superkirby18
Asiduo
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Yo cuando me lo plantee (lo de la carta) estube buscando en internet cartas de suicidas y la que mas me gusto fue esta:
"Son ya las doce de la noche. Cuando haya escrito esta carta, voy a matarme.
¿Por qué? Trato de razonar mi determinación, para darme cuenta yo mismo de que
se impone fatalmente, de que no debo aplazarla.
"Mis padres eran gentes muy sencillas y crédulas. Yo creí en todo, como ellos.
"Mi engaño duró mucho. Hace poco, se desgarraron para mí los últimos jirones
que me velaban la verdad; pero hace ya bastantes años que todos los acontecimientos
de mi existencia palidecen. La significación de lo más brillante y atractivo se me
presenta en su torpe realidad; la verdadera causa del amor llegó incluso a sustraerme
de las poéticas ternuras.
"Nos engañan estúpidas y agradables ilusiones que se renuevan sin cesar.
"Envejeciendo, me había resignado a la horrible miseria de las cosas, a lo vano
de todo esfuerzo, a lo inútil que resulta siempre la esperanza: cuando una luz
nueva inundó el vacío de mi vida esta noche, después de comer.
"¡Antes yo era feliz! Todo me alegraba: las mujeres al pasar, las calles, mi
vivienda, y aun la hechura de mis ropas constituía para mí una preocupación
agradable. Pero las mismas ideas, los mismos actos repetidos, monótonos,
acabaron por sumergir mi alma en una laxitud espantosa.
"Todos los días, a la misma hora, durante treinta años, me levanté de la cama;
y todos los días, en el mismo restaurante, durante treinta años, a las mismas
horas, me servían los mismos platos mozos diferentes.
"Me propuse viajar. El aislamiento que sentimos en ciudades nuevas, en residencias
desconocidas, me asustó. Sentíame tan abandonado sobre la tierra, tan insignificante,
que volví a tomar el camino de mi casa.
"Y, entonces, la inmutable fisonomía de los muebles, fijos en el mismo lugar durante
treinta años, las rozaduras de mis sillones, que yo conocí nuevos, el olor de mi casa
--cada casa que habitamos, con el tiempo adquiere un olor especial-- acabaron produciéndome
náuseas y la negra melancolía de vivir mecánicamente.
"Todo se repite sin cesar y de un modo lamentable. Hasta la manera de introducir
--al volver cada noche-- la llave en la cerradura; el sitio donde siempre dejo las cerillas;
la mirada que al entrar esparzo en torno de mi habitación, mientras el fósforo se inflama.
Y todo me provoca --para verme libre de una existencia tan ruin-- a tirarme por el balcón.
"Mientras me afeito, cada mañana me seduce la idea de degollarme, y mi rostro, el mismo
siempre, que se refleja en el espejo con las mejillas cubiertas de jabón, muchas veces
me hizo llorar de tristeza.
"Ni siquiera me complace tropezar con personas a las cuales veía con gusto hace tiempo;
las conozco tanto que adivino lo que me dirán y lo que les diré; a fuerza de razonar con
las mismas, descubrimos la ilación de sus ideas. Cada cerebro es como un circo donde un
pobre caballo da vueltas. Por mucho que nos empeñemos en buscar otros caminos, por muchas
cabriolas que hagamos, la pista no varía de forma ni ofrece lances imprevistos ni abre
puertas ignoradas. Hay que dar vueltas y más vueltas, pasando siempre por las mismas
reflexiones, por los mismos chistes, por las mismas costumbres, por las mismas creencias,
por los mismos desencantos.
"Al retirarme hoy a mi casa, una insistente niebla invadía el bulevar, oscureciendo los
faroles de gas, que parecían candilejas. Pesaba el ambiente húmedo sobre mis hombros
como una carga. Seguramente hago una digestión difícil.
"Y una buena digestión lo es todo en la vida. Ofrece inspiraciones al artista, deseos
a los jóvenes enamorados, luminosas ideas a los pensadores, alegría de vivir a todo el
mundo, y permite comer con abundancia --lo cual es también una dicha. Un estómago enfermo
conduce al escepticismo, a la incredulidad, engendra sueños terribles y ansias de muerte.
Lo he notado con frecuencia. Es posible que no me matara esta noche, haciendo una buena
digestión.
"Después de haberme acomodado en el sillón donde me siento hace treinta años todos los días,
miré alrededor, creyéndome víctima de un desaliento espantoso.
"¿De qué medio valerme para escapar a mi razón macilenta, más horrible aún que la desordenada
locura? Cualquier empleo, cualquier trabajo me parece más odioso que la acción en que vivo.
Quise poner en orden mis papeles.
