Salgo de copas y me pasa esto

EvaristoBukowski

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20 Nov 2024
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Ayer me fui de copas con Sigfredo Pelanas, por una zona de ocio nocturno muy conocida en esta ciudad del pecado. Estuvimos pimplando birras a ritmo de los Suaves, Extremoduro, Calero LDN, Rap macarra, Metalcore...etc. Salimos del bar con ese ronco en la garganta que solo deja la cerveza barata y la música enlatada. Mi colega y yo, dos náufragos a la deriva, cruzando la ciudad como quien camina por un campo minado. El aire helado te arrancaba los pulmones, pero ahí estábamos, buscando el próximo tugurio donde gastar lo poco que quedaba en los bolsillos.

De repente, en medio de la calle, se presenta la escena: una proto-charo. Veintitantos, shorts vaqueros que más que shorts eran un manifiesto de guerra, y un papo que parecía estar a punto de pronunciar un discurso sobre feminismo moderno. Era pleno invierno, joder. La piel de gallina, pero ella como si fuera verano en el Caribe. Nos quedamos mirando, no por interés, sino porque bloqueaba el paso con su séquito de pagafantas; los pobres diablos, como perritos falderos, esperando una migaja de atención.

Le digo a mi colega: "Mira esta fauna, tío. Nos toca safari nocturno ahora." Y claro, no íbamos a rodearlos. Que se muevan ellos, que ya bastante teníamos con el frío y la resaca acumulada de la semana.

"Perdona, ¿puedes dejarnos pasar?" dije, lo más civilizado que pude. Pero la proto-charo, con el descaro de quien cree que la calle es suya, me suelta un berrido en un dialecto que parecía sacado de un reality show de Telecinco. No entendí ni una palabra, pero el tono lo decía todo. A esas alturas, el filtro de paciencia ya estaba perforado.

Y entonces lo solté:
"Mira, Barbie, tápate un poco que se te va a resfriar el conejo."

El silencio fue como un disparo en una pelea de bar. Los pagafantas se pusieron en guardia, como si de repente tuvieran que defender el honor de su reina. La proto-charo abrió los ojos como si acabara de descubrir que el sol no gira alrededor de ella.

Y nosotros, en nuestra infinita sabiduría de supervivencia nocturna, hicimos lo único sensato: largarnos.

No corríamos así desde la última vez que vimos a un camarero traer la cuenta. Entre risas y aliento entrecortado, dejamos atrás a la proto-charo y su séquito, pero la imagen quedó grabada en nuestras cabezas. Era como un cuadro surrealista, un Dalí de madrugada con pinceladas de miseria urbana.

El conejo, la calle, los gritos. Un puto poema de Bukowski en la vida real, si alguna vez he visto uno.
 
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Me gusta mucho ese logo o imagen de marca o como se diga
 
Ayer me fui de copas con Sigfredo Pelanas, por una zona de ocio nocturno muy conocida en esta ciudad del pecado. Estuvimos pimplando birras a ritmo de los Suaves, Extremoduro, Calero LDN, Rap macarra, Metalcore...etc. Salimos del bar con ese ronco en la garganta que solo deja la cerveza barata y la música enlatada. Mi colega y yo, dos náufragos a la deriva, cruzando la ciudad como quien camina por un campo minado. El aire helado te arrancaba los pulmones, pero ahí estábamos, buscando el próximo tugurio donde gastar lo poco que quedaba en los bolsillos.

De repente, en medio de la calle, se presenta la escena: una proto-charo. Veintitantos, shorts vaqueros que más que shorts eran un manifiesto de guerra, y un papo que parecía estar a punto de pronunciar un discurso sobre feminismo moderno. Era pleno invierno, joder. La piel de gallina, pero ella como si fuera verano en el Caribe. Nos quedamos mirando, no por interés, sino porque bloqueaba el paso con su séquito de pagafantas; los pobres diablos, como perritos falderos, esperando una migaja de atención.

Le digo a mi colega: "Mira esta fauna, tío. Nos toca safari nocturno ahora." Y claro, no íbamos a rodearlos. Que se muevan ellos, que ya bastante teníamos con el frío y la resaca acumulada de la semana.

"Perdona, ¿puedes dejarnos pasar?" dije, lo más civilizado que pude. Pero la proto-charo, con el descaro de quien cree que la calle es suya, me suelta un berrido en un dialecto que parecía sacado de un reality show de Telecinco. No entendí ni una palabra, pero el tono lo decía todo. A esas alturas, el filtro de paciencia ya estaba perforado.

Y entonces lo solté:
"Mira, Barbie, tápate un poco que se te va a resfriar el conejo."

El silencio fue como un disparo en una pelea de bar. Los pagafantas se pusieron en guardia, como si de repente tuvieran que defender el honor de su reina. La proto-charo abrió los ojos como si acabara de descubrir que el sol no gira alrededor de ella.

Y nosotros, en nuestra infinita sabiduría de supervivencia nocturna, hicimos lo único sensato: largarnos.

No corríamos así desde la última vez que vimos a un camarero traer la cuenta. Entre risas y aliento entrecortado, dejamos atrás a la proto-charo y su séquito, pero la imagen quedó grabada en nuestras cabezas. Era como un cuadro surrealista, un Dalí de madrugada con pinceladas de miseria urbana.

El conejo, la calle, los gritos. Un puto poema de Bukowski en la vida real, si alguna vez he visto uno.
No leí una Mierda
 
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