Uncle Meat rebuznó:
Cabeza Borradora
Historia de una pareja que, en lugar de tener un niño, tiene un pollo perdiz. El polluelo se pasa toda la película graznando y no hay quien lo aguante, así que el padre se harta y le da matarile.
El director utiliza magistralmente el blanco y negro para simular el cartón piedra. La película tardó varios años en acabarse, ya que no se encontraban actores lo suficientemente inútiles y feos para el rodaje. Nota: 9'98.
Pues yo voy a trolear a la contra...
Hay en el cine de David Lynch una serie de acciones recurrentes que afectan a la estructura de sus películas. La más notoria es la puesta en escea de eso que, desde Freud, conocemos como "la otra escena", el lugar en el que tienen lugar los procesos del inconsciente, esa parte de nosotros, que desde Lacan, sabemos dotado de estructura lingüística y capaz de producir imágenes, mensajes e incluso discursos. En esa "otra escena" aparecen las fantasías fundamentales que sustentan nuestra realidad "objetiva". Su densidad aparente radica en su multiplicidad. Nuestro inconsciente es inextricable para nosotros por la sobreabundancia de fantasías constitutivas que en él conviven.
Podemos decir que todo el cine de Lynch, exceptuando "el hombre elefante", "una historia verdadera" e incluso "dune", es una apuesta clara por reventar la narratividad a base de contraponer sin hilo temporal escenas de la realidad "objetiva" de los personajes con escenas procedentes de esa otra escena freudiana de la que hablábamos al principio. El resultado a primera vista puede ser una mezcla inconexa de imágenes de pesadilla que buscan los efectos epidérmicos que en nosotros levantan la escenificación del horror. Sin embargo, esa dificultad para distinguir las pesadillas de la realidad, revela, ante todo, la estructura débil de nuestra realidad, las grietas que existen en ella y lo relativemente sencillo que es desvelar las fantasías constitutivas de esta. Fantasías que se mueven en el rango de lo obsceno, de lo que no debe ser mostrado, porque su contemplación directa vaciaría de sentido nuestra propia realidad.
Eraserhead, juega, con brutalidad, en ese liga de películas dispuestas a enfrentar realidad objetiva con fantasía constitutiva. Lo hace partiendo del horror más crudo, para, recorriendo el camino que pasa por el ridículo conseguir en su trayecto la categoría de lo sublime. Esa equivalencia final entre el horror más básico y lo sublime más elevado es una de las señas de identidad fílmica más notoria en Lynch.
La película abre con una escea que parece evocar un sueño: el protagonista, un Jack Nance con un peinado que evoca ese "poner los pelos de punta" consecuencia del enfrentamiento con el horror, está flotando en un espacio indefinido. Tras él, una esfera rugosa que tanto puede referirse a un planeta sin vida como a un óvulo desecado, se interseca en repetidas ocasiones, simulando en la repetición algo parecido a un acto sexual sublimado. La consecuencia de esta escena inicial es la producción de una criatura orgánica que parece una especie de espermatozoide gigante hipertrofiado, que, tras la intervención de una especie de demiurgo deforme que mueve palancas en algún lugar no identificado, trae a la criatura hasta la negrura básica, la del caos preontológico inicial del que surgen las pesadillas y las imágenes del horror. La criatura, entre sonidos extraños, recorre una especie de agujero inmenso hasta ser expulsado a un fundido en blanco. Algo nace en nuestro mundo. Trae la marca del espanto, de la deformidad de la vida descontrolada, del informe encarnado organicamente fuera de los márgenes del diseño que concede la naturaleza.
Tras el fundido en blanco vemos al protagonista, Henry Spencer, caminar por el típico paisaje postindustrial de los relatos ciberpunk (¡en 1977!). Una ciudad en ese estado que también vemos en los films de Tarkovsky: terminal, ruinosa, devorada por una naturaleza ya no básica sino contaminada irreversiblemente, una naturaleza que parece descontrolarse y fundirse con los restos materiales de la civilización humana dando lugar a un híbrido que lleva el signo de la enfermedad y de la decadencia. Sobre este paisaje acompañamos a Henry -un supuesto impresor en unas supuestas vacaciones- a su casa, un lugar invadido por esa naturaleza en descomposición de la cual brotan cosas podridas, un hogar subsumido en la degradación material e invadido por elementos orgánicos que evocan una descomposición inevitable. En ese lugar, Henry recibe el aviso de que vaya a ver a una antigua novia, Mary X, a la cual hace tiempo que no vé. Extrañado, acude a la cita con ella. La mujer lo invita a cenar con su familia, formada por un padre psicótico y una madre con arranques histéricos que incluyen el acoso sexual al pobre Henry. En este ambiente malsano, le comunican una noticia: Henry fue, recientemente, a pesar de no recordar tener relaciones sexuales con Mary, padre de un niño, por lo que debe casarse para fundar una familia con esta. Toda la escena de la cena familiar se inscribe en la lógica de las pesadillas desde el principio hasta fin. Dentro de ella, Henry asiste aterrorizado a su inclusión en la creación de una nueva familia. El referente de los padres de su novia lo llena de terror hasta el punto de asistir a un momento de horror-ridículo cuando al comenzar la cena, uno de los pollitos al forno que van a comer comienza a moverse y a echar sangre espontaneamente. Aquí surgen las primeras dudas: ¿esto es la realidad o es una fantasía procedente del hombre que parece soñar al principio de la película? La escena finaliza con el compromiso de Henry con Mary, con las lámparas de la casa al borde de la explosión, con Henry atrapado en una situación que sabe -sabemos- va a destruirlo de alguna forma. El avance de esa destrucción llega de boca de Mary: "no es un niño exactamente, es... es una cosa". De nuevo, una forma básica de horror, nos dicen Lynch, es la base de la nueva familia que se forma.
