Geuvadam
Aborto de Forero
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- 2 May 2013
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Buenas tardes
Ahí os dejo un relato, a ver que os parece. Decir que alguien, borracho, sin criterio o simplemente loco perdido :53 , decidió que este escrito valía algo. Lo suficiente como para hacerme ganar en su momento un certamen, en el que me premiaron con un portátil, horriblemente horrible, pero que viene a ser mi ultima ventana al mundo y con el que sigo escribiendo.
Os dejo con el...
Una venda en los ojos
“Ningún gran artista ve las cosas como son en
realidad; si lo hiciera, dejaría de ser artista.”
Oscar Wilde
En la habitación se respiraba quietud, se palpaba oscuridad. Apenas unos deshilachados rayos de luz penetraban a través de unos diminutos rotos de la persiana iluminando sutilmente la estancia. La luz procedía del propio cartel luminoso de aquel motel de carretera, a medio camino entre el aquí y el allá, entre ninguna parte y el olvido. La habitación, rancia y prosaica, decorada con intencionalidad espartana, cubría los aspectos más básicos y primitivos que cualquier persona pudiera precisar. Una cama, una mesita, una estantería, una lampara colgada del techo, una alfombra y un cuarto de baño. Todo el mobiliario lucía una amplia gama de colores deprimidos, resquebrajados como la hojarasca por el tiempo indolente. Lo único que aportaba vida a la estancia era ella, una pincelada de color furtiva en medio de aquel tango de claroscuros. Yacía en la cama, con su desnudez arropada por las sabanas. Y él, inmóvil en mitad de la estancia, se limitaba a verla como quien contempla un cuadro, buscando sus matices, su intencionalidad. A lo lejos, a través de la ventana, se alcanzaban a oír de vez en cuando el rugido de un camión rodando por la autopista, tan distante como un recuerdo e incluso tan irreal como este, el pulso vital de un mundo que seguía vivo allá fuera pese a la atmósfera inerte de aquella habitación. Sólo cuando acalló su respiración alcanzó a escuchar la de ella. Andó con cautela hacia la cama para observarla con mayor detenimiento y aguardó ante ella, encorvado y con el vello de punta igual que un felino, tratando de aplacar en vano su desbocado corazón, tan afectado por su visión. Con la infinita paciencia del cursor que parpadea expectante ante el escritor en demanda de más palabras de las que nutrirse, se mantuvo muy quieto. Tratando de inmolarse en la atmósfera de aquella habitación, de no estar allí pero sin embargo poder continuar observándola. Necesitaba calmarse antes de poder usar la cámara fotográfica que colgaba de su cuello. Su visión, contemplada furtivamente, sin que ella se percatase de nada a través de las bambalinas de su plácido sueño era vibrante. Despertaba en él pasiones incapaces de asir, de calmar. Como describirla...de piel clara en donde perder y desorientar a las caricias. El rostro un templo donde implorar sonrisas, los labios un altar donde sacrificar besos. Su cabello rojo, incendiando la almohada, propagándose vigorosamente por su espalda, cubriendo parcialmente un tatuaje florido en su hombro. Pese a todo, ella era eso y mucho mas. Si lo innombrable era perfecto a falta de capacidad humana y lingüística a lo largo de milenios para conformar una palabra que encerrase todo lo que ella abarcaba, su belleza era innombrable. Su belleza era perfecta. Y él quería que su sueño fuese eterno, y despilfarrar los años de vida que le quedasen yaciendo ante ella. Se atrevió a blandir la cámara, ajustó el obturador y realizó los cambios necesarios para retratarla. Se llevó la cámara al rostro y encuadró la que seria su primera foto, una en donde capturarla por completo, de pies a cabeza. Cuando apretó el disparador el flash iluminó la estancia por espacio de un suspiro. Realizó dos instantáneas más y sendos relámpagos de luz volvieron a tronar en la habitación. Gracias al momentáneo fulgor pudo captar cosas antes no vistas. Cerca de la cama, en el suelo, estaba su ropa. Por como se veía denotaba que alguien, y no ella, se la había arrancado con