cuellopavo
Frikazo
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Para los que alguna vez se aburrieron traduciendo a los muy moralistas autores romanos (y a los curiosos que no lo hicieron), aquí va una salva de palabrotas y guarradas en latín:
Al miembro viril le llamaban “mentula”: polla. El término culto era phalus, del griego fallós (fí-alfa-lambda-lambda-omicrón-sigma).
El “fascinus” era también el miembro viril, aunque este término poseía una acepción religiosa o mágica: de aquí “fascinar”. Había un “fascinus” representado en el carro victorioso de los triunfos.
irrumare, “dar a mamar (la polla)”.
pedicare, “dar por culo”. Viene del griego paidikós, que contiene paidós, genitivo de pais, niño; ya conocemos la pederastia institucionalizada de los antiguos griegos.
futuere, “follar”, muy abundante en los grafitis pompeyanos. Por ejemplo, uno de ellos dice: “Hic bene futuit”, “aquí follé bien”.
En cierto lugar de Pompeya, en un cruce de caminos (lugar donde se representaba comúnmente el miembro viril, con valor apotropaico), se encontró un enorme falo de cerámica, pintado de rojo, que estaba encastrado en una pared y al cual le acompañaba una inscripción: “Hanc ego cacavit” que podría traducirse (aunque los estudiosos aún no se aclaran): “esto me metí por detrás” De donde:
cacare, caco, significaría tanto emitir como recibir por detrás. Está claro que de ahí viene nuestra “caca”. Algunas cosas no cambian nunca.
Otras veces el falo servía para invocar la felicidad: “Hic habitat felicitas” reza un relieve con un pene encima. Los “tintinnabula”, campanillas que se colgaban a la entrada de las casas, solían tener formas fálicas. También era costumbre, los que se lo podían pagar, pintar a un Priapo superdotado, o incluso ponerlo de escultura en una fuente. Daba buena suerte y espantaba el mal de ojo.
El “cunilingus” estaba mal visto. Los romanos creían que llevarse a la boca los genitales masculinos o femeninos era mancillársela, pues por la boca debían salir los buenos discursos de los ciudadanos togados, las sentencias religiosas y jurídicas y por consiguiente debía mantenerse pura. Por eso, uno de los peores insultos era acusar a alguien de fellator, come-pollas. Hay en las termas de Pompeya un dibujo jocoso en el que un ciudadano togado, arrodillado, le besa el sexo a una mujer en plan reinona, desnuda, mientras la mira con ojos de perro...
Para las mujeres públicas había unos cuantos términos: “moecha”, que lo mismo significaba prostituta que adúltera; el famoso “lupa”, loba; scortum, “pellejo”, como la “pelleja” o “pellejera” que se dice por Andalucía, con similiar significado.
Una postura de coito muy representada en numerosos artículos como espejos, vasijas, objetos de tocador, era la “mulier equitans”, la mujer-jinete; en otra postura muy representada también, la mujer, tumbada de costado, alza la pierna, que sujeta el compañero mientras éste la penetra; ella se vuelve, rodea su cabeza con el brazo y le besa en la boca. Si mal no recuerdo la llamaban la postura del tigre (o de la tigresa).
Por cierto, los romanos empleaban nada menos que tres palabras para “beso”: osculum, basium y savium. El casto ósculo se lo quedó para sí el cristianismo. Del basium, que se daban marido y mujer, nuestro beso; el pobre savium, reservado para la tórrida pasión y el culto a Baco, no sobrevivió a la Edad Media y su horror al sexo.
La sexualidad romana es muy interesante. En realidad, los hombres eran rematadamente machistas, pero hubo una auténtica emancipación de las mujeres, en todos los sentidos, incluído el sexual, la única que se conoce, que se haya producido antes de la emancipación en las modernas sociedades occidentales liberal-progresistas. Esta emancipación se produjo entre las mujeres de clase alta. De las otras no sabemos nada. Solamente escribían los romanos de clase alta, y solían hacerlo acerca de sí mismos.
En cuanto a la homosexualidad, tal y como la conocemos hoy día, estaba pero que muy mal vista por los buenos romanos tipo Séneca, que se habría muerto de un patatús si hubiese tenido que asistir al día del orgullo gay. Esto sí, el buen romano podía reventar culos siempre que no fuesen los de otro ciudadano romano (esclavos y extranjeros, sí) ni fuese él el sujeto pasivo. Esto no quita que hubiera bodas y matrimonios gay, como los que ha legalizado ZP, nada menos que hace mil ochocientos años, de los que habla Séneca en sus cartas a Lucilio, echando pestes.
Algo de bibliografía (que yo haya leído):
“Sexo en Roma”, John R. Clarke, Ed. Océano, Barcelona, 2003, con abundantes ilustraciones de lo más escandalosas. A ver si hay una exposición de arte romano erótico por Madrid, de una vez.
“Eros romano, sexo y moral en la Roma Antigua”, Jean-Nöel Robert, Colección La mirada de la Historia, Ed. Complutense, Madrid, 1999, muy erudito, con amplio recorrido de la Historia de la sexualidad romana, de Catón al cristianismo.
