A mediodía suele hacer viento. Llegas a las cuatro de la tarde a la escuela de vela y el sol te aplasta: por el camino ibas pensando que a esas horas y en agosto eres la única persona que no está durmiendo la siesta sino yendo a trabajar. Sí, hace mucho viento. Y las olas son grandes, porque viene de jaloque y están muy formadas. Olas altas y constantes que lo salpican todo y la camiseta que parece que se te quiere volar y ya no hace calor, sólo quema la luz. Entonces decides que tu obligación es reconocer el terreno, valorar si así puedes dar tu curso de vela o de windsurf o de catamarán o no. Sabes que sí, que con cuidado no hay ningún problema, tampoco es algo excesivo y a media tarde bajará, pero gusta ponerse la licra. Te pones la licra, subes a la zodiac que está atada cabeceando de mala manera, arrancas y te diriges hacia dentro, despacio. Notas cómo la proa sube a cada ola y después baja. Como el asiento está bastante retrasado, vas solo y el fueraborda pesa en la popa, al coger las olas muy de proa, a una velocidad media a la que aún no planeas parece que fueras a volcar hacia atrás. Entonces te dices "es verano y todo da igual" y te pones el hombre al agua (para que el motor se apague si te caes) y aceleras y la zodiac se lanza contra el mar y contra las olas y ya no las corta o las escala sino que las salta. Pasas así un rato y te dices: es hora de volver no vaya a ser que se mosqueen conmigo al ver que no hago nada concreto.
Llegas a la escuela de vela tomando las olas por la popa, intentando ajustar tu velocidad con la suya, para surfearlas y te encuentras con lo que tengas: si son adultos ¡bien!. Si son niños y van contigo, bueno. Si son niños y tienen el nivel suficiente como para navegar solos, estás jodido, te va a tocar estar toda la tarde pendiente de ellos. Y eso. Si tienes catamarán también estás jodido. Te gusta mucho navegar y pasas meses en Madrid deseando hacerlo, pero cuando llevas 20 días seguidos de viento subido de 10 a 14 y de 16 a 20 horas a un Hobie 16, teniendo que estar pendiente de que los alumnos no la líen y yendo deprisa y al límite, porque, claro, ellos quieren disfrutar, estás jodido. Pero bueno. Pasa la tarde y toca sangría en el chiringuito, viendo el atardecer mientras suena Is this Love de Bob Marley.
Después vas a casa un rato, saludas a tus padres que te preguntan "¿otra vez sales?" y te sientes legitimado para hacer lo que quieras porque para eso estás trabajando y a las 22 estás en la calle con la bici. Entonces el mundo se ramifica en múltiples posibilidades, que parten siempre de la pregunta "¿hay fiesta en la escuela de vela?". Si la respuesta, como suele serlo dos veces por semana es "sí", sólo tienes que preocuparte de bajar el ipod y tener una actitud chulesca con los que vayan a la fiesta y sean de fuera: sentirte como el dueño del garito de moda, cambiar la música, gestionar el alcohol, ofrecer vueltas en zodiac a las que estén buenas, racionar la barbacoa. Si no hay fiesta siempre puedes quedar con los amigos para beber cerveza en la escuela, donde tenemos un par de neveras y después ir a liarla por ahí: hablar con gente al azar, bailar alocadamente o sacar las lanchas e ir con ellas hasta los embarcaderos de la zona donde hacen botellón. También la cosa puede desembocar en ir al bar delirante de la zona y de ello es mejor no hablar.
Si no te apetece estar rodeado de tíos, tienes en la agenda el número de dos o tres amigas. Nunca sabes del todo de dónde han salido, porque, además, cada verano suelen ser distintas, pero el caso es que llegaron: alguna te la presentaron, otra hizo un curso de vela, a otra la abordaste diciendo incoherencias por la calle... Llamas a una y te la puedes llevar en coche a una playa solitaria, aunque entonces tú no puedes beber. También puedes llevártela a la escuela y esperar que, con suerte, en ese momento no haya ningún compañero con las mismas intenciones que tú. Si son refinadas, en zodiac a un bar cercano que tiene el puerto al lado, está lleno de obras de arte y en el que es habitual que suenen de los Talking Heads a Los Planetas. Después ya sabe lo que toca a la luz de la luna. Les dices que vayan a verte por la mañana, que igual tienes tiempo para sacarlas a pasear en un velerito, pero sabes que no irán, que las jóvenes pasan de veleritos.
Llegas a casa a eso de las 5 y a las 9 y media estás despierto para volver a la escuela. Por las mañanas normalmente no hace demasiado viento y hay muchos monitores, así que el trabajo es cómodo, gafas de sol y a dejar que los novatos se emocionen pensando que están viviendo una enorme experiencia (cuando navegan al principio en barcos muy estables y lentos) mientras tú dormitas y repites como un mantra: "no se puede navegar contra el viento", "si la vela flamea, cázale" y cosas por el estilo. Si esa semana te ha tocado un curso de perfeccionamiento, más vale que sea de las primeras del verano o te verías obligado a rebajar la tralla nocturna: entonces les tienes que enseñar maniobras más complejas, a hacer trapecio, a sacar el gennaker (3era vela), o, lo que casi es más difícil, a navegar con un mínimo de decencia en Láser. Si quieres enseñarles a navegar en Láser lo mejor es que salgas tú a navegar con otro Láser para que así se fijen en cómo lo haces y les puedas indicar tranquilamente sin el ruido y la furia del fueraborda. Así que botella de agua medio convertida en hielo a la minúscula bañera y a intentar sobrevivir con la resaca y bajo el sol a la mañana sin que, encima, se ahogue nadie.
A las dos, cuando después de muchos gritos todo el mundo ha recogido su material, suele haber cervecita y aperitivo: los alumnos, satisfechos, nos hacen ofrendas de comida, desde empanadas a pizza. Y después a casa a comer rápido hasta que vuelven a llegar las 4 y bajas otra vez a la escuela. Los domingos no hay que trabajar, así que podemos estar de fiesta hasta la mañana siguiente. Le pedimos al jefe uno de los barcos grandes, nos endosa un Bavaria 42 que casi nunca alquila porque tiene el timón demasiado duro y se niega a arreglarlo y navegamos con el yate hasta fondear en una playa donde se organizan enormes raves donde las tetas de hipsters y paletillas se mueven por igual. Bajamos, bailamos, nos ponemos hasta arriba y si se tercia alguno se mete una clencha o yo pillo un poco de M. A las cinco están todas las tías tan tajadas que prácticamente se pelean por subir en la pequeña lancha auxiliar para llegar hasta el barco. En tres viajes de zodiac estamos en el Bavaria los seis que hemos ido y otras ocho tías. Os podéis imaginar cómo acaba la cosa.
Y así recuerdo todos los días de todos mis veranos, sin un sólo momento de descanso, siempre entre barcos, gafas de sol, mujeres siliconadas y sin un rastro de Lacanes ni Derridas. Y así espero que sean siempre, del 1 de julio al 1 de septiembre. Y si no tenéis acceso a barcos, os jodéis.