Relatos: literatura erótica-festiva.

Inseminator

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Hilo para desarrollar vuestra imaginación e inventiva literaria. Para colgar relatos o cuentos cortos sobre ligues, amores, romances apasionados y otras actividades erótico-sentimentaloides. ¡Que no va a ser todo ñaka-ñaka solamente!. :lol:

Explícanos a todos como se liga, o no se liga, cuéntanos tu experiencia. Pero anímate y haznos una pequeña novela. No te olvides sobre todo de los detalles morbosos. :1

SalU2
 
ELLA. (1ª PARTE)

06-11-2008

Relato dedicado a Dime Koxitas.

Dicen que, cuando vas a morir, toda tu vida pasa en un instante por tu cabeza. Tal vez sea cierto. Pero hablando con algunas personas que han estado a punto de fallecer, me han contado algo ligeramente distinto. Me decían que, en el momento fatídico, vinieron a su mente escenas que habían sucedido unas horas antes. Momentos aparentemente sin importancia, pero emotivos, que suelen formar parte de las impresiones que deja alguien en tí. Ráfagas en nuestra memoria de breves detalles que, sin embargo, dejan huella.

Cuando conducía por la autopista a 140 km/h camino a casa, en medio de la noche, me preguntaba qué sería lo que vendría a mi mente si de repente algo se cruzara en mi camino y me llegara la hora final. No había ninguna duda: ella. Ella y su flequillo cayendo sobre su ojo derecho, mientras mi mano apartaba su pelo. Ella con una lágrima en los ojos y diciéndome exigente "creo que hay algo que tienes que decirme". Ella rompiendo mi cinturón con intención de bajarme los pantalones, demostrando lo chica mala que puede ser. Ella abrazada a mi despidiéndose hasta quién sabe cuándo.

He de haceros una advertencia. Quizás, cuando lleguéis al final de mi relato, os sintáis decepcionados. Os gustaría leer una historia en donde hay una cita, una comida romántica, un final apasionado entre las sábanas y una despedida lacrimógena. ¡Qué típico!. Pues va a ser que no. No fue la cita perfecta. Pensaréis que he desperdiciado una buena oportunidad de tener sexo y la he convertido en una cita tardía, una comida interminable, una obstinación inaudita por mi parte en resistirme a sus encantos, un enfado... y una vieja en silla de ruedas que debe estar acordándose de nuestros muertos.

Sin embargo, yo no pienso así. Lo que surgió durante esta cita es mucho más sutil. Para darse cuenta hay que saber leer entre líneas, entre los detalles. Y la cuestión de fondo es que, en la vida, lo que es de verdad importante no se consigue como si fuera una carrera de 100 metros lisos... sino como una carrera de fondo. Para correr los maratones que la vida te ofrece hay que saber llevar el ritmo y no intentar ganarlo todo en los primeros metros. La amistad, el amor, un hijo, la vida misma... todo lo que merece la pena lleva su tiempo y cada cosa tiene su propio ritmo. En vez de dejarse llevar por la prisa que lo invade todo como un cáncer, ¿por qué no disfrutar de cada etapa, alimentar los sentimientos, cimentar la confianza, hacer crecer el cariño?. Así, cuando lleguen las etapas más gozosas, será algo lleno de placer y ternura... quedará para siempre como un recuerdo imborrable.

Todo comenzó unos días antes, cuando nos citamos. Hubo algunas dudas, sobre todo por mi parte, pero al final ella insistió en que tenía que ser en esa fecha. Y ahí estaba yo, saliendo del aparcamiento subterraneo. Era un poco más tarde de las 12:30 y no daba señales de vida. "Deje un mensaje al oir la señal". ¡Qué raro!. Sale su buzón de voz y ya debería estar aquí. Decidí hacer tiempo y estuve paseando por largas avenidas, observando a la gente en su ir y venir, apresurados. Cuando me cansé de pasear, miré el reloj y no me gustó nada lo que vi. El tiempo pasaba y seguía sin saber nada de ella. Volví sobre mis pasos y, antes de bajar al aparcamiento, decidí dar una última oportunidad a nuestra cita. La volví a llamar, pero de nuevo contestaba el maldito buzón de voz. Le dejé un mensaje. "Cielo, es la una y no apareces ni contestas al teléfono. No entiendo lo que te ha pasado. Si es que no quieres verme, al menos haberlo dicho. Me marcho". Colgué con una amarga sensación.