"Hacía tiempo que deseaba registrar los cajones de mi escritorio, porque durante los treinta
últimos años había metido allí, al azar, las cartas y las cuentas. Aquel desorden llegó a
preocuparme algunas veces; pero me sobrecoge una fatiga tal en cuanto me propongo un trabajo
metódico y ordenado, que nunca me atreví a empezar.
"Esta noche me senté junto a mi escritorio y abrí, resuelto a preservar algunos papeles y
romper la mayor parte.
"Quedeme de pronto pensativo ante aquel hacinamiento de hojas amarillentas; luego cogí una.
"¡Oh! Si aprecian en algo su vida, no toquen jamás las cartas viejas que guardan los cajones
de su escritorio. Y si no pueden resistir la tentación de abrirlos, cojan a granel, con los
ojos cerrados, los paquetes de cartas para tirarlos al fuego; no lean ni una sola frase,
porque sólo ver la escritura olvidada y de pronto reconocida, los lanza en un océano de
recuerdos; quemen esos papeles que matan; cuando estén hechos pavesas, pisotéenlos para
convertirlos en impalpables cenizas... Y si no lo hacen así, los anonadarán como acaban
de anonadarme y destruirme.
"¡Ah! Las primeras cartas no me han interesado; eran de fechas recientes y de personas que
viven y a las que veo, sin gusto, con alguna frecuencia. Pero, de pronto, la vista de un
sobre me ha estremecido. Al reconocer los rasgos de la escritura se han cubierto mis ojos
de lágrimas. Era la letra de mi mejor amigo, del compañero de mi juventud, del confidente
de mis esperanzas. Y se me apareció tan claramente, con su bondadosa sonrisa, tendiéndome
las manos, que sentí un escalofrío penetrante; hasta mis huesos vibraron. Sí, sí; los muertos
vuelven. ¡Lo he visto! Nuestra memoria es un mundo más acabado aún que el universo; ¡puede
hacer vivir hasta lo que no existe!
"Con la mano temblorosa y los ojos turbios, recorrí toda su carta, y en mi pobre corazón
angustiado he sentido un desgarramiento espantoso. Mis lamentaciones eran tan lastimosas,
como si me hubiesen magullado las carnes.
"Así he ido remontándome a través de mi vida, como remontamos un río, luchando contra la
corriente. Aparecieron personas olvidadas, cuyos nombres no puedo recordar; pero su rostro
sí lo recuerdo. En las cartas de mi madre resucitan criados antiguos, el aspecto de nuestra
casa y mil detalles nimios que una inteligencia infantil recoge.
"Sí; he visto de pronto los vestidos que usó mi madre en distintas épocas y, según la moda
y según el tocado, mostraba una fisonomía diferente. Sobre todo me obsesionaba con un traje
de seda rameado, y recuerdo que un día, llevando aquel traje, me amonestó dulcemente:
'Roberto, hijo mío, si no procuras erguirte un poco, serás jorobado toda tu vida'.
"Luego, al abrir otro cajón, aparecieron las prendas marchitas de mis amores: un zapatito
de baile, un pañuelo desgarrado, una liga de seda, trencitas de pelo, flores... Y las
novelas de mi vida sentimental me sumergieron más en la triste melancolía de lo que no
vuelve. ¡Ah! ¡Las frentes juveniles orladas con rubios cabellos, las manos acariciadoras,
los ojos insinuantes, la sonrisa que promete un beso, el beso que asegura un paraíso!...
Y ¡el primer beso!... Aquel beso delicioso, interminable, que ofusca la mirada, que abate
la imaginación, que nos posee y nos glorifica, ofreciéndonos a la vez un goce ideal y
la promesa de otros goces deseados.
"Cogiendo con ambas manos aquellas prendas tristes de lejanas ternuras, las cubrí de
caricias furiosas y en mi corazón desolado por los recuerdos sentía resonar cada
hora de abandono, sufriendo un suplicio más cruel que las monstruosas leyendas
infernales. ¡Ah! ¿Por qué las abandoné o por qué me abandonaron?
"Quedaba por ver una carta fechada hacía medio siglo. Me la dictó el maestro de
escritura: 'Mamita de mi alma: hoy cumplo siete años. A esa edad ya se discurre;
ya sé lo que te debo. Te juro emplear bien la vida que me has dado.
'Tu hijo que te adora, Roberto'.
"Me había remontado hasta el origen. El recuerdo era desconsolador. ¿Y el porvenir?
Quise profundizar en lo que me faltaba de vida, y se me apareció la vejez espantosa
y solitaria, con su cortejo de achaques y dolencias... ¡Todo acabado para mí!
¡Nadie junto a mí!
"El revólver está sobre la mesa... Es tentador..."
No lean nunca las cartas de otros tiempos! ¡No recuerden viejas memorias!...
Así es como se matan muchos hombres en cuya plácida existencia no hallamos el
verdadero motivo de su fatal resolución.
