Juvenal
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- 23 Ago 2004
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¡Vaya cara! Parece que te deban y no te paguen.
Estaba leyendo el enésimo hilo sobre un tema mil veces repetido: trabajos basura.
He tenido trabajos basura, claro, como todo el mundo.
Hace ya unos cuantos años, trabajaba en un asqueroso turno de fin de semana y festivos y por el trato que recibía tenía la sensación de haber retrocedido al s. XIX. No digo nada nuevo ni extraño si afirmo que allí los trabajadores eran simples herramientas y como tales eran tratados: se procuraba rentabilizarlos al máximo y cuando hacían crac acababan en el cubo de la basura y los dueños los sustituían rápidamente comprando unos nuevos.
Un domingo, como todos los domingos, estaba comiendo en el trabajo, pues allí pasábamos la mayor parte del día, con un compañero, Armando. Había tenido una dolorosa separación tras descubrir que su mejor amigo estaba liado con su mujer, había perdido su anterior empleo por haber cerrado la fábrica en la que había pasado muchos años y, al ser cincuentón ya, no había podido encontrar otro trabajo mejor. A pesar de la diferencia de edad, de educación y demás, llegamos a congeniar bastante bien, de hecho nos hicimos amigos; Armando estaba deseando llegar a los sesenta para jubilarse.
-Hay que ser muy pringado para estar aquí trabajando un domingo -decía mientras me zampaba taciturno el bocadillo.
Asentía yo en silencio y allí seguíamos aguantando mecha.
-Este Juvenal habla poco pero se fija mucho -solía decir Armando al resto del turno entre risas.
A los 59 años le descubrieron un cáncer.
Fui a verlo al hospital. En aquella ala de oncología uno no podía sustraerse a la ominosa sensación de muerte lenta y cadenciosa que lo impregnaba todo. Cuando salí de allí supe que aquella era la penúltima gota antes de que el vaso rebosara.
Varias operaciones y un curioso giro del destino hicieron que, contra todo pronóstico, viviera para contarlo. Le concedieron la invalidez y Armando se marchó a otra ciudad, lejos. Ahora apenas mantenemos trato, salvo las llamadas telefónicas de rigor para felicitarnos la Navidad. Entre risas, por supuesto.
Por mi parte ya tenía pensado dejar el trabajo lo más pronto posible, pero antes pillé la baja. Las bajas médicas se sucedían en aquel lugar, la mía fue la tercera en pocos meses.
Estaba en casa, convaleciente, cuando sonó el teléfono. Al otro lado del hilo escuché la voz del señor Alberto, el gerente, que desconocía que para usar correctamente "señor" se debe acompañar del apellido y no del nombre de pila. Se le trataba de usted y él siempre tuteaba, costumbre que me irritaba.
-Te llamaba para informarte de que vas a causar baja en la empresa.
No, tenía que haberle dicho, si de baja ya estoy, lo que ud. está usando es un eufemismo para evitar pronunciar "despido". De la misma manera que emplea una palabra abstracta como "empresa", para no referirse a personas concretas como el sr. X o el sr. Y, los dueños del tinglado. Quizá así pensaba que el tono sería más neutro.
Curioso, a ese par de fachas les lleva los asuntos un abogado que cuando estudiaba era de lo más rojillo. Cosas veredes...
Pasó el tiempo. Llegó un momento que acabé tan harto que me planteé el mudarme, abandonarlo todo y empezar en otra ciudad. Conocía a alguien y le pedí que me echara un cable, dijo que me recomendaría en su trabajo y que le mandase un currículum, y así lo hice.
Al final no fue necesario. Y mirando el asunto con cierta perspectiva, tal vez pecase de egoísta, explicándole mis cuitas triviales, cuando las suyas serían con toda seguridad más importantes. No sé explicarlo, es una sensación extraña, indefinible, como si dejase algo a medio hacer o tuviera alguna deuda por saldar.
Pasó el tiempo, como digo, y tuve otros trabajos. He ido progresando, ahora trabajo con basura y entre ella. Lo importante es ir aprendiendo y hacer las cosas bien.
Por estas fechas suelo recibir bastantes invitaciones de amigos, parientes y conocidos en general y la gran mayoría suele acabar con una coletilla muy parecida a "y, de paso, a ver si me puedes ayudar a hacer la de este año". Casi nunca digo que no, no me supone ningún esfuerzo.
El otro día recibí la invitación de una amiga a la que intenté percutir sin éxito hace tiempo, como ya conté en cierto hilo. Estuvimos comiendo y mientras me dejaba solo en el comedor, me rogó que la disculpase un momento, que tenía que ir al lavabo. Mientras examinaba los papeles que me había dejado, podía oír cómo vomitaba y me embargaba una especie de rabiosa impotencia, pues sabía que discutir con ella sobre el tema sería como picar en mármol o hablarle a una estatua de hielo.
