Oriol Walter Rodrígues i Quetzcoatl permanecía de pie junto a la barra del bar al aire libre que había montado provisionalmente en la playa de la bella Barcelona, con un brazo apoyado en ella y el otro sujetando un vaso de Slurm. Era de noche y la ciudad lucía tan bonita como siempre, con las diferencias que tocaban en el año 2052: ahora estaba salpicada de rascacielos que se erguían imponentes hasta el propio cielo, sus fachadas rebosaban de luces de colores que se apagaban y se encendían para formar letras y dibujos en anuncios gigantescos.
El pelo negro azabache peinado hacia atrás y todos los oros que rodeaban su cuello brillaban a la luz de los focos. Llevaba una camisa ancha y extragrande de las que llegan hasta las rodillas y sobrepasan los codos, donde había escrito con letra margirebelde un mensaje que quería que todo el mundo captase: “Fora Colons dels Països Catalans sense la Comunitat Valenciana”. Desde que los Països Catalans sense la Comunitat Valenciana (putos valencianos españoles) obtuvieran la independencia de la malvada y opresora España en el ya remoto 2032, las cosas no habían ido tan mal como los viles españoles habían predicho. La nueva Kulturkampf catalana había conseguido catalanizar a todos los colonos españoles, y ahora todo el mundo era consciente de su condición de portador de una cultura milenaria y única en el mundo. Por esto mismo, Oriol Walter sólo escuchaba Reggaeton y Rap en catalán. Claro, que ahora llegaban esos sucios esquimales de mierda, con su idioma, sus perros y su obsesión con el hielo, que no querían integrarse.
En un momento dado se acercó a él un gigantesco señor negro, agarrando ente los fornidos brazos una gaita que medio ocultaba la cruz céltica dibujada en su camisa blanca y azul claro. Con una extraña pero agradable entonación cantarina, sonriendo, se dirigió a él en la antigua lengua de los opresores, en la que ahora ya nadie podía escolarizar a sus hijos en los Països Catalans, cosa del todo lógica al ser la única lengua oficial de estos el catalán, y de la que así y todo recibían cuatro horas semanales de clase.
-Hola, me chamo Xosé Mambutu, vengo da Galiza. ¿Es bonito o cielo de los Països Catalans, eh? –dijo moviendo arriba su mirada gallega soñadora.
-Sí, es molt bonito, sí –se hizo una pausa-. La veridad es que hace mucho de tiempo que no hablo castellano, ¿oi? Yo no quiero pas ser mal•l•leducadu con tu, però en mi camisa tengo escrito clarament lo que pienso, prefiero que me parlis en català.
-Te entiendo, te entiendo, pero no sé, yo pertenezco a una nación diferente que no tien lo mais mínimo que ver con ésta y a sua lengua. Pero te entiendo, que na Galiza estamos en esu un poco tambén, que non conseguimos independizarnos da puta España y hay gente que se atreve a no hablar na nossa lengua –se dibujó una mueca triste en su cara-, que es una vergoña, carallo.
-Estic totalment d’acord amb tu –se puso una barretina con motivos incas-. De fuera vindran y de tu casa t’echarán, és increible però es así.
Pidieron unas bebidas al barman y continuaron con la conversación desenfadada.
-Nosotros os galegos temos una cultura milenaria, somos un pobo único en Europa y claramente diferenciado de esos castelans sucios, africanos e imperialistas. Pero a verdade es que en Galiza los galegos de verdad hemos perdido el sitio, a veces penso que si Castelao levantara cabeza se le revolverían las tripas.
-Maldita España, puta Espanya, és que no hi ha derecho, fotre, no l•lo hay –el supercatalán se solidarizó con el extranjero galego.
En ese momento giró la cabeza hacia ellos, como contento por oír tales palabras, un joven de poco más de veinte años que llevaba pendientes en ambos oídos y un pañuelo palestino al cuello. Las ropas formaban un caos donde era difícil separar una prenda de la otra, todas de colores diferentes y chocantes, y con la mano derecha sujetaba dos correas, una que terminaba en su perro y otra que en un ser humano que debía de ser su mujer, y que sin duda tenía unos ojos preciosos (¡cómo brillaban a través de la rejilla!) y un todo lo demás cubierto de una tela oscura muy provocativa en que había inscrita en grande la insignia de HB.
-Kaixo! Aupa, ¡que veo que estáis hablando mal de España, y quien insulta a España es amigo de Aitor Gorka Al-Rashid! ¡A esos españoles habría que derribarles todas las putas torres que tengan, me cago en la virgen, no dejaba a ni uno con la nuca entera!
Los demás rieron, como diciendo cariñosamente “estos vascos”.
-¿Qué tal la cosa por Euskal Herria? –preguntó Oriol Walter.
-Pues bien, como siempre, tirando, ¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! Estas vacaciones no sabía qué hacer, si venirme aquí al extranjero, que no es vasco y por eso me da un poco de no sé qué, o irme como siempre al monte a pasar un tiempecito en el caserío con la parienta. Ya ves, ahí en el prado, sintiendo lo que ya sentían nuestros antepasados de hace siete mil años, como decía San Ibarretxe.
-Ojalá nos pudiéramos tener a independencia –continuó quejándose Xosé Mambutu-, así podríamos imponer a nossa lengua y protegerla como Deus manda, ¿sabes? Como vosotros con el euskera.
Aitor Gorka Al-Rashid lo miró con expresión incrédula.
-¿El euskera? ¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! Eso es una mierda que no la habla ni Dios, le hacíamos caso cuando nuestro pueblo estaba sometido, ¿pero para qué coño lo queremos ahora, para que lo quiero yo? ¿Para hablar con mi mujer? ¡JAJAJAJAJAJA! –y tiró de la correa de su mujer emburcada dándole una sacudida sin duda cariñosa
Pero Oriol Walter no podía creer lo que oía.
-Vaya botiflers que esteu fechos, la mare de Déu. Si Sabino levantara el cap y supiera que te haces llamar vasco l•le daría un patatús y se tornaría a la tumba directament.
-¿Y tú qué sabrás? ¿Acaso eres vasco, acaso vives en Euskal Herria? En nuestro país el euskera sigue siendo una lengua oficial y por supuesto no está marginada institucionalmente, de hecho en ningún colegio puedes estudiarla y si acaso te dan alguna clase de ella. Ya sabes, los niños la aprenden con la cabra en el monte.
-Ah, en ese caso lo veo más razonabl•le –se apresuró a rectificar, aunque luego vio que se equivocaba.
En la playa, a la luz de la luna, los hijos de los tres hombres ya se habían hecho amigos y bailaban break-dance en la viva imagen de la Europa de los pueblos milenarios, Xosé Mambutu mientras tanto tocaba una muñeirap, para que todo el mundo supiera que él era galego, Oriol Walter escuchaba en su MP6 una sardetón, y a lo lejos los miraba Pepe Tao Wo, patriota de la auténtica y única nación, con mueca de asco mientras se murmuraba:
-Si Franco levantara la cabeza...