pasión y desenfreno. Los zapatos y la lencería servían de migajas indicando el camino a la cama, aquella isla en mitad de las sombras cuyo epicentro era ella y su desnudez. La cual seguramente había alimentado la famélica pasión del amante ya huido. Había una botella de vino y dos copas en la mesita, dada la disposición de la escena, con la ropa por el suelo contando lo sucedido, seguramente el vino fue epílogo más bien y no el prólogo dado la imperiosa lujuria, la forma de rubricar aquella pasión. Una copa manchada por el vino y otra por su carmín. Tras la botella había una manoseada biblia, con su marcapáginas de tela rojo emparedado seguramente entre versículos de redención. Debía de ser el uso que pensó el precursor de la idea de colocar una en cada habitación de hotel, el de brindar un poco de consuelo, de letras que todo lo perdonan. Él siempre pensó que en las habitaciones de todos los hoteles debía de haber una Odisea de Homero en lugar de semejante mamotreto soporífero, siendo por deferencia más acorde la prosa del griego ciego que el conjunto de historias escritas por los pésimos cronistas que eran los evangelistas. Al fin y al cabo, que son los hoteles sino islas en las que naufragar en mitad de la travesía hacia cualquier lugar o hacia el hogar dejado atrás, allende del recuerdo y el espacio. Lugares donde reposar o amar a escondidas...Volvió a desplazarse en paralelo a ella, con mucha cautela para no despertarla. Tenia que fotografiar su rostro...levantó la cámara y observó que algo no le cuadraba. Algo estropeaba la instantánea. Un caprichoso bucle de su cabello se había deslizado hasta pender sobre su cara, ocultando en parte su belleza. Rompía la simetría que deseaba obtener en dicha foto; debía de apartárselo. La necesidad de tocarla lidió con la inquietud de que quizá el más mínimo roce la despertase, pero lo consideraba necesario. Con una lentitud exagerada, que hacia del movimiento de su mano hacia ella algo casi imperceptible para la vista, extendió un dedo tembloroso hacia el mechón. La sensación, como todas aquellas que evocaba aquella mujer, fue de nuevo indescriptible, casi primigenia a la hora de ser experimentada. Un latigazo de corriente recorrió todo su cuerpo al leve contacto con aquel bucle rizado. Tenia tanto de enigmático como ha de tener esa primera vez que al tocar a alguien nos invade una corriente eléctrica, un fuerte chispazo, y nos preguntamos ¿que ha sucedido? ¿lo has sentido tu también? Luego, al poco, viene alguien con la explicación científica sentada en el hombro para mutilar la magia de lo vivido y experimentado. Ese instante de conexión que nos arranca de lleno de nuestra individualidad y hace que el contacto físico y humano conjure a la, por otra parte, y pese a quien pese, tan mágica electricidad. Se quedó de piedra, sin apartar sus ojos de los de ella, creyendo que se despertaría...pero no, su respiración seguía siendo profunda y no se movió ni un ápice de la misma posición en la que se encontraba. Una vez colocado aquel rebelde mechón entre su melena la foto ya si era viable. Volvió a reajustar la cámara a los parámetros necesarios y disparó de nuevo. Una, dos, tres veces. La luz del flash cayó sobre ella de forma heterea, como una ligera llovizna casi imperceptible, volviéndole a mostrar cosas. Dos leves surcos horadaban la fina pátina de maquillaje que llevaba, dos lágrimas habían recorrido aquellas mejillas antes de sobrevenir el sueño ¿Quizá fruto de ver como su amante se marchaba, impedido por fuerzas de orden superior a las suyas y a las de ella por quedarse allí? ¿Se había dormido mecida por el incomodo llanto y sus estertores de pena al verse sola en aquel agujero en mitad de la nada sin él? ¿Que haría, pues, llorar a una mujer como ella que podía abarcar con la mirada cuanto quisiera y someter con su palabra a cualquiera a su antojo? Su mano derecha, extendida sobre la almohada, mostraba una alianza. Y en ella eran audibles los ecos de los gritos de jubilo y entrega de algún loco enamorado al mundo haciendo saber a todos que amaba a aquella mujer. En ella brillaban