Alex de Large
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Hola, hola, hola, zampabollos y demás morralla asquerosa osa osa.
Tal vez algunos me recordéis por mis fantásticos hilos (TODOS, BORRADOS) o tal vez vuesa subnormalidad impida ello. No importa.
El caso es que, durante todos estos años de estancia en el sanatorio mental, le he estado dando mucho mucho a la quijotera y ahora vuelvo fuerte y con muchas y divinas renovadas ideaciones. Jijiji. Pero hoy sólo os voy a desvelar una de ellas: EL TUPPERWARE REDENTOR.
Durante MESES he estado recolectando con esmero mi propio néctar :115 y guardándolo cuidadosamente en un tupperware (bueno, en realidad se trata de una tarrina de 5 kgs de helado de vainilla, del LIDL, vacía, que viene a ser lo mismo). La rutina ha sido la siguiente: día tras día, sistemática y concienzudamente, he sacado la fiambrera de la nevera (donde hay que colocarla para evitar que las propiedades apestosas del caldo se pierdan), me he cascado una buena manuela, me he vaciado dentro del portaviandas y, hala, a volver a poner todo el engrudo infernal al fresco. ¿Qué os parece?
Pues bien, una vez que ya he acumulado el suficiente y viscoso material, ha llegado la parte más divertida y por la que he estado trabajando durante meses; ha llegado el momento de verter toda la inmundicia en la puerta de mi vecina :D. De verdad que ha sido un momento mágico, sublime, celestial e intransferible. Esta misma mañana, mientras esperaba a que se descongelara todo el tema, he puesto en mi tocata la Novena Sinfonía del Divino Divino Ludwig (la ocasión lo merecía) y he podido sentir cómo todas las leyes de la física, todo el Universo, estaban de mi parte. "Ahora, ¿qué?... Pedazo de puta devochka", me decía para mis adentros; a la par que ponía los ojos en blanco y dibujaba una sonrisilla de subnormal en mi rostro. "Ahora, ¿qué?"... Pues "ahora" tocaba remover un poco la crema y ponerla a punto de nieve, salir al rellano de la escalera y volcarle toda la quesada en la puta puerta. Ahí.
La jugada me ha salido redonda. No sólo no sospecha nadie de mí, sino que al poco ha llegado de visita el padre de la susodicha, ha resbalado con el ungüento y se ha pegado un costalazo de cojones. Dicen que en el hospital le han preguntado al pobre viejo si venía de un bukake de Turbo.
Y esto es todo por hoy y por mi parte, hermanos drugos. Ahora contad, contad vuesas cavilaciones y travesuras de igual guisa; que a buen seguro que vuesas mercedes también han ideado y llevado a la práctica más de una de estas encantadoras aberraciones. Contad aquello de cuando le poníais pelillos púbicos a vuestra hermana en el bocadillo o cuando os frotábais la entrepierna con la barra de pan que le acababa de dejar colgada en el pomo de la puerta el panadero a vuestra vecinita ausente. Redimámonos juntos.