No mucho ha, ver a un antropomorfo que funciona en slow-motion y que se mueve en pelotas por el monte hubiese creado alerta máxima en el pueblo.
Los viejos del lugar y las viudas nonagenarias persignándose sin parar montarían juicio sumario, junto a lumbre de encinas, y declararían que tamaña ofensa do demo debería ser castigada a hierro y fuego para preservar la moral y las buenas costumbres del municipio y, sobre todo, la inocencia de las nuevas criansas.
Al alba, un escuadrón de la muerte de labriegos pertrechados con aperos punzantes batiría el lugar. Tras encontrarlo y follarlo con los falos más formidables del squad, sería descuartizado y dado de comer a los cerdos.
Los restos, si los hubiere, serían quemados con lume purificadora y el sacerdote de la parroquía haría uso de hisopo con agua bendita y de exorcismos arcanos. Posteriormente el lugar sería regado con sal gorda del mar muerto y oraciones varias. Nunca más crecería hierba alguna ni anidaria alimaña, salvo las serpientes.
Se están perdiendo las buenas costumbres...