esperanzas, futuros en paralelo y un amor entregado a la causa de hacerla feliz como único objetivo de una vida. Experimentó una envidia abstracta por no poder dirigirla hacia ese hombre que desconocía y en el que quería transmutarse. El mundo se le antojaba un lugar finito de personas ya emparejadas, ya ocupadas en la tarea de amarse mutuamente y en ignorarlo a él, castigado a sufrir el ostracismo de no optar a su mitad... Del exterior le llegó el ruido de un motor, de un coche que se acerca y detiene. Una puerta que se abre y unas nítidas pisadas sobre la gravilla hasta la entrada del motel. Otro naufrago, otro amante que se dispone a esperar o al que ya están esperando, pensó. Oye sonar la campanilla de recepción y al momento unas voces amortiguadas que conversan, un instante de silencio en el que seguramente el dinero se ofrece como trueque a cambio de las llaves de una habitación, y de nuevo unos pasos. Vigorosos, desconsiderados, de quien ignora que a estas horas de la madrugada sólo se debería de andar de puntillas. El silencio de la habitación donde se encuentra el con la hermosa desconocida amplifican el ruido de aquel caminar, que parece demoledor en su discurrir hacia... ¿esta misma habitación? Se han parado tras la puerta, oscureciendo la leve luz del pasillo que se filtra bajo el umbral. Quizá sea el amante, piensa, que vuelve. Quizá tan solo este viajero se haya equivocado de habitación, quizá... sus conjeturas son interrumpidas cuando la llave penetra en la cerradura y hace girar el picaporte. Sin consideración alguna por aquella mujer que duerme, plagando el lugar de ruido y alboroto. Los bisagras chirrían y aquella puerta que los mantenía a ambos al amparo del mundo se abre de par en par, dejando que la luz del pasillo engulla todas las sombras de la estancia. Bajo el marco espera un hombre, tan sorprendido como el fotógrafo por encontrarlo allá. De aspecto desaliñado, con barba y sin peinar, como si lo hubieran despertado con el imperativo de ir corriendo hasta allí en mitad de la noche. Cuando da un paso y se interna en la habitación, su voz suena implacable, grave, haciendo estallar aquel silencio ya herido de muerte en mil pedazos.
-Vaya, que sorpresa, no contaba con encontrarlo ya aquí. Buenas noches, soy el agente Mendoza, ¿sabemos algo ya de la víctima, o el móvil del asesinato? ¿Ha terminado usted con las fotos del escenario del crimen?
Ignoraba si es solo el influjo de una palabra en concreto o el conjunto melodioso de todas ellas, como una melodía macabra entonada solo para hacerlo enloquecer.
Víctima...crimen...asesinato...escenario...víctima...crimen...asesinato...escenario...
Cuando eran verbalizadas la realidad le daba alcance, cuando las escuchaba su mentira se diluía ante él. Como si vertieran violentamente un cubo de disolvente sobre lo que alcanzaba a ver. Dichas palabras hacían que aquella venda sobre sus ojos, que surgió un día sin más, como una forma natural de su mente para salvaguardarlo de las imágenes que a diario lo iban destruyendo, se desaflojase y cayera al suelo. Enseñándole la realidad de la que trataba de protegerlo. En mitad de un parpadeo su mentira era pisoteada por la más hiriente de las verdades. Su trabajo lo obligaba a retratar a la muerte en sus infinitas formas, plagando sus noches de insomnio de un carrusel de instantáneas de cadáveres, que lo observaban desde su recuerdo con esas miradas perdidas en el infinito. Con ese brillo mortecino de lo que ha albergado vida hasta hace un momento. Aquello acabó por quebrarlo, y su mente se resolvió a enmascarar la verdad como forma de sobrevivir, a ocultarla tras la tela del engaño firmemente amarrada y cegando sus ojos. Pero en veces como aquella, la realidad era conjurada por una serie de palabras y era acorralado en mitad de su orquestada farsa. Comprobó horrorizado como a través de la moqueta brotaban unos pequeños carteles amarillos enumerando posibles pruebas. Como las paredes comenzaban a irrigar sangre de sus tabiques, mostrando las salpicaduras antes no visibles para él. Percibió como un miasma enfermizo levantó el vuelo