Parte fundamental de la película son los personajes femeninos que aparecen en ella. Cada uno de ellos funciona como un arquetipo básico en la constelación de las fantasías y pesadillas masculinas:
- La madre de Mary, ama de casa histerizada con explosiones intermitentes de energía libidinal. Obliga a Henry a casarse con su hija sobre el supuesto de una relación sexual que nunca tuvo lugar y que está castigada por ser "fuera del matrimonio".
- Mary, la mujer de Henry, en algún momento suponemos que fueron amantes. Van a casarse funcionarialmente para fundar una familia sobre una mentira mientras cargan con el peso de una vida que linda con lo monstruoso. Henry va a atarse a ella sin convencimiento, por un sentido de la culpa que puede más que su deseo verdadero. Henry, a pesar de no hacer nada malo, se siente culpable de acuerdo con el conocido aforismo freudiano: "sólo los inocentes se sienten culpables".
- La vecina de la puerta de enfrente. Se insinua sexualmente a Henry de forma repetida. Es una mujer real que lo desea y es coherente con ese deseo. Henry teme a esta mujer que no sabe como controlar, que le resulta insondable. Es un otro demasiado accesible e inaccesible simultaneamente que lo agobia con una demanda con la cual no sabe que hacer. Él también desea sexualmente a esta mujer, pero le da miedo su seguridad, su iniciativa, la forma directa en la que se dirige la él. En una escea que tiene lugar en una cama imaginaria tiene lugar un acto sexual que no puede pertenecer al dominio de la realidad. Tras él, la mujer mirará a Henry con la cara de su hijo monstruoso, con lo cual todo queda en el terreno de la ambigüidad: ¿lo hicieron y por eso ella ahora lo desprecia o ella lo ve como un niño deforme por rechazar continuadamente sus insinuaciones? Siendo como es el único personaje que le ofrece a Henry una posibilidad de vivir acorde con lo que desea, el rechazo final que ella hace de él sólo pone de manifiesto la imposibilidad de Henry de tener una relación "normal" con una mujer "real".
- La mujer del teatro imaginario que Henry ve tras las barras de su radiador. Es la fantasía imposible de Henry. Una mujer rubia con la cara deformada que canta en un típico escenario lynchiano. Uno de esos lugares del mal en el cual aparecen figuras sublimes-ridículas. Henry se apega a esta fantasía como forma de huir de su mujer madre de su supuesto hijo y también de su vecina que le reclama un contacto real que lo aterriza. En la realidad henryniana, esta mujer ocupa el lugar de la mujer ideal: nunca habrá una mujer de verdad que se amolde a esta fantasía básica. Sólo al final, envuelto en un estado de psicosis total, Henry realizará la unión imposible con ella, en una escena en la que la fusión entre realidad y ficción nos indica que Henry ya no tiene nada que hacer en este plano de realidad y que ya sólo puede vivir en sus fantasías psicóticas, lejos de cualquier realidad posible.
- La abuela de Mary. Un típico personaje lynchiano impasible que está sin estar. Fuera de la realidad, su presencia es un marcador de una normalidad enmudecida e imposible.
