De la Sorna
Forero del todo a cien
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- 11 Nov 2009
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Narcisista, ocioso, inestable, geométrico, errabundo, aspirante a ideólogo de la desgana, volátil: así soy.
¿Qué vida lleva la clase media de mi generación?
Somos la generación google, los nacidos entre el 90 y el 94: los que nos damos a la vida líquida con mayor fruición, los que disfrutamos de los vuelos baratos de Ryanair, los que compaginamo el estudio y el exhibicionismo virtual. Los que llenamos los festivales en los que tocan grupos que, en realidad, pertenecen más a nuestros hermanos mayores. Los que no nos planteamos una relación estable. Los que reivindicamos, todavía, una estética que roza lo sesentero y lo hacemos radicalmente compatible con un consumismo que se desarrolla más en el plano temporal que material (importa el cambio, la sucesión, la sustitución, no el objeto en sí).
Para nosotros viajar, moverse, es algo cotidiano. No nos sentimos extranjeros en ningún sitio: vamos armados con nuestro smartphone que permite confirmar y renovar nuestra identidad a cada momento. Para nosotros la globalización es enriquecedora: tomamos una cerveza en Berlín como la podemos tomar en Madrid o en el Raval y en todas partes encontraremos a personas afines. Si tenemos que movernos, no nos sentiremos desahuciados: lo haremos sin equipaje pero cargados de referencias culturales.
De momento todos vivimos de nuestros padres y me pregunto, me pregunto qué será de nosotros cuando tengamos que enfrentarnos al mundo real. A un mercado laboral complejo y que maneja códigos que nosotros no comprendemos, aunque, posiblemente, nos vaya bien: nadie tan capaz de cambiar de código como nosotros.
No sé. Hay días en que no me aguanto a mí mismo de lo moderno que me siento perteneciente a todos esos veinteañeros a los que pegaban en el instituto y que ahora leen a Vila-Matas y participan en raquíticas revistas culturales y empiezan a asistir al Sónar. Queriendo vivir de verdad con el dinero de sus padres.
He aquí un ejemplo de lo que hablo: anoche no salí, me quedé en casa estudiando para el examen final que tengo el lunes. Mis amigos, no obstante, no parecieron comprender muy bien que necesitaba tranquilidad y parece que se pusieron de acuerdo para tocar las narices. Son 4 personas diferentes: la del Whatsapp desde Barcelona, el del M desde Metilkova, el barrio okupa de Ljubljana en Eslovenia, el de los tripis desde una rave en Madrid y el que por facebook aprovechó un momento mínimo en el que me conecté para proponerme el suicidio. Podría haber estado "on fire" con cualquiera de ellos si hubiera acabado los exámenes. Pero no.
En cualquier caso, los quiero a todos. Los quiero como los dinosaurios quieren la luz de las estrellas para beberla los sábados. El mundo está ardiendo y nosotros no nos quemamos: tenemos a Walt Whitman en el corazón, tenemos mucho amor en la cabeza, poder, y las rocas universales girando allá en los cielos, vacías y criminales. Mañana resucitaremos y nos daremos una vuelta por ahí. Los quiero cuando gritan contra la oscuridad, contra la luna, en la madrugada. Los amo cuando después de caminar descalzos sus pies sucios se meten en la cama. Yo estaba estudiando y me dije “es felicidad esta bocanada de carne vuestra”. Seguid. Quemadlo todo mucho, sois de clase media, el mundo no os toca, acabamos de empezar, esto puede durar cuanto queramos. Y además qué más da. Ninguna revolución a la vista: no hay fusilamientos de tiranos, no se mata a las hijas adolescentes de reinas neuróticas, hay electrodomésticos y asalariados, semáforos fabricados en el extrarradio, cualquiera que lo viera nos entendería. Quiero a quien me pregunta, desde una ciudad impronunciable, si se mete, quiero a quien me cuenta de madrugada que se acaba de meter y entonces quiero abarcar el mundo de una zancada y estar allí, quiero a quien me envía el críptico mensaje “de tripis trata este asunto” y luego nada y yo no me preocupo estará con el pelo húmedo y el hierro ardiendo, quiero a quien pasa la noche tratando de que nos suicidemos y le contesto que todo cuanto viene de los hombres, la guerra, la ciencia, le enfermedad, la historia, los cosméticos, los bañadores, yo lo beso. Seguid informándome, no me importa que no me dejéis dormir: vuestras almas son volcanes y pronto me uniré a vosotros.