Monté en el coche, encendí el motor y las luces... y ya estaba a punto de ponerme en marcha cuando sonó el teléfono. Era ella. Me parecía imposible, allí abajo, sin casi cobertura y en el preciso instante en que ya me marchaba. Justo a tiempo. Su voz estaba entrecortada, no se entendía y, apenas iniciada la conversación, se cortó la llamada. Así que salí al exterior y aparqué en una calle próxima. Al fin pudimos hablar por teléfono y no pasaron muchos minutos hasta que se abrió la puerta del coche. Era ella. ¡Por fin!.

Me puse en sus manos y dejé que decidiera por mi. Me propuso ir a una zona de la ciudad donde hay un centro comercial con un restaurante. Mientras ella no paraba de hablar, como si fuera una de las ardillas de Chip & Dale, yo le preguntaba: "¿ahora por dónde voy, a la derecha o a la izquierda?. Ella, riendo irónica contesta: "uy, no se dónde está la derecha o la izquierda, pero tú vete por ahí".

Llegamos y dejamos el coche en el parking subterráneo del centro comercial. Subimos al restaurante y tomamos un par de crianzas en la barra. "Me gusta el vino" me dijo desvergonzada.

Hasta ese momento no había tenido tiempo de verla bien. Permitidme que me detenga en el relato para describirla. Tiene la apariencia de una chica muy sencilla, natural, sin artificios ni adornos, de 25 años, aunque seguro que debe tener alguno más. Es una guapa morena, con un hermoso pelo liso que caía a ratos hasta la mitad de la espalda, y a ratos por encima de sus pechos. Delgada, pero tampoco demasiado, con carnecita donde una mujer debe tenerla. Si de un plato se tratara diría que estaba en su punto, justo para sazonarla y meterla en el horno con unas patatitas. Por supuesto, con un poco de perejil, como manda Karlos Argiñano. Quedaría deliciosa.

Bueno, dejemos ahí los comentarios caníbales estilo Hannibal Lecter, y prosigamos con la descripción. Su carita ovalada, con un luminoso cutis blanco, una naricita y unos bonitos ojos negros, tan expresivos que hablan por si solos. Una boca de labios suculentos y una sonrisa de adolescente, que prodigaba generosa, con sus blancos dientes. Completa su rostro el flequillo ladeado y sus gestos, a medio camino entre la inocencia y la picardía, y ya tenéis la descripción de una chica con ángel, arreglada tan sólo con unos ligeros toques, dándole ese aspecto de esa vecinita que siempre te gustó, un poco de "femme fatale" y otro poco de chica Almodovar.

Vestía con una cazadora y debajo una blusa holgada color chocolate, de amplio escote y mangas cortas. Quedaban a la vista su terso cuello y sus suaves brazos, carentes de vello en su totalidad. De sus pechos, pequeños pero insolentes, hablaré mas adelante, pues merecen un capítulo aparte. Sus manos aniñadas, cuidadas pero sin ningún adorno, a excepción de unas uñas cortas pintadas de negro. Por último, llevaba puesto un ajustado pantalón chocolate, a juego con el color de la blusa, marcando sus formas femeninas, y unas botas.

Nos sentamos a comer y ella seguía tomando la iniciativa. Cuando le señalé una mesa cerca de la ventana, me responde decidida y coqueta: "no, mejor ésta del fondo, que esa tiene mucha luz y se me ven las imperfecciones". ¿Qué imperfecciones, me pregunté para mis adentros?.

Comimos y hablamos. Bueno, hablamos sobre todo. Y reímos, bromeamos, criticamos, nos pusimos serios. No me preguntéis sobre qué, porque hablamos de todo. Y aunque me parecieron diez minutos, fueron horas. Cuando nos quisimos dar cuenta eran las seis de la tarde. Cuando uno está a gusto, el tiempo vuela.

