Juro por Joseph Fritzl que no tenía pensado contar aquí más cosa que la revelada en el sentido relato-homenaje a mi inolvidable gata Roncha, en que entre metafóricas lágrimas hablé de cómo, guiado por la providencia, la salvé un día de las garras de una inhumana tienda de animales, y luego de repente se me murió. Si me lees desde el Olimpo gatuno, amada Roncha, nunca fue mi intención violarte también la memoria. Pero este mundo infestado de mal le obliga a uno a veces a tomar decisiones dolorosas. Un desalmado, un ser inhumano vaciado de todo amor, sin corazones ni cerebros, una sabandija asquerosa, proterva y vil, mirad incluso lo que voy a decir: un gitano, me ha enviado un mensaje privado cargado de bilis y de veneno. Yo soy un alma inocente, lo juro por los anillos de Ratzinger, y tengo los ojos rojos y mojados de llorar durante toda la noche lágrimas de Roncha, lágrimas del sufrimiento más hondo que pueda atormentar un alma. Es, es como si vuestro padre violara a vuestra hermana y luego os la diera de comer, es como si os violara a vosotros y luego os obligara a que os lo comierais a él. Es el mal, hermanos, el mal, lo más satánico que hay.
Lo que sucedió a continuación es muy doloroso de contar. Tiré a Roncha de mi noveno, pero estaba justificado, eso quedó claro, ¿o no, vil sabandija? Ella tenía el alma enferma y sufría, hacía cosas que odiaba sin quererlas, como arañarme. Roncha cayó sobre la luna del audi de mi vecino de abajo, y entonces las alarmas empezaron a sonar, y todo el barrio salió por las ventanas de sus pisos mirando abajo, asustados por la algarabía. Mi vecino bajó y empezó a gritar como un descosido, sin respetar la muerte. Lloroso me limité a observarlo todo desde la altura; pero cuando mi vecino fue a coger a la gata para quitarla de entre los cristales le grité desde mi noveno con una voz tormentosa, con voz de Dios: ¡suéltala, desalmado!
Sin coger el ascensor bajé las escaleras tan rápido como pude. Tenía toda la cara roja de llorar. Mi cuerpo entero ardía de la emoción y del sufrir. Al final ya nada me importaba, y directamente me lanzaba por las escaleras rodando abajo para ganar tiempo, me tiraba de costado contra las paredes para que me viera Roncha desde el Olimpo, que si Jesús murió por los judíos yo también por la dignidad de mi gata. Cuando salí a la calle miré a mi vecino con todo el odio que tengo dentro, puse los músculos faciales en forma de furia y le dije “desalmado, cerdo, no tienes respeto por la vida”. Él repetía “¡mi coche, me cago en todo, mi coche!”. Yo le dije: ¿Tú coche? ¡Ha muerto un ser vivo, ha muerto una criatura, y tú te quejas de su coche!, mira el gato –lo arranqué de entre los cristales-, mira Roncha, Roncha –le besé en la boca llorando-, mírala, ¿te parece que ella está contenta –se la puse en la cara-, tiene cara de contenta?, ¡pregúntaselo a su cerebro –le cogí un trozo de cerebro recolgando y me lo acerqué al oído-, ¡oh, cerebrito, verdad que es una tragedia el audi de este impostor de humano, de este mono, de este gitano? –Todos se callaron: su corazón recapacitó y sintieron que yo tenía razón, todos menos el deméntor del audi-, ¿te gusta tu audi, te gusta tu audi, eh? –abrí la puerta-, ¡oh, Roncha tiene los intestinos en el cuero de tu audi, pero a ti te importa el cuero de tu puto audi y no el colon, el intestino delgado y el grueso de mi gata! –le tomé prestados con amor los intestinos, sintiéndome respaldado por el alma de Roncha, y los esparcí por los sillones y por el salpicadero, metiéndolos adrede por las rendijas del aire acondicionado-, ¡hijo de puta, cabrón!, ¡no tienes corazón, a lo mejor te sirve el de Roncha que lo tenía mil veces más grande que tú –le arranqué el corazón con cuidado cual último mohicano y se lo tiré a la cara a mi vecino-, sabandija, albóndiga de estiércol, humano malogrado, lengua de serpiente, ser ruin y despreciable! –de la ira empecé a estrellar a Roncha contra la chapa del audi hasta dejarlo abollado.