Con todo, el elemento central de la película, lo que vertebra toda la secuencia de escenas realmente terroríficas -reales o imaginarias- es el supuesto hijo de Henry, una criatura sin extremidades envuelta en una venda de la que sobresale un cuello largo y fino que acaba en una cabeza sin pelo, sin orejas, con unos ojos gigantes y una boca que recuerda las de los pescados o a los picos de las aves. Este hijo, representación de la vida descarrilada e informe, de lo orgánico fuera de control, del horror de lo real que subyace a toda vida es el epicentro de la pesadilla que es la vida de Henry:
El "bebé" llora y pide comida continuadamente, y, a pesar de los intentos de Henry por normalizar su vida con él, la cosa va yéndosele de las manos poco a poco. La cosa empieza a ir mal cuando su mujer -¿madre real del hijo?- se va de casa y vuelve a la de los padres, incapaz de soportar la presencia del horror en el piso-habitación de Henry y la convivencia con él. Después todo va a peor cuando el bebé sufre extraños ataques que le producen erupciones en la piel, volviéndolo aun más desagradable -si cabe- de lo que ya era inicialmente, acompañados de ruidos y gritos perturbadores que, todos ellos, aluden a un algo horrible que está inscrito en la constitución de todo organismo vivo. Asediado por las insinuaciones de su vecina y por la asfixia que le supone la vida con el hijo, Henry va evadiéndose con cierta frecuencia al escenario-tras-el-radiador donde la mujer rubia deforme pisotea espermatozoides gigantes que recuerdan a la criatura con la que vive. No hay continuidad ni coherencia en las escenas: en una de ellas, Mary aparece de nuevo en su cama al lado de un Henry que descubre que ella está produciendo más hijos deformes. Incapaz de soportarlo, Henry aplasta contra las paredes de la habitación a los futuros vástagos que amenazan con colapsar su apartamento. Dentro de la pesadilla otras pesadillas tienen lugar, en una especie de estructura fractal de la que Henry no puede escapar. El momento más impactante, lo que da título a la historia, es aquel en el cual la cabeza de Henry es separada de su cuerpo por el surgimiento de una cabeza como la de su hijo dentro de él. Su cabeza original cae por la ventana del apartamento y es recogida por un chaval que la lleva a una de esas oficinas extrañas en las que uno no sabe que se hace realmente. Unos hombres la examinan y emiten un veredicto: la cabeza es válida. Con el cerebro de Henry elaborarán gomas de borrar para lápices, "capaces de borrar cualquier memoria".
Finalmente, un Henry superado por esta concatenación de realidad de pesadilla y pesadillas que parecen ser otra realidad, decide romper con el guión previsto de vueltas indefinidas alrededor de situaciones infernales e ir un paso más allá: armado de unas tijeras decide cortar la misteriosa venda que envuelve a su hijo. Su curiosidad lo llevará, como era previsible, un paso más allá en su situación de horror: la venda es la piel del hijo, no un recubrimento externo sino un elemento constitutivo, de forma, que, al cortarla, está abriendo al hijo que chilla como un animal en un matadero. En la cima del desquiciamento, Henry enloquece definitivamente ante la visión de las vísceras de su hijo -lo real tras nuestra piel, lo que ignoramos diariamente segun el axioma "la salud es el silencio de nuestros órganos"- y decide asesinar a este en una secuencia en la que la acumulación de elementos catastróficos provoca el efecto de risa floja: tanto desfase visual y argumental nos llevan a una especie de histeria nerviosa, a reír ante la atrocidad de lo exhibido: el padre destripa al hijo que parece morir entre gritos de dolor hasta que, una vez más, las cosas se retuercen de forma inesperada: el demiurgo que dio comienzo a toda historia parece tener problemas con su mecanismo cósmico de palancas y pierde el control de todo. El hijo-cosa de Henry comienza a echar una sustancia que va cubriendo el apartamento de este mentras su cuello crece y crece: el horror, en trance de dejar el mundo, se desboca como un tumor, plasmando la pura potencia del ser de expresarse cómo un algo devorador que amenaza con crecer sin control. Desbordado por esta explosión de vida que parece querer ocuparlo todo, Henry huye por última vez: en su fantasía dentro de su pesadilla él acaba con su mujer ideal, en esa otra escena imposible: su escape de la realidad-pesadilla es la fantasía psicótica de su unión fantasmática con la mujer rubia deforme. Atrás quedan lo real-horrible de su hijo-cosa (que prefigura horrores posteriores como ET o Alien), su mujer castradora Mary y la vecina mujer real que tanto lo asusta. Atrás queda su pesadilla de ser cabeza de goma borradora en una pesadilla en el interior de una fantasía polimorfa que convive con su precario sentido de la realidad.
Todo este centrifugado de obsesiones y terrores básicos sería intolerable en otras manos. Sin embargo, la puesta en escea, los elementos que sirven para marcar las transiciones entre situación y situación (ese ascensor orgánico que parece devorar a los ocupantes y lanzarlos a un más-allá inalcanzable), los juegos con los sonidos ambientales y la recurrencia a imágenes emblemáticas que cifran ascos y horrores colectivos compartidos hacen de este film una obra referencial, un capítulo singular en la historia del cine del siglo XX y una fuente de interpretaciones y diagnósticos sin final. Porque, ¿alguien duda que el alienamento de Henry, su temor a las mujeres y al contacto real con ellas, su repulsión con respeto a lo real-orgánico, su evasión autista a mundos imaginados, su psicosis alimentada por una realidad desencuadernada e incomprensible, su pánico ante la idea de formar una familia -que resulta ser estructuralmente un lugar de sometimento y dominación-, su asco ante la perspectiva de cargar con una vida fuera de todo esquema posible y su temor a ese abismo insondable que son otros, alguien duda que Henry y los demás personajes son una versión extrema y caricaturesca de ciertos aspectos de nosotros como individualidades y de nosotros como colectivo? Yo no.