Sir Ringo Starr
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Si alguien fuera tan ingenuo como para creerse que algún miembro de ETA ha matado alguna vez por una bandera, seguramente no podría sentir más que pena.
Cuando Salvador vuelve a Barcelona con el objetivo de pasar las vacaciones en su ciudad natal, un pequeño escalofrío, casi imperceptible, recorre su columna desde los riñones y se bifurca en los hombros. ¿Por qué? Quizá sea el aire acondicionado del tren de alta velocidad. No, no. Cada año que pasa a Salvador se le hace más cuesta arriba mentirse a sí mismo. Salvador está cansado del nacionalismo, y más concretamente, del de su familia. Salvador no pudo evitar desvincularse de la tribu en cuanto aplicó la razón a su sensibilidad y pasó algún tiempo fuera de sus fronteras. ¿A Salvador le molesta Cataluña? Sin duda ése será un rezo que su familia, cada día más cerca de quemar fotos del rey, utilizará cuando quiera protegerse del aire fresco. Lo cierto es que a Salvador se la soplan las banderas. Sí, se la soplan; podría utilizar expresiones mucho más elegantes pero ninguna tan afinada. Se la soplan. Se la pelan, vamos. Ya tenga cuatro o dos franjas rojas. Ya provengan de un linaje aragonés o se las inventara un partido político copiando un modelo foráneo. Lástima. Dolor en la familia de Salvador: “Dios mío, tenemos un desertor, tenemos un español”. Español es quien no puede ser otra cosa, afirmó Cánovas en tono humorístico cuando se estaba redactando la constitución del 76, sin sospechar que una panda de pro-políticos (quizá la única gente que se puede asemejar en gilipollez a los propios políticos), en su exaltación nacionalista, olvidaría la carga de ironía de la frase (una praxis muy propia de quien se toma imbecilidades demasiado en serio) y la harían suya. Cuando se personifica una bandera, como cuando se personifica la suerte en dioses o el ego en socialismo, uno tiende al bolchevismo más pintoresco: “Si no eres parte de la solución, eres parte del problema”, y así se silencian, y así se torturan espíritus, a base de bastonazos verbales y pequeños feos involuntarios, ya que si fueran más evidentes sería difícil negar las evidencias, algo con lo que cualquier patriota o religioso no está acostumbrado a lidiar.
Y así pasan los días y los meses, y la corrección política va siendo cada vez menos moderada, las banderas más grandes y opacas, y la pena de Salvador se pierde en un mar de opiniones puras, tan puras como el linaje de un pueblo, un RH viciado, una sociedad decadente de puro paroxismo o un silencio forzado.
Visca Catalunya lliure!
Cuando Salvador vuelve a Barcelona con el objetivo de pasar las vacaciones en su ciudad natal, un pequeño escalofrío, casi imperceptible, recorre su columna desde los riñones y se bifurca en los hombros. ¿Por qué? Quizá sea el aire acondicionado del tren de alta velocidad. No, no. Cada año que pasa a Salvador se le hace más cuesta arriba mentirse a sí mismo. Salvador está cansado del nacionalismo, y más concretamente, del de su familia. Salvador no pudo evitar desvincularse de la tribu en cuanto aplicó la razón a su sensibilidad y pasó algún tiempo fuera de sus fronteras. ¿A Salvador le molesta Cataluña? Sin duda ése será un rezo que su familia, cada día más cerca de quemar fotos del rey, utilizará cuando quiera protegerse del aire fresco. Lo cierto es que a Salvador se la soplan las banderas. Sí, se la soplan; podría utilizar expresiones mucho más elegantes pero ninguna tan afinada. Se la soplan. Se la pelan, vamos. Ya tenga cuatro o dos franjas rojas. Ya provengan de un linaje aragonés o se las inventara un partido político copiando un modelo foráneo. Lástima. Dolor en la familia de Salvador: “Dios mío, tenemos un desertor, tenemos un español”. Español es quien no puede ser otra cosa, afirmó Cánovas en tono humorístico cuando se estaba redactando la constitución del 76, sin sospechar que una panda de pro-políticos (quizá la única gente que se puede asemejar en gilipollez a los propios políticos), en su exaltación nacionalista, olvidaría la carga de ironía de la frase (una praxis muy propia de quien se toma imbecilidades demasiado en serio) y la harían suya. Cuando se personifica una bandera, como cuando se personifica la suerte en dioses o el ego en socialismo, uno tiende al bolchevismo más pintoresco: “Si no eres parte de la solución, eres parte del problema”, y así se silencian, y así se torturan espíritus, a base de bastonazos verbales y pequeños feos involuntarios, ya que si fueran más evidentes sería difícil negar las evidencias, algo con lo que cualquier patriota o religioso no está acostumbrado a lidiar.
Y así pasan los días y los meses, y la corrección política va siendo cada vez menos moderada, las banderas más grandes y opacas, y la pena de Salvador se pierde en un mar de opiniones puras, tan puras como el linaje de un pueblo, un RH viciado, una sociedad decadente de puro paroxismo o un silencio forzado.
Visca Catalunya lliure!