en aquella habitación, como un hedor se expandió por la estancia haciendo que toda ella oliese al cobre de la sangre derramada y a la cordita y la pólvora de los disparos allí efectuados. Intuyendo aquello que no quería ver, se obligó a mirarla a ella. La hermosa mujer presentaba cinco disparos en su pecho desnudo, cinco cráteres por donde se le había escapado la vida, y su rostro estaba perlado de salpicaduras carmesí. Toda la cama estaba empapada con su sangre, que goteaba por las sabanas hasta la alfombra. Se miró el dedo con la que le había apartado el cabello y le sobrevinieron arcadas al ver allí una pequeña gota de sangre ya casi seca. La realidad continuó expandiéndose ante él, mostrándose poco a poco, como la luna crepuscular tras una nube que la ha eclipsado momentáneamente, y la mujer abrió sus ojos y ambos se miraron por primera y última vez. La muerte la había besado con sus ojos abiertos, y así se había quedado cuando exhaló su ultimo hálito de vida. Mirando a la eternidad. De todas las mentiras de aquel teatro de engaños su belleza era lo único real. Apartó su mirada de ella, incapaz de seguir manteniéndosela. Dos lágrimas abrasaron sus mejillas y ahogó un grito en su garganta que solo resonó en su interior. De nuevo con un pie ya en el abismo, herido por la realidad, su mente volvió a salvarlo. La mentira volvió a cobijarlo bajo su ala y la venda sobre sus ojos volvió a apretar fuertemente su nudo. Sacudiendo fuertemente la cabeza, negando la realidad que se le acababa de mostrar, volvió a aquella habitación de hacia un instante. Donde todo era quietud, donde solo olía a vino y al perfume de ella, donde un hombre y una mujer se había amado a escondidas del mundo, donde ella dormía y él velaba por su sueño. Levantó la mirada, con las lágrimas aun rodando tibias por su piel por aquello que había visto y ya se había obligado olvidar, y reparó en la repentina presencia de aquel extraño bajo el umbral y su escandalosa puesta en escena.
-Ssssssssh... -le ordenó, llevándose un dedo a los labios.
Gracias por leerme.
Un saludo.
Ahí os dejo un relato, a ver que os parece. Decir que alguien, borracho, sin criterio o simplemente loco perdido :53 , decidió que este escrito valía algo. Lo suficiente como para hacerme ganar en su momento un certamen, en el que me premiaron con un portátil, horriblemente horrible, pero que viene a ser mi ultima ventana al mundo y con el que sigo escribiendo.
Os dejo con el...
Una venda en los ojos
“Ningún gran artista ve las cosas como son en
realidad; si lo hiciera, dejaría de ser artista.”
Oscar Wilde
En la habitación se respiraba quietud, se palpaba oscuridad. Apenas unos deshilachados rayos de luz penetraban a través de unos diminutos rotos de la persiana iluminando sutilmente la estancia. La luz procedía del propio cartel luminoso de aquel motel de carretera, a medio camino entre el aquí y el allá, entre ninguna parte y el olvido. La habitación, rancia y prosaica, decorada con intencionalidad espartana, cubría los aspectos más básicos y primitivos que cualquier persona pudiera precisar. Una cama, una mesita, una estantería, una lampara colgada del techo, una alfombra y un cuarto de baño. Todo el mobiliario lucía una amplia gama de colores deprimidos, resquebrajados como la hojarasca por el tiempo indolente. Lo único que aportaba vida a la estancia era ella, una pincelada de color furtiva en medio de aquel tango de claroscuros. Yacía en la cama, con su desnudez arropada por las sabanas. Y él, inmóvil en mitad de la estancia, se limitaba a verla como quien contempla un cuadro, buscando sus matices, su intencionalidad. A lo lejos, a través de la ventana, se alcanzaban a oír de vez en cuando el rugido de un camión rodando por la autopista, tan distante como un recuerdo e incluso tan irreal como este, el pulso vital de un mundo que seguía vivo allá fuera pese a la atmósfera inerte de aquella habitación. Sólo cuando acalló su respiración alcanzó a escuchar la de ella. Andó con cautela hacia la cama para observarla con mayor detenimiento y aguardó ante ella, encorvado y con el vello de punta