A algunos lo que voy a relatar a continuación les parecerá increíble. A mi también me lo parece cuando me pongo a recordarlo. Y es que ella, cuando nos marchábamos del restaurante, empezó a reclamar su "postre". Quería hacer el amor conmigo. Me lo dijo con desparpajo y con toda naturalidad. No se a vosotros, pero a mi estas cosas no me pasan todos los días. Así que yo no estaba muy seguro de si estaba hablando en serio o era una broma. En todo caso, yo creo que la explicación estaba en el vino. Le expliqué que me tenía que marchar pues se me había hecho tarde. Y que si me quedaba con ella, sería para estar un buen rato y a esas horas ya era imposible. A mi me gusta disfrutar del sexo con tranquilidad, no al estilo "fast-food" (bueno, en esta ocasión sería más bien fast-fuck). Y que quizás en otra ocasión.

Respuesta: "¿queeeeeeé? ¡oye, no me toques los huevos!". Su mirada asesina no dejaba ninguna duda de que estaba hablando en serio. El caso es que, mientras trataba de explicar lo inexplicable, al entrar al ascensor, se enredó en mi como una boa constrictor y me plantó unos besos que me dejaron la mente en blanco. ¡Madre mia, qué besos!. Seguimos discutiendo sobre qué hacíamos, mientras ella se ponía muy mimosa. Subimos y bajamos en el ascensor como veinte veces, con idéntico tratamiento en todos los viajes. El ascensor del amor. No penséis que, cuando la puerta se abría, ella se cortaba un pelo. Había que ver la cara de la gente al vernos haciendo el boca a boca y abrazados como dos locos... para morirse de la risa.

Ella: "¡ vamos al cine !".
Yo: "¿ pero para ver el qué ?".
Ella: "¡ da igual, venga !".
Yo (ridículamente angustiado): "¡ pero si la peli estará empezada !".
Ella (riéndose de mi): "¡ veeeenga, dale, da igual !".

Subimos al cine que se encuentra en el centro comercial. Pero no había nadie en la taquilla. Me "salvó" la campana. Ahora me doy cuenta perfectamente de que, si llegamos a entrar, ella me da matarile allí mismo. Y al final de la sesión, los espectadores nos hubieran terminado aplaudiendo a nosotros. Yo creo que incluso nos hubieran regalado pipas y palomitas de maíz.

Pero como no había nadie vendiendo entradas, de nuevo fuimos al ascensor del amor. Aparece una anciana en silla de ruedas. Dudamos, pero decidimos bajar con ella y llevarla a la salida. Ya sabéis, para hacer la buena acción del día y eso. Ella nos mira como diciendo "uy, que parejita mas mona. Y son tan amables". Pues al final no fuimos capaces de saber dónde estaba la salida del centro comercial. Recorrimos con la vieja todas las plantas, la subimos y bajamos del ascensor como siete veces. Y para colmo, la dejamos tirada en un rellano y nos tomamos las de Villadiego. Menuda ayuda la nuestra. Si alguno de vosotros lee en un periódico que una anciana en silla de ruedas ha sido encontrada momificada en un sótano de un centro comercial, ya sabéis quienes son la pareja de cabrones responsables.

Después de dar vueltas más perdidos que un pinguino en África, encontramos el coche dentro del parking. Entramos en su interior y ahí si que no había escapatoria. Y yo ya no quería escapar. Al contrario. Me entregué a su dulce perfume, su piel, su pelo, su boca, su lengua... nos abrazamos, nos besamos, nos acariciamos. Dios mío, no sabéis qué delicia, cuánta ternura. No se cómo sucedió, pero mis manos estaban debajo de su ropa, acariciando su culito, su espalda, su cuello... Y aunque no los pude ver bien, acaricié sus dulces pechitos, con forma de copa de champagne. Y en esos momentos, lo que hubiera querido es estar en una gran cama, con ella completamente desnuda y disfrutar lamiendo esas tetitas mientras le hacía el amor bién fuerte, bién adentro. Mientras yo pensaba en eso, ella no perdía el tiempo. Empezó a desabrocharme el cinturón y el pantalón. Como el cinturón se resistía, me lo rompió directamente. Para qué andarse con txorradas. Me metío la mano y me acarició el paquete mientras no paraba de besarme. Yo ya parecía un pulpo, metiendo la mano por todos lados y sintiendo ese cuerpo voluptuoso que se agitaba a mi lado. Comencé a ponerme caliente y mi "amigo" a despertar. Ella inclinó su cabeza sobre mi entrepierna e intentó sacarme el calzoncillo con los dientes. ¡Joder, ver para créer!. De repente dió un respingo y empezó a reirse.

