Quizás el problema deriva de que muchos, al comentar asuntos sobre los pies o sobre el placer de tocar pies, de mirarlos o de que te masturben con ellos (como de cualquier otro placer minoritario), imagina perversiones extrañas, más próximas a una secta oscurantista que a un placer tan obvio como chupar pezones, besar unos labios o lamer con dulzura un clítoris. Estamos, sin embargo, hablando de hechos tan naturales como robarle las bragas a una tía o pedirle el número del móvil. Parece que algunos habéis nacido ayer.
Parece mentira que en este territorio de frikis, donde cualquier extravagancia se da por buena, algo tan sencillo de comprender como un fetichismo sexual tan sano e inocuo sea considerado algo rarísimo, nauseabundo o enfermizo.
¿Sabe usted lo que es ir por la calle, en un pub, en un restaurante, en un supermercado y hacer siempre recorridos visuales de abajo hacia arriba? ¿Mirar siempre una mujer de los pies a la cabeza? Ésa ha sido mi constante toda la vida. Tan natural para mí como respirar. Algunos tenemos la envidiable suerte de poder ver desnuda a una mujer con sólo verla andar con unos tacones o ir sobre unas sandalias abiertas en verano. De hecho, para mí, una mujer no está auténticamente desnuda hasta que se quita toda la ropa y se pasea delante con tacones. Aunque la mayoría de ellas ni lo entiendan (ni falta que me hace), lo exijo porque me gusta. Obvio decir que me gusta follar como a cualquier hijo de vecino, lo mismo que me gustan un buen par de buenas tetas o un culo como Dios manda
Unos prefieren quemar gitanos, otros suspiran por la lluvia dorada, otras coleccionan camisetas sudadas o se mueren por el cibersexo, y, en mi caso, me bastan unos pies bonitos de mujer (ni mucho menos los son todos, sobra decirlo) para sentirme el rey del paraíso. Evidentemente, excuso mencionar que no pretendo hacer proselitismo ni creo en quienes se apuntan a las modas porque tal o cual sujeto famoso es un defensor ferviente de X o de Y o le agrada A o Z. Soy de los que descubrí, muchos años más tarde, que mis gustos eran compartidos por otras personas que, casualmente, eran más o menos reconocidas o importantes, pero eso jamás ha influido en mi placer particular. Me da igual lo que le guste a Tarantino o la prima segunda de dicho señor. Si me atrae Tarantino es por sus películas (no todas), no porque comparta mis gustos.