stavroguin 11
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Nada hay que decir acerca de lo evidente. Supongo que no soy el primero en expresarlo y tal vez lo haya leído por ahí sin recordar la fuente. Pueden goglear para salir de dudas en cualquier caso.
De lo anterior se deduce que no voy a hablar de lo que todos hemos experimentado alguna vez que otra: la demoledora fuerza con la que puede golpearnos un adverbio de negación escupido en el rostro ante la expresión de un sentimiento no correspondido por la destinataria. A su lado, la devastación de una fisión nuclear llegará a parecernos un asunto de kindergarten. Es un uppercut al mentón, un piano que nos cae encima desde un décimo piso, una fractura de tibia empezando a bajar el Annapurna, un absceso que revienta en el alma difundiendo la sepsis por todos sus rincones...
Los sucedáneos eufemísticos, del tipo "te veo como amigo" o "te mereces otra cosa", a pesar de su glaseado compasivo y bienintencionado, no son menos deletéreos y punzantes, y en ningún caso pueden ser retirados del campo de lo explícito, pues la leve capa de azúcar que los envuelve no puede ocultar el sabor primigenio y esencial de deposición diarreica amarillenta y grumosa.
A lo que me quiero referir en este hilo es a otro tipo de rechazos, a veces tan sutiles como el hilo de una telaraña, tan incorpóreos que hace falta un sexto sentido arácnido para detectarlos, tal tenues y velados que probablemente su emisora los lanza desde el inconsciente más profundo. Y es importante aprehenderlos para evitar ridículos, falsas esperanzas y gasto inútil de recursos. Pongo algún ejemplo.
Hace bastante tiempo me gustaba una mujer, guapa, aparentemente empática y con la que tenía una relación bastante cordial. Llegué a pensar en meter ficha, pero ciertas disarmonías en apariencia anecdóticas me disuadieron de ello.
Lo que se me hizo evidente en primer lugar fue lo siguiente: si me la cruzaba por la calle cuando iba solo, saludaba normalmente. Cuando me acompañaba un amigo (casado y en el que ella no tenía un interés de ningún tipo), su saludo, mirada y lenguaje corporal iban siempre dirigidos a mi acompañante, nunca a mí. Si le daba conversación cuando coincidíamos los dos solos, me dedicaba unos minutos de charla intrascendente, si había más gente, al hacerle cualquier pregunta en escasos segundos desviaba su mirada, como si estuviese contestando al hombre invisible o cualquier otro presente que no la había interrogado para nada. En alguna ocasión en que tirando de ingenio y agudeza conseguí hacerle lanzar una carcajada, la abortó al instante, desviando la mirada como un blanco de Alabama que se percata de que acaba de saludar cordialmente a un negro de los arrabales sin darse cuenta. Si ella sacaba un tema de conversación, tenía una peculiar manera de hacerme sentir como un convidado de piedra
Por supuesto que jamás intenté nada con ella y que mi orgullo me llevó a distanciarme todo lo posible, obviando su presencia como si fuese un mueble. Me llamaron la atención tres cosas: 1-No me pareció una actitud yolovalguista por su parte. Es más, creo que ella no se daba cuenta conscientemente de su actitud, sino que me consideraba un atrezzo sin la menor intención de ofenderme o minusvalorame, como alguien que pasa por delante de un mendigo sin verlo ni parar mientes un segundo en su existencia. De hecho, creo que se sorprendió sinceramente cuando se dio cuenta de que evitaba su presencia y de que dejé de darle conversación. 2-La ventaja de esta historia es que mi ego quedó a salvo de cara a la galería, pues de facto no llegó a haber ninguna proposición rechazada. 3-El punto 2 no impidió que ese rechazo implícito fuesese tanto o más doloroso que cualquier desprecio formalmente expresado.
Si quieren ustedes abundar en el tema tamizando por la reflexión el abundante caudal de experiencia que les supongo, sean bienvenidos a esta su casa.
De lo anterior se deduce que no voy a hablar de lo que todos hemos experimentado alguna vez que otra: la demoledora fuerza con la que puede golpearnos un adverbio de negación escupido en el rostro ante la expresión de un sentimiento no correspondido por la destinataria. A su lado, la devastación de una fisión nuclear llegará a parecernos un asunto de kindergarten. Es un uppercut al mentón, un piano que nos cae encima desde un décimo piso, una fractura de tibia empezando a bajar el Annapurna, un absceso que revienta en el alma difundiendo la sepsis por todos sus rincones...
Los sucedáneos eufemísticos, del tipo "te veo como amigo" o "te mereces otra cosa", a pesar de su glaseado compasivo y bienintencionado, no son menos deletéreos y punzantes, y en ningún caso pueden ser retirados del campo de lo explícito, pues la leve capa de azúcar que los envuelve no puede ocultar el sabor primigenio y esencial de deposición diarreica amarillenta y grumosa.
A lo que me quiero referir en este hilo es a otro tipo de rechazos, a veces tan sutiles como el hilo de una telaraña, tan incorpóreos que hace falta un sexto sentido arácnido para detectarlos, tal tenues y velados que probablemente su emisora los lanza desde el inconsciente más profundo. Y es importante aprehenderlos para evitar ridículos, falsas esperanzas y gasto inútil de recursos. Pongo algún ejemplo.
Hace bastante tiempo me gustaba una mujer, guapa, aparentemente empática y con la que tenía una relación bastante cordial. Llegué a pensar en meter ficha, pero ciertas disarmonías en apariencia anecdóticas me disuadieron de ello.
Lo que se me hizo evidente en primer lugar fue lo siguiente: si me la cruzaba por la calle cuando iba solo, saludaba normalmente. Cuando me acompañaba un amigo (casado y en el que ella no tenía un interés de ningún tipo), su saludo, mirada y lenguaje corporal iban siempre dirigidos a mi acompañante, nunca a mí. Si le daba conversación cuando coincidíamos los dos solos, me dedicaba unos minutos de charla intrascendente, si había más gente, al hacerle cualquier pregunta en escasos segundos desviaba su mirada, como si estuviese contestando al hombre invisible o cualquier otro presente que no la había interrogado para nada. En alguna ocasión en que tirando de ingenio y agudeza conseguí hacerle lanzar una carcajada, la abortó al instante, desviando la mirada como un blanco de Alabama que se percata de que acaba de saludar cordialmente a un negro de los arrabales sin darse cuenta. Si ella sacaba un tema de conversación, tenía una peculiar manera de hacerme sentir como un convidado de piedra
Por supuesto que jamás intenté nada con ella y que mi orgullo me llevó a distanciarme todo lo posible, obviando su presencia como si fuese un mueble. Me llamaron la atención tres cosas: 1-No me pareció una actitud yolovalguista por su parte. Es más, creo que ella no se daba cuenta conscientemente de su actitud, sino que me consideraba un atrezzo sin la menor intención de ofenderme o minusvalorame, como alguien que pasa por delante de un mendigo sin verlo ni parar mientes un segundo en su existencia. De hecho, creo que se sorprendió sinceramente cuando se dio cuenta de que evitaba su presencia y de que dejé de darle conversación. 2-La ventaja de esta historia es que mi ego quedó a salvo de cara a la galería, pues de facto no llegó a haber ninguna proposición rechazada. 3-El punto 2 no impidió que ese rechazo implícito fuesese tanto o más doloroso que cualquier desprecio formalmente expresado.
Si quieren ustedes abundar en el tema tamizando por la reflexión el abundante caudal de experiencia que les supongo, sean bienvenidos a esta su casa.