veces en las que corríais por la banda con una brillante carrera por delante y al minuto siguiente estábais tendidos en el suelo, sangrando por la boca para no volver a levantaros jamás, porque sin saber muy bien por qué arremetísteis contra todo y os marcásteis un Jankovic.