¿Qué vida lleva la clase media de mi generación?
Somos la generación google, los nacidos entre el 90 y el 94: los que nos damos a la vida líquida con mayor fruición, los que disfrutamos de los vuelos baratos de Ryanair, los que compaginamo el estudio y el exhibicionismo virtual. Los que llenamos los festivales en los que tocan grupos que, en realidad, pertenecen más a nuestros hermanos mayores. Los que no nos planteamos una relación estable. Los que reivindicamos, todavía, una estética que roza lo sesentero y lo hacemos radicalmente compatible con un consumismo que se desarrolla más en el plano temporal que material (importa el cambio, la sucesión, la sustitución, no el objeto en sí).
Para nosotros viajar, moverse, es algo cotidiano. No nos sentimos extranjeros en ningún sitio: vamos armados con nuestro smartphone que permite confirmar y renovar nuestra identidad a cada momento. Para nosotros la globalización es enriquecedora: tomamos una cerveza en Berlín como la podemos tomar en Madrid o en el Raval y en todas partes encontraremos a personas afines. Si tenemos que movernos, no nos sentiremos desahuciados: lo haremos sin equipaje pero cargados de referencias culturales.
De momento todos vivimos de nuestros padres y me pregunto, me pregunto qué será de nosotros cuando tengamos que enfrentarnos al mundo real. A un mercado laboral complejo y que maneja códigos que nosotros no comprendemos, aunque, posiblemente, nos vaya bien: nadie tan capaz de cambiar de código como nosotros.
No sé. Hay días en que no me aguanto a mí mismo de lo moderno que me siento perteneciente a todos esos veinteañeros a los que pegaban en el instituto y que ahora leen a Vila-Matas y participan en raquíticas revistas culturales y empiezan a asistir al Sónar. Queriendo vivir de verdad con el dinero de sus padres.
He aquí un ejemplo de lo que hablo: anoche no salí, me quedé en casa estudiando para el examen final que tengo el lunes. Mis amigos, no obstante, no parecieron comprender muy bien que necesitaba tranquilidad y parece que se pusieron de acuerdo para tocar las narices. Son 4 personas diferentes: la del Whatsapp desde Barcelona, el del M desde Metilkova, el barrio okupa de Ljubljana en Eslovenia, el de los tripis desde una rave en Madrid y el que por facebook aprovechó un momento mínimo en el que me conecté para proponerme el suicidio. Podría haber estado "on fire" con cualquiera de ellos si hubiera acabado los exámenes. Pero no.

En cualquier caso, los quiero a todos. Los quiero como los dinosaurios quieren la luz de las estrellas para beberla los sábados. El mundo está ardiendo y nosotros no nos quemamos: tenemos a Walt Whitman en el corazón, tenemos mucho amor en la cabeza, poder, y las rocas universales girando allá en los cielos, vacías y criminales. Mañana resucitaremos y nos daremos una vuelta por ahí. Los quiero cuando gritan contra la oscuridad, contra la luna, en la madrugada. Los amo cuando después de caminar descalzos sus pies sucios se meten en la cama. Yo estaba estudiando y me dije “es felicidad esta bocanada de carne vuestra”. Seguid. Quemadlo todo mucho, sois de clase media, el mundo no os toca, acabamos de empezar, esto puede durar cuanto queramos. Y además qué más da. Ninguna revolución a la vista: no hay fusilamientos de tiranos, no se mata a las hijas adolescentes de reinas neuróticas, hay electrodomésticos y asalariados, semáforos fabricados en el extrarradio, cualquiera que lo viera nos entendería. Quiero a quien me pregunta, desde una ciudad impronunciable, si se mete, quiero a quien me cuenta de madrugada que se acaba de meter y entonces quiero abarcar el mundo de una zancada y estar allí, quiero a quien me envía el críptico mensaje “de tripis trata este asunto” y luego nada y yo no me preocupo estará con el pelo húmedo y el hierro ardiendo, quiero a quien pasa la noche tratando de que nos suicidemos y le contesto que todo cuanto viene de los hombres, la guerra, la ciencia, le enfermedad, la historia, los cosméticos, los bañadores, yo lo beso. Seguid informándome, no me importa que no me dejéis dormir: vuestras almas son volcanes y pronto me uniré a vosotros.