ilovegintonic rebuznó:
Percutador, postea un pormenorizado relato
Sus deseos son órdenes para mí, maese moderador:
Afuera hace frío, sopla un viento del Norte que hiela los huesos, en la calle reina un caos de vehículos y gentes que se mueven alocadamente de un lado para otro. No, la ciudad no es para mí, la noche tampoco es para mí. Gracias a Dios he encontrado refugio en aquel destartalado club de Jazz. Mi problema es que nunca sé decir que no a Jonhie ni a Jack ¿No les conocéis? Uno se apellida Walker y el otro Daniels, son los mejores amigos que uno puede echarse en este lugar. Así que pido al barman un combinado de los dos, que me ayude a olvidar mis penas, o al menos no recordarlas con tanto dolor...
Enciendo un marlboro y espiro su primera calada con la ansiedad de alguien que acaba de salir del agua. Suspiro mientras escucho la melodía que un saxofonista toca sobre el escenario.
El club se llama El Purgatorio (Purgatory) y está en la décima esquina rodden street, en el East Side. Apago la colilla mientras apuro mi vaso de bourbon. La mezcla de tabaco y alcohol deja un sabor pestilente en mi aliento, me siento pesado, pesado y cansado, pasarán horas hasta que decida moverme de allí; pero no me apetece hablar con nadie. El Mundo está lleno de ruidos y de palabras sin sentido.
Tras la tercera copa uno ya no piensa en sus problemas y se deja llevar por el presente, empieza a flotar sobre la realidad sin que nada le afecte. Tomo un taxi, le digo al tipo que me lleve a la zona sur, a los muelles. Allí me deja, son casi las cinco de la mañana, me siento y mientras amanece en Nueva York, canturreo "Sitting on the dock of the bay".
Ya he acabado todo el paquete de tabaco, el tiempo aquí pasa volando, mi avión sale a las nueve, me dirigiré al hotel andando, tomaré una ducha, un desayuno británico y me iré a La Guardia
Pasear por Manhattan siempre es un placer. Aunque a esa hora Babilonia está llena de cuellos blancos que corretean de un lado para otro, cual hormigas esquizofrénicas. A veces la marabunta parece que le alcance a uno y es difícil hacerse paso, son gentes que no podrían vivir sin ruidos ni aglomeraciones, eso les ayuda a olvidar su vacío. Mientras esquivo a la multitud pienso que no nos diferenciamos mucho de las gaviotas, ellas pueden vivir apretujadas en un islote sin apenas espacio, lo que las hace agresivas unas con otras, pero en el islote de al lado, no haber ninguna, pareciera que se necesitaran a la vez de que compiten por todo y se detestan, no soportan estar solas, como nosotros.
En quince minutos sale mi avión, nunca me han gustado las salas de espera de los aeropuertos, son tan asépticas e inhumanas, los pasajeros se miran con altivez... Viajar ya no es lo que era. Espero salir pronto del tubo de aluminio en el que nos llevan de un continente a otro. Me gustaría cruzar el Atlántico en un transbordador, con lobos de mar, son taciturnos como yo, allí en el barco cada uno tiene su papel asignado y no pisa el cuello a otro, como me dijo aquel maquinista coreano, es en tierra donde empiezan las zancadillas y las falsas sonrisas, en el barco estaba su hogar, yo el mío aún no lo he encontrado, temo que moriré sin conocerlo, soy un desarraigado.
Me hace gracia comprobar, como cuando se nos prohíbe algo, todos sintamos la necesidad de hacerlo. Pasó durante la Ley Seca, que muchos que no habían bebido jamás, se animaron a hacerlo, por aquello de que era ilegal y así se sentían de alguna manera contestatarios y fuera de la ley, incluso clandestinos atiborrándose de ese metanol en tugurios autorizados por la policía. Así si durante cinco minutos está prohibido usar el teléfono móvil, nada más pasar ese momento, todos lo encienden ávidos de mandar y recibir mensajitos idiotas y parlotear sobre naderías como auténticas cotorras. Un amigo me dijo una vez, que no soportarían estar encerrados en una habitación aunque sea un par de horas en silencio absoluto, porque según él, si hay algo que odian es encontrarse a sí mismos, no se gustan, no nos gustamos, me comentó.
Jajajaja seguro que si nos dijeran: "Señores viajeros por motivos de seguridad se ruega que durante los próximos diez minutos nadie se rasque la nariz". Veríamos como tras ese periodo muchos sentirían la necesidad de rascársela aliviados.
Yo también huyo de mi vacío, viajando. Ahora me dijiro a Heathrow (Londres) allí haré una escala hasta el Desierto. Antes viajar era la aventura, ahora es un mero trámite, pronto nos teletransportarán, supongo.