Yo no se que escribiria pero pufff esta me parece genial y queria compartirla con vosotros
"Son ya las doce de la noche. Cuando haya escrito esta carta, voy a matarme.
¿Por qué? Trato de razonar mi determinación, para darme cuenta yo mismo de que
se impone fatalmente, de que no debo aplazarla.
"Mis padres eran gentes muy sencillas y crédulas. Yo creí en todo, como ellos.
"Mi engaño duró mucho. Hace poco, se desgarraron para mí los últimos jirones
que me velaban la verdad; pero hace ya bastantes años que todos los acontecimientos
de mi existencia palidecen. La significación de lo más brillante y atractivo se me
presenta en su torpe realidad; la verdadera causa del amor llegó incluso a sustraerme
de las poéticas ternuras.
"Nos engañan estúpidas y agradables ilusiones que se renuevan sin cesar.
"Envejeciendo, me había resignado a la horrible miseria de las cosas, a lo vano
de todo esfuerzo, a lo inútil que resulta siempre la esperanza: cuando una luz
nueva inundó el vacío de mi vida esta noche, después de comer.
"¡Antes yo era feliz! Todo me alegraba: las mujeres al pasar, las calles, mi
vivienda, y aun la hechura de mis ropas constituía para mí una preocupación
agradable. Pero las mismas ideas, los mismos actos repetidos, monótonos,
acabaron por sumergir mi alma en una laxitud espantosa.
"Todos los días, a la misma hora, durante treinta años, me levanté de la cama;
y todos los días, en el mismo restaurante, durante treinta años, a las mismas
horas, me servían los mismos platos mozos diferentes.
"Me propuse viajar. El aislamiento que sentimos en ciudades nuevas, en residencias
desconocidas, me asustó. Sentíame tan abandonado sobre la tierra, tan insignificante,
que volví a tomar el camino de mi casa.
"Y, entonces, la inmutable fisonomía de los muebles, fijos en el mismo lugar durante
treinta años, las rozaduras de mis sillones, que yo conocí nuevos, el olor de mi casa
--cada casa que habitamos, con el tiempo adquiere un olor especial-- acabaron produciéndome
náuseas y la negra melancolía de vivir mecánicamente.
"Todo se repite sin cesar y de un modo lamentable. Hasta la manera de introducir
--al volver cada noche-- la llave en la cerradura; el sitio donde siempre dejo las cerillas;
la mirada que al entrar esparzo en torno de mi habitación, mientras el fósforo se inflama.
Y todo me provoca --para verme libre de una existencia tan ruin-- a tirarme por el balcón.
"Mientras me afeito, cada mañana me seduce la idea de degollarme, y mi rostro, el mismo
siempre, que se refleja en el espejo con las mejillas cubiertas de jabón, muchas veces
me hizo llorar de tristeza.
"Ni siquiera me complace tropezar con personas a las cuales veía con gusto hace tiempo;
las conozco tanto que adivino lo que me dirán y lo que les diré; a fuerza de razonar con
las mismas, descubrimos la ilación de sus ideas. Cada cerebro es como un circo donde un
pobre caballo da vueltas. Por mucho que nos empeñemos en buscar otros caminos, por muchas
cabriolas que hagamos, la pista no varía de forma ni ofrece lances imprevistos ni abre
puertas ignoradas. Hay que dar vueltas y más vueltas, pasando siempre por las mismas
reflexiones, por los mismos chistes, por las mismas costumbres, por las mismas creencias,
por los mismos desencantos.
"Al retirarme hoy a mi casa, una insistente niebla invadía el bulevar, oscureciendo los
faroles de gas, que parecían candilejas. Pesaba el ambiente húmedo sobre mis hombros
como una carga. Seguramente hago una digestión difícil.
"Y una buena digestión lo es todo en la vida. Ofrece inspiraciones al artista, deseos
a los jóvenes enamorados, luminosas ideas a los pensadores, alegría de vivir a todo el
mundo, y permite comer con abundancia --lo cual es también una dicha. Un estómago enfermo
conduce al escepticismo, a la incredulidad, engendra sueños terribles y ansias de muerte.
Lo he notado con frecuencia. Es posible que no me matara esta noche, haciendo una buena
digestión.
"Después de haberme acomodado en el sillón donde me siento hace treinta años todos los días,
miré alrededor, creyéndome víctima de un desaliento espantoso.
"¿De qué medio valerme para escapar a mi razón macilenta, más horrible aún que la desordenada
locura? Cualquier empleo, cualquier trabajo me parece más odioso que la acción en que vivo.
Quise poner en orden mis papeles.
"Hacía tiempo que deseaba registrar los cajones de mi escritorio, porque durante los treinta
últimos años había metido allí, al azar, las cartas y las cuentas. Aquel desorden llegó a
preocuparme algunas veces; pero me sobrecoge una fatiga tal en cuanto me propongo un trabajo
metódico y ordenado, que nunca me atreví a empezar.
