Adso
Asiduo
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- 9 Feb 2005
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Hay películas que sólo pueden clasificarse como puro arte.
Por su música, por sus símbolos, por su pincelada.
Hay películas que son auténticos lienzos audiovisuales, móviles poemas de melódica belleza.
Es el caso de Leolo
Sucede que a veces la realidad (esa palabra peluda y siniestra) actúa como un ácido sobre los sueños, los corroe, los oxida, y entonces un día descubrimos que precisamente porque soñamos también dejamos de soñar. No puedo olvidar la escena de Leolo en la tina del hospital, cubierto de hielos, con la mirada extraviada, y sobre todo (en realidad había puesto sobre todo junto porque soy un subnormal) esas últimas palabras:
Porque sueño yo no lo estoy. Porque sueño, sueño. Porque me abandono por las noches a mis sueños antes de que me deje el día, porque no amo, porque me asusta amar, ya no sueño. Ya no sueño...
... A ti la dama, la audaz melancolía que, con grito solitario, hiendes mis carnes ofreciéndolas al tedio; tú que atormentas mis noches cuando no sé que camino de mi vida tomar... te he pagado cien veces mi deuda.
De las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de la mentira que tú misma me habías obligado a oír. Y la blanca plenitud, no era como el viejo interludio y sí una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz sobre mi soledad.
E iré a descansar, con la cabeza entre dos palabras, en el valle de los avasallados.
Un enorme Jean-Claude Lauzón, realiza una cruda y violenta poesia cinematográfica plagada de una sucia belleza.
Leolo es la historia de un pequeño de imaginación desbordante y bolsillos vacios que vive con su extraña familia, convencido de que nació de un tomate fecundado por un italiano.
Lleno de intensos contrastes, en su onírico y surrealista mundo, la realidad no deja de insmiscuirse a través del despertar de la adolescencia.
Así, mezclando delirante ternura con la dura desnudez de la realidad más deprimente, el malogrado Lauzón consigue una maravillosa, diferente e impresionante película que regala la más cautivadora visión de la infancia que ha dado el cine moderno. Una obra singular e imprescindible.
Pongamos en este hilo aquellas películas que consideremos auténticas obras de arte.
Por su música, por sus símbolos, por su pincelada.
Hay películas que son auténticos lienzos audiovisuales, móviles poemas de melódica belleza.
Es el caso de Leolo
Sucede que a veces la realidad (esa palabra peluda y siniestra) actúa como un ácido sobre los sueños, los corroe, los oxida, y entonces un día descubrimos que precisamente porque soñamos también dejamos de soñar. No puedo olvidar la escena de Leolo en la tina del hospital, cubierto de hielos, con la mirada extraviada, y sobre todo (en realidad había puesto sobre todo junto porque soy un subnormal) esas últimas palabras:
Porque sueño yo no lo estoy. Porque sueño, sueño. Porque me abandono por las noches a mis sueños antes de que me deje el día, porque no amo, porque me asusta amar, ya no sueño. Ya no sueño...
... A ti la dama, la audaz melancolía que, con grito solitario, hiendes mis carnes ofreciéndolas al tedio; tú que atormentas mis noches cuando no sé que camino de mi vida tomar... te he pagado cien veces mi deuda.
De las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de la mentira que tú misma me habías obligado a oír. Y la blanca plenitud, no era como el viejo interludio y sí una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz sobre mi soledad.
E iré a descansar, con la cabeza entre dos palabras, en el valle de los avasallados.
Un enorme Jean-Claude Lauzón, realiza una cruda y violenta poesia cinematográfica plagada de una sucia belleza.
Leolo es la historia de un pequeño de imaginación desbordante y bolsillos vacios que vive con su extraña familia, convencido de que nació de un tomate fecundado por un italiano.
Lleno de intensos contrastes, en su onírico y surrealista mundo, la realidad no deja de insmiscuirse a través del despertar de la adolescencia.
Así, mezclando delirante ternura con la dura desnudez de la realidad más deprimente, el malogrado Lauzón consigue una maravillosa, diferente e impresionante película que regala la más cautivadora visión de la infancia que ha dado el cine moderno. Una obra singular e imprescindible.
Pongamos en este hilo aquellas películas que consideremos auténticas obras de arte.