igual que un felino, tratando de aplacar en vano su desbocado corazón, tan afectado por su visión. Con la infinita paciencia del cursor que parpadea expectante ante el escritor en demanda de más palabras de las que nutrirse, se mantuvo muy quieto. Tratando de inmolarse en la atmósfera de aquella habitación, de no estar allí pero sin embargo poder continuar observándola. Necesitaba calmarse antes de poder usar la cámara fotográfica que colgaba de su cuello. Su visión, contemplada furtivamente, sin que ella se percatase de nada a través de las bambalinas de su plácido sueño era vibrante. Despertaba en él pasiones incapaces de asir, de calmar. Como describirla...de piel clara en donde perder y desorientar a las caricias. El rostro un templo donde implorar sonrisas, los labios un altar donde sacrificar besos. Su cabello rojo, incendiando la almohada, propagándose vigorosamente por su espalda, cubriendo parcialmente un tatuaje florido en su hombro. Pese a todo, ella era eso y mucho mas. Si lo innombrable era perfecto a falta de capacidad humana y lingüística a lo largo de milenios para conformar una palabra que encerrase todo lo que ella abarcaba, su belleza era innombrable. Su belleza era perfecta. Y él quería que su sueño fuese eterno, y despilfarrar los años de vida que le quedasen yaciendo ante ella. Se atrevió a blandir la cámara, ajustó el obturador y realizó los cambios necesarios para retratarla. Se llevó la cámara al rostro y encuadró la que seria su primera foto, una en donde capturarla por completo, de pies a cabeza. Cuando apretó el disparador el flash iluminó la estancia por espacio de un suspiro. Realizó dos instantáneas más y sendos relámpagos de luz volvieron a tronar en la habitación. Gracias al momentáneo fulgor pudo captar cosas antes no vistas. Cerca de la cama, en el suelo, estaba su ropa. Por como se veía denotaba que alguien, y no ella, se la había arrancado con pasión y desenfreno. Los zapatos y la lencería servían de migajas indicando el camino a la cama, aquella isla en mitad de las sombras cuyo epicentro era ella y su desnudez. La cual seguramente había alimentado la famélica pasión del amante ya huido. Había una botella de vino y dos copas en la mesita, dada la disposición de la escena, con la ropa por el suelo contando lo sucedido, seguramente el vino fue epílogo más bien y no el prólogo dado la imperiosa lujuria, la forma de rubricar aquella pasión. Una copa manchada por el vino y otra por su carmín. Tras la botella había una manoseada biblia, con su marcapáginas de tela rojo emparedado seguramente entre versículos de redención. Debía de ser el uso que pensó el precursor de la idea de colocar una en cada habitación de hotel, el de brindar un poco de consuelo, de letras que todo lo perdonan. Él siempre pensó que en las habitaciones de todos los hoteles debía de haber una Odisea de Homero en lugar de semejante mamotreto soporífero, siendo por deferencia más acorde la prosa del griego ciego que el conjunto de historias escritas por los pésimos cronistas que eran los evangelistas. Al fin y al cabo, que son los hoteles sino islas en las que naufragar en mitad de la travesía hacia cualquier lugar o hacia el hogar dejado atrás, allende del recuerdo y el espacio. Lugares donde reposar o amar a escondidas...Volvió a desplazarse en paralelo a ella, con mucha cautela para no despertarla. Tenia que fotografiar su rostro...levantó la cámara y observó que algo no le cuadraba. Algo estropeaba la instantánea. Un caprichoso bucle de su cabello se había deslizado hasta pender sobre su cara, ocultando en parte su belleza. Rompía la simetría que deseaba obtener en dicha foto; debía de apartárselo. La necesidad de tocarla lidió con la inquietud de que quizá el más mínimo roce la despertase, pero lo consideraba necesario. Con una lentitud exagerada, que hacia del movimiento de su mano hacia ella algo casi imperceptible para la vista, extendió un dedo tembloroso hacia el mechón. La sensación, como todas aquellas que evocaba aquella mujer, fue de nuevo indescriptible, casi primigenia a la hora de ser experimentada. Un latigazo