Llego a Londres a media tarde. Se supone que tendría que ir al Sáhara, Pero como nunca he visto Escocia, alquilo un utilitario en AVIS y lo conduzco hacia el Norte. Llueve durante todo el camino. Al final cerca de Glasgow, lo aparco y hago noche, mi objetivo son las Highlands pero en cualquier momento puedo cambiar de parecer.
Aquel suburbio donde paso la noche es bastante triste, yo diría que gris, no tiene nada de hermoso, sólo puedo ver asfalto y horripilantes moles de hormigón. Respiro aliviado cuando veo una carretera comarcal, la sigo sin saber adonde me llevará. En un pequeño pueblo lleno el depósito y como algo en un pub. Me siento cansado así que pido una cama y duermo, despierto a las dos de la mañana, dejo unas libras en el mostrador y salgo por la puerta de la cocina. Arranco el coche en plena oscuridad sin saber donde ir, continuo quemando carretera... Hasta que me para el mar. Dejo el coche y decido seguir andando. Cuando llego a los arrabales de la ciudad, resulta que es un puerto pesquero, están en temporada del bacalao en el gran sol, me dicen unos hombres que había desayunando en una pequeña cantina al lado de la Lonja. Pido el teléfono y llamo a AVIS, -el coche ha quedado averiado cerca de Stinbelton- les digo. Tuve deseos de tirarlo por el acantilado, pero no quería problemas la próxima vez que volviera a Inglaterra; y siempre se acaba volviendo, como un criminal al lugar del crimen.
Como tengo bastante dinero, hablo con un patrón, un tal Holdfield, para que me venda el barco, quiero llegar a Noruega cuanto antes, le daré 15.000 libras por el barco, es un tipo duro y desconfiado, tras mucho negociar y darle explicaciones que no eran de su incumbencia, hasta que teminé citándole aquel proverbio escocés de no me preguntes tonterías y no te contestaré mentiras, quedamos en que me llevara a Ligöster por 10.000 libras, me acompaña al banco y allí hacemos la transferencia, lo quiere al contado. Saldremos mañana, me dice lacónicamente... Bien, le contesto, dormiré en el barco.
La nave está en plenas condiciones, iba a partir en tres días a alta mar, cuando el tipo aquel se va, arranco motores, quito amarras y salgo. El Mar del Norte es bastante bravío y la emoción de sentirme perseguido dispara mi adrenalina, continuo disfrutando de mi huida, como un niño con zapatos nuevos.
No me siento culpable, por 10.000 libras ya podría ir a recoger su barco a Noruega o donde cojones fuera, incluso al Polo Norte... Podía comprar otro barco con ese dinero, quiso estafarme y quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón.
Es indescriptible la sensación de paz y poder que da navegar con este viejo pesquero por entre las tempestades de ese mar, la brisa sala mis cabellos y en todos lados huele a pescado, uno se acostumbra pronto al ruido de motores y al suave balanceo de la quilla. Ahora no me arrepiento de haberme sacado el diploma de patrón de yates, durante aquel verano en la Costa del Sol, era mejor que estar quemándose en la playa o atrapado entre el ruido y la multitud de cualquier discoteca. Es sencillo ser libre, basta con agarrar el timón con firmeza y marcar un rumbo.
Tras varios días de navegación, diviso por fin la costa, pero no es Escandinavia como pensaba, sino el sur de Dinamarca, como me confirman unos niños entre risas cerca de la playa. En un principio les iba a invitar a dar una vuelta con el barco, pero la salida de su casita de madera de su madre histérica, pensando la pobre mujer que raptaría a sus dos retoños y el amigo de éstos (el mundo ya es muy desconfiado) opto por nombrarles guardianes del barco, lo que les hace tremendamente felices, una vez que lo he barado en la arena; y que hay un viejo escocés malhablado que lo busca como alma el diablo, y deben cuidarlo hasta que llegue o les maldecirá eternamente. El saber que les he proporcionado una aventura que recordarán, me crea una enorme satisfacción interior, pues con ello mi vida cobra sentido al haber transformado positivamente la de otros, en especial la de esas criaturas inocentes, que quien sabe si algún día contarán a sus nietos la llegada de un extraño hombre de mar, que les regaló su barco, para partir y nunca más saber de él. Así es la vida.
