Mazinger Zeja
Novato de mierda
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- 9 Nov 2007
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Salí a la calle, como todos los días, dispuesto a ir a mi puesto de cobrador del torero. Hoy tenía un día duro, había que cobrarle una deuda a un hombre que debía veinte garbanzos del bingo de fin de año. Estaba agobiado por las deudas el pobre individuo: debía una bolsa de capirotes en el Dia%, dos cromos de Spiderman 3 (el 17 y el 43), deuda que iba arrastrando desde el estreno de la película y la posterior edición del álbum Panini. Pero lo más grave de todo eran esos garbanzos malditos.
A mi me daba pena, pero como soy un cobrador muy profesional, tenía que ser implacable con esa clase de gente.
Llamé al timbre del portal de su casa y la voz suave de una mujer con acento de Jaén me invitó a subir.
Subí las pútridas escaleras hasta el 5º B y la puerta del rellano estaba entreabierta. No me atreví a pasar por lo que dí dos golpecitos con mis nudillos. Una rubia decaída y decrépita con aliento de ginebra me abrió la puerta con una pistola en la mano. Me apuntaba directamente al paquete que me apretaba el ceñido traje de torero, cosa que me desconcertó mucho.
- Hola, venía a cobrar los garbanzos. Me envía la señora Olvido - dije con voz tímida.
- Pasa, anda - me contestó la del aliento a Tanqueray - está tirado en la cama.
Me acerqué lentamente hacia una habitación que había al fondo del pasillo. La casa era un auténtico estercolero digno de un enfermo con el síndrome de Diógenes. Cuando entré en la habitación vi su cuerpo ensangrentado. Levanté las sábanas y observé que tenía los sesos esparcidos por la almohada, las fosas nasales tapadas con garbanzos y en su boca entreabierta asomaba una ristra de vientre de ternera a medio masticar.
Me dí la vuelta y la ví ahí, con un picardías transparente que dejaba al descubierto todo el mato-grosso entre sus transparencias. Los pezones apretados marcaban mis ojos y hacían daño. Se quitó poco a poco el camisón y me tocó el abultado paquete con sus manos. Hedía a ginebra la muy cochina, pero me puso muy palote esa mezcla de etilismo con esos gordos labios acostumbrados a chupar toda clase de genitales.
Me tumbó de un empujón en la cama y se puso encima de mi, restregándose como una gata en celo. Poco a poco fue quitándome el ceñido pantalón y sus suaves manos agarraron mi miembro relleno de sangre a punto de explotar. Con un leve masaje me acarició de arriba a abajo. Jugaba con sus largas uñas, toqueteando lentamente la base del capullo y haciendo movimientos en círculo en torno a su base.
Poco a poco fue acercando su boca al miembro y su húmeda lengua hacía zig-zag por todo el glande de un lado a otro. Estaba a punto de explotar. En mi vida sentí un placer tan intenso, placer que se iba acentuando hasta límites casi inaguantables. Levantó su cara y abrazó con sus orondos y grandes pechos todo el miembro viril. Sabía muy bien lo que hacía, la muy viciosa. Sentía en mi pierna su húmedo coño que nunca dejó de mover.
No aguantaba más, descargué con todas mis fuerzas todo el chorro que guardaba de bastantes días de insumisión onanista. Salpiqué toda su cara, sus pechos, su barriga, incluso dejé evidencias de semen encima del cadáver que yacía a nuestro lado.
Cobrar, no cobré los garbanzos pero valió la pena.
Se despidió de mi y me dijo suavemente al oído:
- Cuando quieras ven a cobrar la deuda, no te la piensa pagar nunca
A mi me daba pena, pero como soy un cobrador muy profesional, tenía que ser implacable con esa clase de gente.
Llamé al timbre del portal de su casa y la voz suave de una mujer con acento de Jaén me invitó a subir.
Subí las pútridas escaleras hasta el 5º B y la puerta del rellano estaba entreabierta. No me atreví a pasar por lo que dí dos golpecitos con mis nudillos. Una rubia decaída y decrépita con aliento de ginebra me abrió la puerta con una pistola en la mano. Me apuntaba directamente al paquete que me apretaba el ceñido traje de torero, cosa que me desconcertó mucho.
- Hola, venía a cobrar los garbanzos. Me envía la señora Olvido - dije con voz tímida.
- Pasa, anda - me contestó la del aliento a Tanqueray - está tirado en la cama.
Me acerqué lentamente hacia una habitación que había al fondo del pasillo. La casa era un auténtico estercolero digno de un enfermo con el síndrome de Diógenes. Cuando entré en la habitación vi su cuerpo ensangrentado. Levanté las sábanas y observé que tenía los sesos esparcidos por la almohada, las fosas nasales tapadas con garbanzos y en su boca entreabierta asomaba una ristra de vientre de ternera a medio masticar.
Me dí la vuelta y la ví ahí, con un picardías transparente que dejaba al descubierto todo el mato-grosso entre sus transparencias. Los pezones apretados marcaban mis ojos y hacían daño. Se quitó poco a poco el camisón y me tocó el abultado paquete con sus manos. Hedía a ginebra la muy cochina, pero me puso muy palote esa mezcla de etilismo con esos gordos labios acostumbrados a chupar toda clase de genitales.
Me tumbó de un empujón en la cama y se puso encima de mi, restregándose como una gata en celo. Poco a poco fue quitándome el ceñido pantalón y sus suaves manos agarraron mi miembro relleno de sangre a punto de explotar. Con un leve masaje me acarició de arriba a abajo. Jugaba con sus largas uñas, toqueteando lentamente la base del capullo y haciendo movimientos en círculo en torno a su base.
Poco a poco fue acercando su boca al miembro y su húmeda lengua hacía zig-zag por todo el glande de un lado a otro. Estaba a punto de explotar. En mi vida sentí un placer tan intenso, placer que se iba acentuando hasta límites casi inaguantables. Levantó su cara y abrazó con sus orondos y grandes pechos todo el miembro viril. Sabía muy bien lo que hacía, la muy viciosa. Sentía en mi pierna su húmedo coño que nunca dejó de mover.
No aguantaba más, descargué con todas mis fuerzas todo el chorro que guardaba de bastantes días de insumisión onanista. Salpiqué toda su cara, sus pechos, su barriga, incluso dejé evidencias de semen encima del cadáver que yacía a nuestro lado.
Cobrar, no cobré los garbanzos pero valió la pena.
Se despidió de mi y me dijo suavemente al oído:
- Cuando quieras ven a cobrar la deuda, no te la piensa pagar nunca