Sylvester Stallone estaba sumido de lleno en la preproducción de la película Rocky III cuando decidió tomarse el boxeo en serio. Se sometió a una estricta dieta consistente en diez claras de huevo y una tostada de pan al día. Dos o tres veces a la semana, como complemento extraordinario, añadía algunas piezas de fruta. Aquella dieta debía sostener un duro programa de entrenamiento que incluía varios kilómetros de carrera matutina, algunos más de natación, dos horas de pesas y dieciocho asaltos de sparring pugilístico sobre un cuadrilátero. El actor, por lo que parece, llegó a pensar que podía medirse con boxeadores de verdad.
Como su intención inicial era la de contratar a un púgil profesional para interpretar al nuevo rival de su famoso personaje Rocky Balboa, Stallone ideó un peculiar proceso de casting: contactar con algún peso pesado de élite para que intercambiase unos golpes con él sobre el cuadrilátero de su gimnasio. En eso consistiría el primer paso de la audición. Envalentonado por lo que podemos calificar como un irrealismo rayano en la insensatez, Stallone hizo llamar a Earnie Shavers. Y eso era una mala idea...
...Pero habíamos empezado este texto hablando de la audición entre doce cuerdas con Sylvester Stallone. Así que retrocedamos de nuevo hasta unos pocos años antes de la retirada definitiva de Shavers, cuando aún tenía la ilusión de poder trabajar en el cine.
Su competitividad deportiva empezaba a decaer, así que la exitosa saga cinematográfica podía convertirse en una buena salida profesional. Llegó al gimnasio donde Stallone lo había citado, deseoso de conseguir el papel antagonista en Rocky III. Saludó al actor, se puso los guantes y subió al ring. Stallone parecía impaciente porque empezase la «verdadera» acción, pero Shavers se limitaba a soltar flojos jabs, golpes rápidos y directos que los boxeadores ejecutan alargando el brazo y que suelen usar para medir o mantener las distancias con el rival. Eran golpes que no tenían un gran efecto. Stallone, sin embargo, no dejaba de pedirle que incrementara la intensidad. Viendo que Shavers se mostraba reticente, el actor pegaba con más intención para provocar una reacción. O, como Shavers recordaba después con sorna, «Stallone empezó a pegarme más fuerte… más o menos».
Como cualquier púgil de élite, Shavers era lo bastante sensato como para no responder en serio a los golpes de un aficionado. Sobre todo porque no quería perder la posibilidad de trabajar en la película. Sin embargo, el actor seguía diciendo cosas como «¡Venga! ¡Dame uno de verdad!». Y lo hacía con tal insistencia que Shavers terminó soltando un golpe profesional —aunque con su mano «mala», la izquierda— que aterrizó en el abdomen de Stallone, «allá donde los boxeadores tenemos el hígado, aunque los actores no sé qué tienen».
Stallone se dobló sobre sí mismo. Alzó una mano para detener la sesión. No tenía aliento. No podía ni caminar. Sus asistentes tuvieron que ayudarlo a salir del cuadrilátero, acompañándolo hasta un retrete donde el actor se puso a vomitar. «Es lo más cerca que he estado de la muerte», diría después Stallone, que pasó una semana con problemas para respirar con normalidad. Aquel único golpe acabó con las calenturientas fantasías boxísticas de la estrella de Hollywood, que acababa de probar una muestra de aquello que tanto temían los mejores pesos pesados del planeta: un puñetazo del «Destructor Negro». Una muestra quizá modesta porque, al hacerse pública la anécdota, los entendidos sospecharon que Shavers ni siquiera había empleado toda su potencia por miedo a causarle verdadero daño a Stallone.
Earnie Shavers no consiguió el papel. El personaje terminaría siendo interpretado por Mr. T, la estrella de la «lucha libre». No lo hemos comprobado en persona, pero suponemos que Mr. T no era capaz de pegar con tanta dureza.
Porque el bueno de Earnie Shavers resume así la cuestión de su legendaria derecha: «Solamente Dios puede pegar más fuerte».