Es el miedo lo que nos hace transigir a una vida monótona y apagada, al final optamos por lo fácil, lo manido, lo que se nos manda: una existencia cuadriculada, prácticamente igual a la de los millones que nos rodean en otras colmenas de abejas sin alas. Todos claudicamos, enterramos nuestros sueños, para tener garantizadas unas monedas a final de mes y una vida resuelta, el sueño de cualquier madre para sus hijos, y pretendemos transferir esa maldición de la costumbre a otros que nadie les preguntó de venir. Todo lo tenemos ya controlado, nuestro ocio, nuestro tiempo, hasta nuestra muerte. Sé nos dice qué tenemos que pensar y en qué tenemos que soñar, a qué aspirar... Pienso esto mientras aterriza mi avión en el aeropuerto de Jartúm, lo tomé en el Cairo. La verdad, no me quedé mucho tiempo en Dinamarca para saber qué es lo que olía a podrido. Una vez desembarcado hice autostop, con la fortuna de encontrarme a Johanson, un amante de la música metal, que me dejó en Belterän donde tomé un regional express hasta la ciudad de la sirenita, a la que no pude resistir la tentación de acercarme a ver y darla un beso ante la estupefacción de los presentes (hace mucho que dejó de importarme la imagen que proyectaba ante los demás...). Seis horas después cogía un vuelo con escala en De Gaulle hacia Egipto y ya en el Cairo el charter a Sudán. En el aeropuerto me sellarían el visado...
Bueno, estoy en el mercado de Ar Qal Paliar, lo más exótico que he visto en mi vida, después claro está de aquel burdel de Bombay durante la fiesta de Karnakili. Por los transistores se escucha música chillona, que me hace recordar la bereber. Una especie de rai cantado por hombres que desentonan. No me ando por las ramas, compro un dromedario, regateando como es costumbre. Para asegurarme la buena fe de mi vendedor, le obligo a besar un libro de Joseph Conrad que llevo en la mano asegurándole que es el Corán y que si el animal está enfermo sus hijos serán malditos en el nombre del Profeta, que prohibía engañar al viajero. Eso surte su efecto y el hombre me cambia el animal por uno más joven al parecer y robusto, todo el equipo incluídos mapas, brújula, sillería de montar, pertrechos para el viaje y demás, resulta más barato de lo que pensaba; y salgo orgulloso con mi camello de nombre Ibrahim por los alrededores del mercado de la sal, que no es raro encontrar aún a beduinos montados en ellos; pues las caravanas funcionan en ese animal, aún hoy en día.
Para los musulmanes el hombre que atraviesa a solas el desierto es un il'sarhin, un santo. Y llevan gran razón, un santo o un loco quizás; pero bien es cierto que tanto Jesucristo como Buda o Mahoma fueron al desierto para purificarse, pronto yo descubriría la razón...
En el mercado beduino de Jartum al lado del Nilo, se pueden comprar personas como quien compra animales, son presos de guerra me dicen cuando pregunto por unos mugrientos negros que llevan encadenados...
Recorrer Sudán es como volver 500 años en el tiempo, retrotraerse a un mundo que ya sólo existe en el norte de África, pero a mí la gente nunca me ha gustado; podría decir como aquel lord inglés de su caballo, que cuanto más conozco a los hombres, más me gusta mi dromedario; pero mentiría, es un hijo de puta con patas, al que hay que estar continuamente golpeando con una varilla de cuero para que no me muerda las rodillas, perezoso y truhan, babea y muge con furia y desprende un olor tan nauseabundo como no había sentido otro en mi vida.
Montar en un dromedario es una experiencia única, nada se puede comparar al bamboleo y la lentitud de sus andares ni imagino otro modo mejor más bucólico de recorrer el Sahara; pero deja unas rozaduras en la cara interna de los muslos muy incómodas y agujetas en las pantorrillas de abrir durante tanto tiempo las piernas; pero como todo, es acostumbrarse.
Me muevo de noche y de día ato las patas al animal para que se tumbe y no escape (no encontraréis una criatura más astuta y maliciosa en todo el universo que el dromedario, es árabe hasta la médula).
Dije que hablaría de por qué el desierto atrae a los místicos, sin duda, la nada infinita de la que estás rodeado, el mar de arena y dunas, te hace encontrarte contigo mismo sin interferencias. Es como si sólo estuvieras tú en el universo y a la vez cubrido por ese manto de estrellas te sientes pequeño, infinitamente pequeño.
Al atardecer siento la necesidad de tumbarme en la arena y abrazarla, sentir así un destello de vida o energía telúrica, cuya necesidad nunca había tenido de manera tan perentoria y excéntrica, pasan por allí unos tuareg de una caravana del Niger me dicen, que asombrados por lo que toman como mi humilde rezo tumbado, me invitan a un te. Como todos los nómadas son gentes curiosas, pero cada día me gusta menos hablar y lo hago con sacacorchos. Les interrogo por la ruta (estoy a 60 Km al oeste de Jartum) y me invitan a acompañarles, pero les aclaro que mi viaje tiene que ser en soledad, además ellos van al Sur y yo hacia su patria o quizás hacia el Chad, quien sabe. Salgo de la aldea de Jarizhin, escala de las caravanas por sus preciados pozos; y me dirijo hacia el fin... La aventura me espera.