de corriente recorrió todo su cuerpo al leve contacto con aquel bucle rizado. Tenia tanto de enigmático como ha de tener esa primera vez que al tocar a alguien nos invade una corriente eléctrica, un fuerte chispazo, y nos preguntamos ¿que ha sucedido? ¿lo has sentido tu también? Luego, al poco, viene alguien con la explicación científica sentada en el hombro para mutilar la magia de lo vivido y experimentado. Ese instante de conexión que nos arranca de lleno de nuestra individualidad y hace que el contacto físico y humano conjure a la, por otra parte, y pese a quien pese, tan mágica electricidad. Se quedó de piedra, sin apartar sus ojos de los de ella, creyendo que se despertaría...pero no, su respiración seguía siendo profunda y no se movió ni un ápice de la misma posición en la que se encontraba. Una vez colocado aquel rebelde mechón entre su melena la foto ya si era viable. Volvió a reajustar la cámara a los parámetros necesarios y disparó de nuevo. Una, dos, tres veces. La luz del flash cayó sobre ella de forma heterea, como una ligera llovizna casi imperceptible, volviéndole a mostrar cosas. Dos leves surcos horadaban la fina pátina de maquillaje que llevaba, dos lágrimas habían recorrido aquellas mejillas antes de sobrevenir el sueño ¿Quizá fruto de ver como su amante se marchaba, impedido por fuerzas de orden superior a las suyas y a las de ella por quedarse allí? ¿Se había dormido mecida por el incomodo llanto y sus estertores de pena al verse sola en aquel agujero en mitad de la nada sin él? ¿Que haría, pues, llorar a una mujer como ella que podía abarcar con la mirada cuanto quisiera y someter con su palabra a cualquiera a su antojo? Su mano derecha, extendida sobre la almohada, mostraba una alianza. Y en ella eran audibles los ecos de los gritos de jubilo y entrega de algún loco enamorado al mundo haciendo saber a todos que amaba a aquella mujer. En ella brillaban esperanzas, futuros en paralelo y un amor entregado a la causa de hacerla feliz como único objetivo de una vida. Experimentó una envidia abstracta por no poder dirigirla hacia ese hombre que desconocía y en el que quería transmutarse. El mundo se le antojaba un lugar finito de personas ya emparejadas, ya ocupadas en la tarea de amarse mutuamente y en ignorarlo a él, castigado a sufrir el ostracismo de no optar a su mitad... Del exterior le llegó el ruido de un motor, de un coche que se acerca y detiene. Una puerta que se abre y unas nítidas pisadas sobre la gravilla hasta la entrada del motel. Otro naufrago, otro amante que se dispone a esperar o al que ya están esperando, pensó. Oye sonar la campanilla de recepción y al momento unas voces amortiguadas que conversan, un instante de silencio en el que seguramente el dinero se ofrece como trueque a cambio de las llaves de una habitación, y de nuevo unos pasos. Vigorosos, desconsiderados, de quien ignora que a estas horas de la madrugada sólo se debería de andar de puntillas. El silencio de la habitación donde se encuentra el con la hermosa desconocida amplifican el ruido de aquel caminar, que parece demoledor en su discurrir hacia... ¿esta misma habitación? Se han parado tras la puerta, oscureciendo la leve luz del pasillo que se filtra bajo el umbral. Quizá sea el amante, piensa, que vuelve. Quizá tan solo este viajero se haya equivocado de habitación, quizá... sus conjeturas son interrumpidas cuando la llave penetra en la cerradura y hace girar el picaporte. Sin consideración alguna por aquella mujer que duerme, plagando el lugar de ruido y alboroto. Los bisagras chirrían y aquella puerta que los mantenía a ambos al amparo del mundo se abre de par en par, dejando que la luz del pasillo engulla todas las sombras de la estancia. Bajo el marco espera un hombre, tan sorprendido como el fotógrafo por encontrarlo allá. De aspecto desaliñado, con barba y sin peinar, como si lo hubieran despertado con el imperativo de ir corriendo hasta allí en mitad de la noche. Cuando da un paso y se interna en la habitación, su voz suena implacable, grave, haciendo estallar aquel silencio ya herido de muerte en mil pedazos.
