Aquellas reglas sagradas
Era el momento del día que se me pasaba más rápido o más lento, todo dependía de las bazas que manejaran mis dedos.
-¿Cuántas quieres? -me preguntó Maite.
Miré a mis contrincantes, aplasté la lata de cerveza y levanté tres dedos.
Maite me pasó tres cartas, no sé por qué había apostado. Carlos pidió dos cartas y eso me hundió, suponía que tenía un trío. Tampoco importaba, sólo era para pasar el rato hasta que mi chica incordiase pulsando el timbre del portero electrónico.
Carlos se hacía pasar por lesbiana cuando chateaba en el canal tortilleras y tenía una escandalosa colección de vídeos de chicas toqueteándose. Su truco consistía en poner otros vídeos de viciosas que había descargado de Internet, ellas se confiaban y Carlos podía pedirles todas sus fantasías.
Carlos le pasaba los vídeos a Maite y Maite acorazaba su vagina con el consolador todas las noches.
-Si algún día intentan violarme, les chafaré la polla con mis trabajados músculos -decía siempre que la sorprendíamos pajeándose.
Cada uno se engañaba como podía, total, así es la vida. Mis compañeros de piso y yo nos aguantábamos sin mucho esfuerzo.
-Dame otras -le supliqué.
Carlos me pasó tres cartas que volaron por el tapete.
Me abrí otra lata, aún quedaban las bastantes como para tres manos más. Cuando me volví a sentar en la mesa, mi suerte había cambiado repentinamente. Las siguientes cinco cartas eran maravillosas.
Sonó el timbre del portal, pero nadie movió ni las pestañas. La partida se había puesto interesante, pero volvió a sonar insistentemente, tanto que Carlos, más nervioso que los demás, se levantó y abrió.
Apostábamos mirándonos despectivamente hasta que llamaron a la puerta estridentemente. Sólo a Carlos se le pudo ocurrir instalar el ulular de una ambulancia como timbre. Agarré mi trío y abrí. Allí, como no podía ser de otra manera, estaba Lola.
- Perdona por el retraso. ¿Estáis sordos? -me dijo.
Me llevé el dedo a los labios y le pedí silencio. Siempre le había dicho que las partidas de póquer eran sagradas y no se podían interrumpir bajo ningún concepto.
Lola entró al comedor y le rogué con un ademán que esperase a que finalizáramos.
Carlos apostó cinco euros mientras Lola se estiraba del corpiño y colocaba sus generosos pechos de tal manera que se podía apreciar, sin mucho esfuerzo, la rugosidad de sus pezones a punto de salirse del escote.
Maite igualó y Lola se subió la falda para que todos apreciáramos su delicada depilación.
Yo igualé también, antes de que pudieran leer el tatuaje de su pubis.
-¿No puedes respetar las sagradas?
-Cuándo dejes de jugar, ¿me harás caso? -me susurró Lola con un susurro.
Algunas cucarachas se paseaban por el cartón de pizza. Agarré el espray y rocié a la primera en los ojos. Pensaba que moriría al instante, pero siguió paseándose sobre los restos como si la hubiera avituallado. Cerré la caja y la arrojé por la ventana.
Cuando pasaba de un mes con una chica, ésta siempre se hacía ilusiones. ¿Por qué siempre la mayoría necesitaban profundizar en la relación?
-Oye, nos vamos, que he quedado con una amiga en la discoteca.
-Vale -le respondí-, pero nunca he probado un trío.
-No, idiota, si pasas la prueba, entonces tendrás el placer de conocer a mis padres.
No respondí, mi maldición se cumplía. Salimos de mi casa y nos montamos en el coche. Durante el recorrido, mis labios parecían sellados.
-No te pongas nervioso, sólo es una amiga. -rompió el silencio Lola y yo rompí la monotonía con un volantazo. Finalmente, llegamos a la discoteca.
En la barra nos esperaba su amiga, visiblemente bebida.
-Esta es Ana y este es mi novio, cuellopavo.
Ana tenía unos azules preciosos, pero se me olvidó su color en cuanto mi mirada recorría su cuerpo. Sus generosos pechos se cimbreaban cada vez que se apoyaba en la barra y sacaba brillo a la superficie. Además, era una jaca caliente, como me gustaban. Me aproximé para ayudarla y palpó con la suficiente habilidad, como para que no le sorprendiera Lola, mi voluminoso paquete.
-Ana, llevo a tu amiga a su casa. Tengo que pasar la prueba.
-Os acompaño -me dijo-, después nos podemos perder con el coche.
-No hace falta, después vengo a por ti, así estarás más cachonda.
-Qué no, imagínate que te quedas sin mí. Voy al lavabo y después nos vamos.
La ocasión era evidente y se presentó ipso facto. Ana se abalanzó sobre mí e intenté pararla sopesando sus pechos y para que no perdiéramos el equilibrio, nos atornillamos con un beso corto ya que nos sorprendió Lola.
Esperaba un espectáculo gratuito de violencia, pero sólo fue un grito salvaje: -¡Cabronazo de mierda!
-Venga, no seas egoísta. Deja que otras disfruten de mí.
-Eres un cerdo, aprovecharte de mi amiga borracha.
-Bueno, ella también se ha aprovechado de que te hayas ido al lavabo.
Lola no dijo nada totalmente encolerizada.
-Bueno, nos vamos, la dejaré en casa.
-Os acompaño, no me apetece tomar un taxi.
La situación era dantesca. Lola en el asiento de atrás, yo conduciendo y Ana con una cogorza increíble palpando mi "palanca de cambio". Pero esto no podía detener mis planes y nos perdimos por una cuneta.
Ana y yo comenzamos a besarnos. Lola nos miraba indignada, pero tampoco dijo nada cuando le pasé la blusa de Ana. Tampoco me preocupaba, sólo quería calibrar el peso de los pechos de Lola y en cuanto le pasé el sujetador a Ana pasó a maquinar alguna cosa.
En cuanto comenzó a hacerme una cubana, Lola se subía la falda dejándome leer sobre su conejo rasurado, mi clítoris te pertenece. Disfrutaba como nunca con la situación y más cuando comenzó a masturbarse.
-Estoy hasta los ovarios -dijo Lola cuando le pasé mis pantalones y se bajó del coche.
Aproveché la ocasión y puse en marcha el coche. Recé para que la policía no me hiciera parar y perdiese mis últimos puntos del carnet.
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Una vez sólo en mi habitación pensé en si dejar a Lola a 30 kilómetros de la ciudad había sido una buena acción, pero enseguida me quedé dormido.
La semana pasó rápido aliviado por qué no tenía que conocer a ningún padre y mucho menos comprometer mi vida.
El viernes salí tarde del trabajo. Ana no podía salir conmigo aquella noche, había quedado con su chico. Ana empezaba a gustarme.
Cuando abrí la puerta de mi casa la escena me sorprendió. Maite y Carlos jugaban al strep poker con Lola.
No dije nada y menos cuando Lola se llevó los dedos a los labios. Tenía razón, no podía romper las sagradas reglas del póquer y esperé en la cocina entreteniéndome con un safari de cucarachas.
Cuando escuché jadeos entré. Allí estaba Maite jugando con la vagina de Lola, el pene de Carlos con el culo y el fantasma disfrutaba con la felación.
-Lola -la llamé y levantó la cabeza-sonríe por favor - le añadí mientras pulsaba el botón de grabación de la videocámara. Carlos tendría más videos para intercambiar en el chat.