Grafitis pompeyanos cochinos salen en el reciente “La caída de Roma”, Bryan Ward Perkins, Espasa, Madrid 2007, aunque el libro no es monográfico del tema.
Al miembro viril le llamaban “mentula”: polla. El término culto era phalus, del griego fallós (fí-alfa-lambda-lambda-omicrón-sigma).
El “fascinus” era también el miembro viril, aunque este término poseía una acepción religiosa o mágica: de aquí “fascinar”. Había un “fascinus” representado en el carro victorioso de los triunfos.
irrumare, “dar a mamar (la polla)”.
pedicare, “dar por culo”. Viene del griego paidikós, que contiene paidós, genitivo de pais, niño; ya conocemos la pederastia institucionalizada de los antiguos griegos.
futuere, “follar”, muy abundante en los grafitis pompeyanos. Por ejemplo, uno de ellos dice: “Hic bene futuit”, “aquí follé bien”.
En cierto lugar de Pompeya, en un cruce de caminos (lugar donde se representaba comúnmente el miembro viril, con valor apotropaico), se encontró un enorme falo de cerámica, pintado de rojo, que estaba encastrado en una pared y al cual le acompañaba una inscripción: “Hanc ego cacavit” que podría traducirse (aunque los estudiosos aún no se aclaran): “esto me metí por detrás” De donde:
cacare, caco, significaría tanto emitir como recibir por detrás. Está claro que de ahí viene nuestra “caca”. Algunas cosas no cambian nunca.
Otras veces el falo servía para invocar la felicidad: “Hic habitat felicitas” reza un relieve con un pene encima. Los “tintinnabula”, campanillas que se colgaban a la entrada de las casas, solían tener formas fálicas. También era costumbre, los que se lo podían pagar, pintar a un Priapo superdotado, o incluso ponerlo de escultura en una fuente. Daba buena suerte y espantaba el mal de ojo.
El “cunilingus” estaba mal visto. Los romanos creían que llevarse a la boca los genitales masculinos o femeninos era mancillársela, pues por la boca debían salir los buenos discursos de los ciudadanos togados, las sentencias religiosas y jurídicas y por consiguiente debía mantenerse pura. Por eso, uno de los peores insultos era acusar a alguien de fellator, come-pollas. Hay en las termas de Pompeya un dibujo jocoso en el que un ciudadano togado, arrodillado, le besa el sexo a una mujer en plan reinona, desnuda, mientras la mira con ojos de perro...
Para las mujeres públicas había unos cuantos términos: “moecha”, que lo mismo significaba prostituta que adúltera; el famoso “lupa”, loba; scortum, “pellejo”, como la “pelleja” o “pellejera” que se dice por Andalucía, con similiar significado.
Una postura de coito muy representada en numerosos artículos como espejos, vasijas, objetos de tocador, era la “mulier equitans”, la mujer-jinete; en otra postura muy representada también, la mujer, tumbada de costado, alza la pierna, que sujeta el compañero mientras éste la penetra; ella se vuelve, rodea su cabeza con el brazo y le besa en la boca. Si mal no recuerdo la llamaban la postura del tigre (o de la tigresa).
Por cierto, los romanos empleaban nada menos que tres palabras para “beso”: osculum, basium y savium. El casto ósculo se lo quedó para sí el cristianismo. Del basium, que se daban marido y mujer, nuestro beso; el pobre savium, reservado para la tórrida pasión y el culto a Baco, no sobrevivió a la Edad Media y su horror al sexo.
La sexualidad romana es muy interesante. En realidad, los hombres eran rematadamente machistas, pero hubo una auténtica emancipación de las mujeres, en todos los sentidos, incluído el sexual, la única que se conoce, que se haya producido antes de la emancipación en las modernas sociedades occidentales liberal-progresistas. Esta emancipación se produjo entre las mujeres de clase alta. De las otras no sabemos nada. Solamente escribían los romanos de clase alta, y solían hacerlo acerca de sí mismos.
En cuanto a la homosexualidad, tal y como la conocemos hoy día, estaba pero que muy mal vista por los buenos romanos tipo Séneca, que se habría muerto de un patatús si hubiese tenido que asistir al día del orgullo gay. Esto sí, el buen romano podía reventar culos siempre que no fuesen los de otro ciudadano romano (esclavos y extranjeros, sí) ni fuese él el sujeto pasivo. Esto no quita que hubiera bodas y matrimonios gay, como los que ha legalizado ZP, nada menos que hace mil ochocientos años, de los que habla Séneca en sus cartas a Lucilio, echando pestes.
Algo de bibliografía (que yo haya leído):
“Sexo en Roma”, John R. Clarke, Ed. Océano, Barcelona, 2003, con abundantes ilustraciones de lo más escandalosas. A ver si hay una exposición de arte romano erótico por Madrid, de una vez.
“Eros romano, sexo y moral en la Roma Antigua”, Jean-Nöel Robert, Colección La mirada de la Historia, Ed. Complutense, Madrid, 1999, muy erudito, con amplio recorrido de la Historia de la sexualidad romana, de Catón al cristianismo.
Grafitis pompeyanos cochinos salen en el reciente “La caída de Roma”, Bryan Ward Perkins, Espasa, Madrid 2007, aunque el libro no es monográfico del tema.