-Vaya, que sorpresa, no contaba con encontrarlo ya aquí. Buenas noches, soy el agente Mendoza, ¿sabemos algo ya de la víctima, o el móvil del asesinato? ¿Ha terminado usted con las fotos del escenario del crimen?
Ignoraba si es solo el influjo de una palabra en concreto o el conjunto melodioso de todas ellas, como una melodía macabra entonada solo para hacerlo enloquecer.
Víctima...crimen...asesinato...escenario...víctima...crimen...asesinato...escenario...
Cuando eran verbalizadas la realidad le daba alcance, cuando las escuchaba su mentira se diluía ante él. Como si vertieran violentamente un cubo de disolvente sobre lo que alcanzaba a ver. Dichas palabras hacían que aquella venda sobre sus ojos, que surgió un día sin más, como una forma natural de su mente para salvaguardarlo de las imágenes que a diario lo iban destruyendo, se desaflojase y cayera al suelo. Enseñándole la realidad de la que trataba de protegerlo. En mitad de un parpadeo su mentira era pisoteada por la más hiriente de las verdades. Su trabajo lo obligaba a retratar a la muerte en sus infinitas formas, plagando sus noches de insomnio de un carrusel de instantáneas de cadáveres, que lo observaban desde su recuerdo con esas miradas perdidas en el infinito. Con ese brillo mortecino de lo que ha albergado vida hasta hace un momento. Aquello acabó por quebrarlo, y su mente se resolvió a enmascarar la verdad como forma de sobrevivir, a ocultarla tras la tela del engaño firmemente amarrada y cegando sus ojos. Pero en veces como aquella, la realidad era conjurada por una serie de palabras y era acorralado en mitad de su orquestada farsa. Comprobó horrorizado como a través de la moqueta brotaban unos pequeños carteles amarillos enumerando posibles pruebas. Como las paredes comenzaban a irrigar sangre de sus tabiques, mostrando las salpicaduras antes no visibles para él. Percibió como un miasma enfermizo levantó el vuelo en aquella habitación, como un hedor se expandió por la estancia haciendo que toda ella oliese al cobre de la sangre derramada y a la cordita y la pólvora de los disparos allí efectuados. Intuyendo aquello que no quería ver, se obligó a mirarla a ella. La hermosa mujer presentaba cinco disparos en su pecho desnudo, cinco cráteres por donde se le había escapado la vida, y su rostro estaba perlado de salpicaduras carmesí. Toda la cama estaba empapada con su sangre, que goteaba por las sabanas hasta la alfombra. Se miró el dedo con la que le había apartado el cabello y le sobrevinieron arcadas al ver allí una pequeña gota de sangre ya casi seca. La realidad continuó expandiéndose ante él, mostrándose poco a poco, como la luna crepuscular tras una nube que la ha eclipsado momentáneamente, y la mujer abrió sus ojos y ambos se miraron por primera y última vez. La muerte la había besado con sus ojos abiertos, y así se había quedado cuando exhaló su ultimo hálito de vida. Mirando a la eternidad. De todas las mentiras de aquel teatro de engaños su belleza era lo único real. Apartó su mirada de ella, incapaz de seguir manteniéndosela. Dos lágrimas abrasaron sus mejillas y ahogó un grito en su garganta que solo resonó en su interior. De nuevo con un pie ya en el abismo, herido por la realidad, su mente volvió a salvarlo. La mentira volvió a cobijarlo bajo su ala y la venda sobre sus ojos volvió a apretar fuertemente su nudo. Sacudiendo fuertemente la cabeza, negando la realidad que se le acababa de mostrar, volvió a aquella habitación de hacia un instante. Donde todo era quietud, donde solo olía a vino y al perfume de ella, donde un hombre y una mujer se había amado a escondidas del mundo, donde ella dormía y él velaba por su sueño. Levantó la mirada, con las lágrimas aun rodando tibias por su piel por aquello que había visto y ya se había obligado olvidar, y reparó en la repentina presencia de aquel extraño bajo el umbral y su escandalosa puesta en escena.
-Ssssssssh... -le ordenó, llevándose un dedo a los labios.
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Gracias por leerme.
Un saludo.