Mi vecino lo comprendió, y ya no me ha hablado más.
Ahora Roncha me mira feliz desde mi pecera. Dicen que en el agua los seres animales se conservan bien. Su alma, que es lo que importa, está salva.
Lo que sucedió a continuación es muy doloroso de contar. Tiré a Roncha de mi noveno, pero estaba justificado, eso quedó claro, ¿o no, vil sabandija? Ella tenía el alma enferma y sufría, hacía cosas que odiaba sin quererlas, como arañarme. Roncha cayó sobre la luna del audi de mi vecino de abajo, y entonces las alarmas empezaron a sonar, y todo el barrio salió por las ventanas de sus pisos mirando abajo, asustados por la algarabía. Mi vecino bajó y empezó a gritar como un descosido, sin respetar la muerte. Lloroso me limité a observarlo todo desde la altura; pero cuando mi vecino fue a coger a la gata para quitarla de entre los cristales le grité desde mi noveno con una voz tormentosa, con voz de Dios: ¡suéltala, desalmado!
Sin coger el ascensor bajé las escaleras tan rápido como pude. Tenía toda la cara roja de llorar. Mi cuerpo entero ardía de la emoción y del sufrir. Al final ya nada me importaba, y directamente me lanzaba por las escaleras rodando abajo para ganar tiempo, me tiraba de costado contra las paredes para que me viera Roncha desde el Olimpo, que si Jesús murió por los judíos yo también por la dignidad de mi gata. Cuando salí a la calle miré a mi vecino con todo el odio que tengo dentro, puse los músculos faciales en forma de furia y le dije “desalmado, cerdo, no tienes respeto por la vida”. Él repetía “¡mi coche, me cago en todo, mi coche!”. Yo le dije: ¿Tú coche? ¡Ha muerto un ser vivo, ha muerto una criatura, y tú te quejas de su coche!, mira el gato –lo arranqué de entre los cristales-, mira Roncha, Roncha –le besé en la boca llorando-, mírala, ¿te parece que ella está contenta –se la puse en la cara-, tiene cara de contenta?, ¡pregúntaselo a su cerebro –le cogí un trozo de cerebro recolgando y me lo acerqué al oído-, ¡oh, cerebrito, verdad que es una tragedia el audi de este impostor de humano, de este mono, de este gitano? –Todos se callaron: su corazón recapacitó y sintieron que yo tenía razón, todos menos el deméntor del audi-, ¿te gusta tu audi, te gusta tu audi, eh? –abrí la puerta-, ¡oh, Roncha tiene los intestinos en el cuero de tu audi, pero a ti te importa el cuero de tu puto audi y no el colon, el intestino delgado y el grueso de mi gata! –le tomé prestados con amor los intestinos, sintiéndome respaldado por el alma de Roncha, y los esparcí por los sillones y por el salpicadero, metiéndolos adrede por las rendijas del aire acondicionado-, ¡hijo de puta, cabrón!, ¡no tienes corazón, a lo mejor te sirve el de Roncha que lo tenía mil veces más grande que tú –le arranqué el corazón con cuidado cual último mohicano y se lo tiré a la cara a mi vecino-, sabandija, albóndiga de estiércol, humano malogrado, lengua de serpiente, ser ruin y despreciable! –de la ira empecé a estrellar a Roncha contra la chapa del audi hasta dejarlo abollado.
Mi vecino lo comprendió, y ya no me ha hablado más.
Ahora Roncha me mira feliz desde mi pecera. Dicen que en el agua los seres animales se conservan bien. Su alma, que es lo que importa, está salva.