Más recientemente, otro amigo me pidió que le echase un vistazo a la de su padre, ya se la habían hecho, pero quería, como los médicos, una segunda opinión, antes de presentarla. Claro, cómo no. Así que después de estar todo el día a piñón entre basura, me pasé por su casa, medio dormido, y deseando solventar el asunto cuanto antes mejor.
Al llegar me había dado su portátil (pues allí la tenía grabada) y me había dejado solo en una habitación mientras él realizaba unas gestiones fuera de casa. El calor era asfixiante, la mesa estaba llena de papeles... Dos horas después todavía seguía enfrascado en ella, el asunto era más complicado de lo que parecía, el sopor se había adueñado casi por completo de mí, me había bebido casi toda la botella de agua de litro y medio que tenía delante y tenía un creciente mal humor.
Cada vez estaba más cansado, estiré los brazos, me cagué un par de veces en todo y decidí despejarme. Tal vez con un poco de música se me aclarara la cabeza, así que busqué en el portátil algún mp3.
-¡Hostia puta! -exclamé.
No pude evitar las carcajadas. Música no encontré, pero sí fotografías. De esas caseras y de las que el pudor me impide dar detalle. Baste decir que me estuve riendo un buen rato. Finalmente acabé la tarea que tenía entre manos, con una sonrisa de oreja a oreja, a pesar del calor y el sueño.
No debería quejarme, pero lo hago; no debería quemarme, pero lo hago. Parece un buen trabajo, pero no es oro todo lo que reluce. Parece seguro, pero nada lo es en esta vida. Procuro hacer las cosas bien, no dejar nada pendiente y, sobre todo, no meter la pata; propósitos irrealizables que nunca se cumplen pero que sirven para seguir adelante.
Me gusta estar encima de una, ver sus ojos brillantes, sus mejillas arreboladas y mientras estoy bombeando soltarle un "para que luego digas que no trabajamos".
Sigo sin quitarme esa sensación, no tengo claro si soy el que está en deuda y no puede pagar o soy el acreedor que no puede cobrar.
Todo tiene su letra pequeña... Todo es tan confuso...
Estaba leyendo el enésimo hilo sobre un tema mil veces repetido: trabajos basura.
He tenido trabajos basura, claro, como todo el mundo.
Hace ya unos cuantos años, trabajaba en un asqueroso turno de fin de semana y festivos y por el trato que recibía tenía la sensación de haber retrocedido al s. XIX. No digo nada nuevo ni extraño si afirmo que allí los trabajadores eran simples herramientas y como tales eran tratados: se procuraba rentabilizarlos al máximo y cuando hacían crac acababan en el cubo de la basura y los dueños los sustituían rápidamente comprando unos nuevos.
Un domingo, como todos los domingos, estaba comiendo en el trabajo, pues allí pasábamos la mayor parte del día, con un compañero, Armando. Había tenido una dolorosa separación tras descubrir que su mejor amigo estaba liado con su mujer, había perdido su anterior empleo por haber cerrado la fábrica en la que había pasado muchos años y, al ser cincuentón ya, no había podido encontrar otro trabajo mejor. A pesar de la diferencia de edad, de educación y demás, llegamos a congeniar bastante bien, de hecho nos hicimos amigos; Armando estaba deseando llegar a los sesenta para jubilarse.
-Hay que ser muy pringado para estar aquí trabajando un domingo -decía mientras me zampaba taciturno el bocadillo.
Asentía yo en silencio y allí seguíamos aguantando mecha.
-Este Juvenal habla poco pero se fija mucho -solía decir Armando al resto del turno entre risas.
A los 59 años le descubrieron un cáncer.
Fui a verlo al hospital. En aquella ala de oncología uno no podía sustraerse a la ominosa sensación de muerte lenta y cadenciosa que lo impregnaba todo. Cuando salí de allí supe que aquella era la penúltima gota antes de que el vaso rebosara.
Varias operaciones y un curioso giro del destino hicieron que, contra todo pronóstico, viviera para contarlo. Le concedieron la invalidez y Armando se marchó a otra ciudad, lejos. Ahora apenas mantenemos trato, salvo las llamadas telefónicas de rigor para felicitarnos la Navidad. Entre risas, por supuesto.
Por mi parte ya tenía pensado dejar el trabajo lo más pronto posible, pero antes pillé la baja. Las bajas médicas se sucedían en aquel lugar, la mía fue la tercera en pocos meses.