Ella (riendo): "uy te he manchado con lápiz de labios el slip". Me frotaba intentando limparlo.

Yo (deseando que siguiera con lo que estaba a punto de hacer): "bah, no pasa nada, tranquila".

Ella (seria): "¿no te meteré en un problema?, si te ven esto en casa...".

Yo: "nada, nada... a la lavadora y ya está".

Ella (tomándome el pelo): "pero a quién se le ocurre venir con ropa interior blanca, cómo se nota que últimamente no sales de picos pardos".

Retomamos el asunto y, mientras yo la besaba, su mano agarraba mi miembro. Pero en aquel momento, a través del parabrisas del coche, pude divisar como dos mujeres de mediana edad, con compras en la mano, venían hacia nosotros y comentaban algo entre ellas. Estaban como a diez metros de distancia, así que no creo que hubieran visto los "detalles". Pero seguro que se los estaban imaginando. Se me bajó el calentón de golpe, así que le dije que lo dejáramos, que ese no era el sitio más idóneo. Y me fui a pagar el ticket del parking.

Mientras estaba haciendo la cola en la máquina, ella apareció de improviso. Tenía la cara triste, seria, con una lágrima en los ojos. Me dijo secamente "bueno, mira, mejor me voy, ya nos veremos...". Yo, perplejo, le dije, "no, espera, no te vayas así".

Ella (enfadada): "creo que hay algo que tienes que decirme".
Yo: "mira, vamos al coche y hablamos, por favor".

Volvimos al coche. Ahora conocido como "el coche del amor" también, como el ascensor. Le pedí disculpas y le pedí que, por favor, no se fuera así. Le expliqué que no había tiempo y que yo no podía hacerlo de esa manera, dentro de un coche y en un parking subterráneo, expuestos a ser descubiertos. Ella se sentía decepcionada y rechazada. No podía enteder mi negativa.

Yo: "no hay cosa en el mundo que más desée en estos momentos que hacerte el amor. Pero no de esta manera. Si vuelves a darme una oportunidad en el futuro, te lo haré como tú te mereces, como una princesa".

Volvimos con los abrazos, besos y caricias descontroladas. En un abrir y cerrar de ojos mi bragueta estaba bajada de nuevo y su mano en ella. Pero, ¡qué mala suerte!. Aparece el conductor de la furgoneta estacionada al lado y se percata de lo que nos traemos entre manos (sobre todo ella, que tenía mi pene y mis huevos bién agarrados). Así que estaba claro que ese no era el lugar. Pagamos el parking y, mientras ella hablaba con una amiga, salimos con el coche en dirección a su casa. Paramos un rato y estuvimos charlando.

Yo: "Me siento como un imbécil, si la gente supiera que he dejado pasar una oportunidad así".
Ella (indiferente): "Puedes dejarme allí adelante, no hace falta que me lleves a casa".

Yo insistí, no podía dejarla ahí. Terminamos en su barrio, en un pub irlandés. Tomamos una copa y un café, más relajados. Después de un buen rato de animada charla y confidencias, nos dimos un beso y le di un largo abrazo, como si no fuera a verla nunca más. Me quedé mirando en la rotonda mientras ella se alejaba.

Y volvemos al principio de mi historia... en la autopista conduciendo en medio de la noche. Todavía sentía su olor, su perfume, como si estuviera allí. Me daban ganas de volver y llamarla. Pero ella tiene su propia vida, sus obligaciones y personas a las que cuidar y atender. ¿Quién era yo al fin y al cabo?. Probablemente alguien que no ocupará ni una página en su vida, porque no me lo he ganado. Ella es una buena persona, entendió la situación y creo que me perdonó. Pero el que no me perdona es... yo mismo. No me puedo perdonar haber dejado escapar una oportunidad tan hermosa de estar con esta mujer, disfrutar con ella y hacerla disfrutar. Tampoco me perdono el haberla dejado con una sensación agridulce, con cierto aire de tristeza y decepción por una cita que ella considera incompleta.

Ójala haya una segunda oportunidad. Y tenga el tiempo suficiente para paladear tan exquisito manjar y llenarla de gozo y placer.
 
voy por la calle veo a una chica guapa
me monto en su coche me lleva a su casa
fui a su portal me saco la pita
se lo toma a mal!
ya esta, se acabo la cita

Claudio Brando.
 
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