"Esta noche me senté junto a mi escritorio y abrí, resuelto a preservar algunos papeles y
romper la mayor parte.
"Quedeme de pronto pensativo ante aquel hacinamiento de hojas amarillentas; luego cogí una.
"¡Oh! Si aprecian en algo su vida, no toquen jamás las cartas viejas que guardan los cajones
de su escritorio. Y si no pueden resistir la tentación de abrirlos, cojan a granel, con los
ojos cerrados, los paquetes de cartas para tirarlos al fuego; no lean ni una sola frase,
porque sólo ver la escritura olvidada y de pronto reconocida, los lanza en un océano de
recuerdos; quemen esos papeles que matan; cuando estén hechos pavesas, pisotéenlos para
convertirlos en impalpables cenizas... Y si no lo hacen así, los anonadarán como acaban
de anonadarme y destruirme.
"¡Ah! Las primeras cartas no me han interesado; eran de fechas recientes y de personas que
viven y a las que veo, sin gusto, con alguna frecuencia. Pero, de pronto, la vista de un
sobre me ha estremecido. Al reconocer los rasgos de la escritura se han cubierto mis ojos
de lágrimas. Era la letra de mi mejor amigo, del compañero de mi juventud, del confidente
de mis esperanzas. Y se me apareció tan claramente, con su bondadosa sonrisa, tendiéndome
las manos, que sentí un escalofrío penetrante; hasta mis huesos vibraron. Sí, sí; los muertos
vuelven. ¡Lo he visto! Nuestra memoria es un mundo más acabado aún que el universo; ¡puede
hacer vivir hasta lo que no existe!
"Con la mano temblorosa y los ojos turbios, recorrí toda su carta, y en mi pobre corazón
angustiado he sentido un desgarramiento espantoso. Mis lamentaciones eran tan lastimosas,
como si me hubiesen magullado las carnes.
"Así he ido remontándome a través de mi vida, como remontamos un río, luchando contra la
corriente. Aparecieron personas olvidadas, cuyos nombres no puedo recordar; pero su rostro
sí lo recuerdo. En las cartas de mi madre resucitan criados antiguos, el aspecto de nuestra
casa y mil detalles nimios que una inteligencia infantil recoge.
"Sí; he visto de pronto los vestidos que usó mi madre en distintas épocas y, según la moda
y según el tocado, mostraba una fisonomía diferente. Sobre todo me obsesionaba con un traje
de seda rameado, y recuerdo que un día, llevando aquel traje, me amonestó dulcemente:
'Roberto, hijo mío, si no procuras erguirte un poco, serás jorobado toda tu vida'.
"Luego, al abrir otro cajón, aparecieron las prendas marchitas de mis amores: un zapatito
de baile, un pañuelo desgarrado, una liga de seda, trencitas de pelo, flores... Y las
novelas de mi vida sentimental me sumergieron más en la triste melancolía de lo que no
vuelve. ¡Ah! ¡Las frentes juveniles orladas con rubios cabellos, las manos acariciadoras,
los ojos insinuantes, la sonrisa que promete un beso, el beso que asegura un paraíso!...
Y ¡el primer beso!... Aquel beso delicioso, interminable, que ofusca la mirada, que abate
la imaginación, que nos posee y nos glorifica, ofreciéndonos a la vez un goce ideal y
la promesa de otros goces deseados.
"Cogiendo con ambas manos aquellas prendas tristes de lejanas ternuras, las cubrí de
caricias furiosas y en mi corazón desolado por los recuerdos sentía resonar cada
hora de abandono, sufriendo un suplicio más cruel que las monstruosas leyendas
infernales. ¡Ah! ¿Por qué las abandoné o por qué me abandonaron?
"Quedaba por ver una carta fechada hacía medio siglo. Me la dictó el maestro de
escritura: 'Mamita de mi alma: hoy cumplo siete años. A esa edad ya se discurre;
ya sé lo que te debo. Te juro emplear bien la vida que me has dado.
'Tu hijo que te adora, Roberto'.
"Me había remontado hasta el origen. El recuerdo era desconsolador. ¿Y el porvenir?
Quise profundizar en lo que me faltaba de vida, y se me apareció la vejez espantosa
y solitaria, con su cortejo de achaques y dolencias... ¡Todo acabado para mí!
¡Nadie junto a mí!
"El revólver está sobre la mesa... Es tentador..."
No lean nunca las cartas de otros tiempos! ¡No recuerden viejas memorias!...
Así es como se matan muchos hombres en cuya plácida existencia no hallamos el
verdadero motivo de su fatal resolución.
Yo no se que escribiria pero pufff esta me parece genial y queria compartirla con vosotros