Estaba en casa, convaleciente, cuando sonó el teléfono. Al otro lado del hilo escuché la voz del señor Alberto, el gerente, que desconocía que para usar correctamente "señor" se debe acompañar del apellido y no del nombre de pila. Se le trataba de usted y él siempre tuteaba, costumbre que me irritaba.
-Te llamaba para informarte de que vas a causar baja en la empresa.
No, tenía que haberle dicho, si de baja ya estoy, lo que ud. está usando es un eufemismo para evitar pronunciar "despido". De la misma manera que emplea una palabra abstracta como "empresa", para no referirse a personas concretas como el sr. X o el sr. Y, los dueños del tinglado. Quizá así pensaba que el tono sería más neutro.
Curioso, a ese par de fachas les lleva los asuntos un abogado que cuando estudiaba era de lo más rojillo. Cosas veredes...
Pasó el tiempo. Llegó un momento que acabé tan harto que me planteé el mudarme, abandonarlo todo y empezar en otra ciudad. Conocía a alguien y le pedí que me echara un cable, dijo que me recomendaría en su trabajo y que le mandase un currículum, y así lo hice.
Al final no fue necesario. Y mirando el asunto con cierta perspectiva, tal vez pecase de egoísta, explicándole mis cuitas triviales, cuando las suyas serían con toda seguridad más importantes. No sé explicarlo, es una sensación extraña, indefinible, como si dejase algo a medio hacer o tuviera alguna deuda por saldar.
Pasó el tiempo, como digo, y tuve otros trabajos. He ido progresando, ahora trabajo con basura y entre ella. Lo importante es ir aprendiendo y hacer las cosas bien.
Por estas fechas suelo recibir bastantes invitaciones de amigos, parientes y conocidos en general y la gran mayoría suele acabar con una coletilla muy parecida a "y, de paso, a ver si me puedes ayudar a hacer la de este año". Casi nunca digo que no, no me supone ningún esfuerzo.
El otro día recibí la invitación de una amiga a la que intenté percutir sin éxito hace tiempo, como ya conté en cierto hilo. Estuvimos comiendo y mientras me dejaba solo en el comedor, me rogó que la disculpase un momento, que tenía que ir al lavabo. Mientras examinaba los papeles que me había dejado, podía oír cómo vomitaba y me embargaba una especie de rabiosa impotencia, pues sabía que discutir con ella sobre el tema sería como picar en mármol o hablarle a una estatua de hielo.
Más recientemente, otro amigo me pidió que le echase un vistazo a la de su padre, ya se la habían hecho, pero quería, como los médicos, una segunda opinión, antes de presentarla. Claro, cómo no. Así que después de estar todo el día a piñón entre basura, me pasé por su casa, medio dormido, y deseando solventar el asunto cuanto antes mejor.
Al llegar me había dado su portátil (pues allí la tenía grabada) y me había dejado solo en una habitación mientras él realizaba unas gestiones fuera de casa. El calor era asfixiante, la mesa estaba llena de papeles... Dos horas después todavía seguía enfrascado en ella, el asunto era más complicado de lo que parecía, el sopor se había adueñado casi por completo de mí, me había bebido casi toda la botella de agua de litro y medio que tenía delante y tenía un creciente mal humor.
Cada vez estaba más cansado, estiré los brazos, me cagué un par de veces en todo y decidí despejarme. Tal vez con un poco de música se me aclarara la cabeza, así que busqué en el portátil algún mp3.
-¡Hostia puta! -exclamé.
No pude evitar las carcajadas. Música no encontré, pero sí fotografías. De esas caseras y de las que el pudor me impide dar detalle. Baste decir que me estuve riendo un buen rato. Finalmente acabé la tarea que tenía entre manos, con una sonrisa de oreja a oreja, a pesar del calor y el sueño.
No debería quejarme, pero lo hago; no debería quemarme, pero lo hago. Parece un buen trabajo, pero no es oro todo lo que reluce. Parece seguro, pero nada lo es en esta vida. Procuro hacer las cosas bien, no dejar nada pendiente y, sobre todo, no meter la pata; propósitos irrealizables que nunca se cumplen pero que sirven para seguir adelante.
Me gusta estar encima de una, ver sus ojos brillantes, sus mejillas arreboladas y mientras estoy bombeando soltarle un "para que luego digas que no trabajamos".
Sigo sin quitarme esa sensación, no tengo claro si soy el que está en deuda y no puede pagar o soy el acreedor que no puede cobrar.
Todo tiene su letra pequeña... Todo es tan confuso...
Frikazo
Asiduo
Veterano
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Novato de mierda