Candela
Freak
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Es el sonido del ventilador del ordenador. Todos lo conocemos. Nos acompaña en el día a día: en casa, puede que en el trabajo… y nunca le prestamos demasiada atención. Es algo tan habitual que ha pasado a ser prácticamente inaudible.
Pero a veces, llama nuestra atención a gritos. Aumenta su potencia; es su manera de hacernos saber que sabe de nuestra vida mucho más de lo que creemos. Ha visto muchas cosas: demasiadas. Nos ve la cara cuando leemos en el ordenador. Nos ha visto reir, nos ha visto llorar... ha sentido todas y cada una de nuestras emociones. Y nos comprende.
A partir de las doce de la noche su ulular es especialmente triste. El mundo duerme, nadie nos mira... y su eterna melodía nos hace ser conscientes de nuestra pequeñez, de nuestra acongojante humanidad, que se nos estrella en la frente brutalmente. Es el sonido de la soledad, el sonido de la desesperación, el de la distancia. Es un quiero y no puedo que implica la desoladora impotencia de ser incapaz de ir más allá de unos límites asfixiantes.
El sonido del ventilador del ordenador nos hace conscientes. Terriblemente conscientes. Y se ve la realidad con una claridad pasmosa, tan cruda que asusta. Ah, ¡quién poseyera la inconsciencia, quién fuera capaz de no darse cuenta de lo que está pasando en realidad, del significado de las cosas!. Pero este suave sonido, tal vez en un intento de salvarme, me ha hecho omnisciente. Me lo ha revelado todo.
A veces te cruzas con alguien por la calle, y vuestras miradas se cruzan. Y te das cuenta de que él también es consciente. Ya no hay esperanza, cada vez somos más los que hemos elegidos por el ventilador para conocer lo que está pasando de verdad:
Otro iluminado
Yo guardaré el secreto, aunque me destruya por dentro; todo sea por alargar la inocencia del resto de la gente. Pero alguien puede desvelarlo, no todos serán capaces de cargar con el peso de la verdad. Y ese día está cercano.
Pero a veces, llama nuestra atención a gritos. Aumenta su potencia; es su manera de hacernos saber que sabe de nuestra vida mucho más de lo que creemos. Ha visto muchas cosas: demasiadas. Nos ve la cara cuando leemos en el ordenador. Nos ha visto reir, nos ha visto llorar... ha sentido todas y cada una de nuestras emociones. Y nos comprende.
A partir de las doce de la noche su ulular es especialmente triste. El mundo duerme, nadie nos mira... y su eterna melodía nos hace ser conscientes de nuestra pequeñez, de nuestra acongojante humanidad, que se nos estrella en la frente brutalmente. Es el sonido de la soledad, el sonido de la desesperación, el de la distancia. Es un quiero y no puedo que implica la desoladora impotencia de ser incapaz de ir más allá de unos límites asfixiantes.
El sonido del ventilador del ordenador nos hace conscientes. Terriblemente conscientes. Y se ve la realidad con una claridad pasmosa, tan cruda que asusta. Ah, ¡quién poseyera la inconsciencia, quién fuera capaz de no darse cuenta de lo que está pasando en realidad, del significado de las cosas!. Pero este suave sonido, tal vez en un intento de salvarme, me ha hecho omnisciente. Me lo ha revelado todo.
A veces te cruzas con alguien por la calle, y vuestras miradas se cruzan. Y te das cuenta de que él también es consciente. Ya no hay esperanza, cada vez somos más los que hemos elegidos por el ventilador para conocer lo que está pasando de verdad:
Otro iluminado
Yo guardaré el secreto, aunque me destruya por dentro; todo sea por alargar la inocencia del resto de la gente. Pero alguien puede desvelarlo, no todos serán capaces de cargar con el peso de la verdad. Y ese día está cercano.