Viajo de noche, guiándome por las estrellas, hace un frío tremendo y se oyen ruidos fantasmales, que al parecer son las rocas al quebrarse por el cambio de temperatura... El desierto es uno de los lugares más inhóspitos de la Tierra, durante el día el calor es espantoso, tanto que apenas puedes moverte sin riesgo de deshidratarte, y debes cubrirte bien para que el Sol no te abrase, sus rayos se reflejan en la arena convirtiéndolo en un horno, pero cuando anochece el calor se va como vino y baja el termómetro radicalmente.
De camino a Al Jaifa, donde hay un pequeño mercado de abastos cerca de la frontera con el Chad, paso por una zona de arenas blancas y finas, si me desviara de mi ruta llegaría a lo más recóndito del Sáhara, de donde nadie ha vuelto, el Alejubalah Ntala "la cuna del diablo".
Que os puedo decir del desierto, no hay cielo como el del desierto tan límpido e inmenso, puedes ver el horizonte allá donde mires, y el aire que se respira es puro y seco, muy recomendable para tuberculosos porque cicatriza los pulmones. Yo duermo durante el día, acurrucado bajo las dunas para protegerme del calor, mientras tapo a mi camello, para que no le dé el Sol directamente. Los hombres del desierto, van cubiertos por entero incluso tintadas sus pieles, para protegerse del calor; y como yo, cabalgan de noche, ninguna criatura del desierto puede vivir y moverse de día...
No sé si ya estoy en Sudán o en el Chad; pero no me importa. Este viaje, más que la travesía por el Mar del Norte, me ha enseñado a valorarme a mí mismo, es una peregrinación como el camino a Santiago, sólo que mucho más dura y solitaria, más pura, en ese espíritu de encontrar durante el camino lo que nunca tuvimos o no sabemos cuando llegamos a perder.
Ahora me siento como si fuera el único habitante de este planeta (y no es raro dudo de que a 100 Kilómetros a la redonda haya algún humano). Mi aspecto es tremendamente desaliñado, llevo semanas sin lavarme los dientes, ni ducharme, con el pelo sucio y lleno de arena y una barba considerable, el sudor ya se ha encostrado y apesta todo mi ropaje formado por túnicas negras y azules; pero nunca me había sentido tan feliz.
Tengo ganas de llegar al Lago y sumergirme en él. Ibrahim se ha portado bien, los sudaneses son los mejores dromedarios del Mundo, iba a canjearlo en un puesto, por un pasaje hacia el Este en furgoneta, pero decido soltarlo, alguna caravana dará con él, sin embargo es él quien me sigue aturdido, se acostumbró a su esclavitud y no sabe qué hacer libre. Me dice un hombre en francés en Abéché que he tratado muy bien a mi dromedario y me seguirá como mi mujer allá donde vaya... Pero no puedo llevármelo a N'Djamena; y me entero de que si lo suelto y alguien lo ve, lo matará sin dudarlo, pues esos animales domesticados cuando andan sueltos traen muy mal fario; y esa gente es muy supersticiosa. Así que espero tres días hasta que pasa un grupo de hombres azules y les entrego el animal, con una compensación por cuidarlo. Me entero de que les pongo en un aprieto, pues su puntilloso orgullo les obliga a satisfacerme en la misma medida y son tremendamente pobres; pero me las ingenio para no humillarles al darle un tremendo valor al té del que disponen, diciéndoles que desde donde yo vengo su valor es incalculable y estaré muy congratulado de recibir ese presente. Para mí ese te sí tiene valor, puedo llevármelo no como a Ibrahim; y pienso tomarlo toda la vida, me hará recordar el amargo sabor del desierto, que deja un recuerdo dulce como veneno de flor en quien lo tomó.
Cojo uno de esos incómodos transportes multitudinarios hasta la capital, allí busco un hotel donde asearme y lavar mi ropa, duermo creo que durante 16 horas, despues me baño (nadie sabe el placer que supone bañarse en abundante agua cuando se viene de una travesía de cinco semanas por el desierto). Un chófer del hotel Corinka me lleva hasta el lago, allí me despojo de toda mi ropa, y durante un atardecer nado plácidamente, no he encontrado mayor placer que ese, me merecía ese chapuzón, me lo había ganado; y mientras nadaba envuelto en sus aguas azules, lloraba de felicidad y reía, por haber conseguido mi meta.
Lo próximo... en aquel momento no estaba para pensarlo. Podía presumir de que había conocido la diferencia entre vivir y existir o vegetar, pero la dicha dura siempre muy poco; y si volviera otra vez allí ya no sería lo mismo; prefiero tener al lago chad en mi recuerdo.
¿Continuará? Quién sabe... Algún día tendrá que pararse o quizás se repita la historia eternamente con distintos personajes.